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LA ODISEA


Enviado por   •  25 de Marzo de 2015  •  5.943 Palabras (24 Páginas)  •  223 Visitas

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La Odisea, Canto X ~ Homero

'Aventuras en la masión de Eolo,

en el país de los Lestrigones

y en el palacio de la hechicera.

"A continuación llegamos a la isla de Eolia; allí, en una isla flotante, vive el hijo de Hipotas, Eolo, amado por los dioses inmortales. Por todas partes está rodeada esta isla por un muro de cobre; una roca unida se extiende a su alrededor. Cerca de él viven doce hijos, que nacieron en sus palacios: seis hembras y otros tantos varones, en la flor de la edad. Eolo quiso que sus hijas fuesen las esposas de sus hijos; ellos, sin cesar alrededor de su padre querido, de su augusta madre, se entregan a los festines; delante de ellos son depositados manjares en abundancia. Durante el día, estos palacios exhalan los perfumes más suaves y en el patio resuenan sones armoniosos; durante la noche, junto a sus castas esposas, los hijos de Eolo duermen en lechos magníficos y en tapices. Pronto entramos en su ciudad, y llegamos hasta estos ricos palacios; Eolo nos acoge durante un mes con benevolencia, interrogándome con detalle sobre la ciudad de Ilion, las naves argivas y el regreso de los griegos; yo, por mi parte, le refiero minuciosa-mente todas mis aventuras. Pero cuando le hablo de mi viaje, cuando le suplico que me envíe de nuevo a mi patria, él no se niega a ello, y prepara la partida. Me entrega un odre hecho con la piel de un buey de nueve años, en el cual había encerrado el soplo de los vientos, resonantes; porque el hijo de Cronos le ha hecho señor de los vientos, para aplacarlos y susci-tados como él quiera. Este héroe ata el odre a nuestra nave con una brillante cadena de plata, para que ninguno de los vientos pueda soplar siquiera un poco. Solamente deja a mi merced el aliento del Céfiro, para guiamos, así como a nuestras naves; pero este pensamiento no había de realizarse: la imprudencia de todos mis compañeros fue la causa de nuestra perdición.

"Durante nueve años estuvimos navegando sin descanso, y en el décimo finalmente se nos apareció la tierra paterna. Descubrimos ya los fuegos encendidos en la orilla, tanto nos acercamos. En este momento, el dulce sueño se apodera de mi cuerpo fatigado; porque yo había dirigido constantemente el timón de la nave, sin quererlo confiar a ningún otro, para llegar más pronto a las tierras de la patria. Entre tanto mis compañeros se pusieron a discurrir entre sí y se imaginaron que yo llevaba a mi palacio una gran cantidad de oro y plata, presentes de Eolo, hijo del magnánimo Hipotas; entonces, dirigiéndose cada uno a su vecino, le decía:

"―¡Grandes dioses!, hasta el día de hoy, Ulises ha sido muy apreciado, muy honrado por todos los hombres cuyos países ha visitado. Ha traído de Ilion las más grandes riquezas, cuando se efectuó el reparto del botín; y nosotros, que siempre hemos realizado los mismos trabajos, volvemos a casa con las manos vacías. He aquí que ahora Eolo, lleno de benevolencia, le da estos presentes; vamos, démonos prisa, sepamos de qué se trata; veamos cuánto oro y plata encierra ese odre.

"Así hablaban; este funesto consejo prevalece entre mis compañeros; desatan el odre, y todos los vientos en él encerrados escapan. De pronto, la furiosa tempestad arroja en medio del mar a mis pobres compañeros, lejos de la patria; sin embargo, cuando yo me despierto, dudo en mi corazón magnánimo, no sabiendo si, precipitándome desde mi nave moriré en las olas, o si debo sufrir en silencio, y permanecer aún entre los vivientes. Soporté mi desgracia, esperé; entonces, arrebujándome en mi manto, me acosté en la nave. Entre tanto la flota fue empujada por la violencia del viento hacia la isla de Eolo; mis compañeros gemían con amargura.

"Bajamos a tierra y sacamos un agua pura; pronto mis compañeros comen junto a las naves. Cuando hemos calmado el hambre y la sed, yo me encamino, seguido de un heraldo y de un compañero, hacia los ricos palacios de Eolo; le encontramos sentado en el festín con su esposa y sus hijos. Al llegar a esta mansión, nos sentamos en el umbral de la puerta.

Los invitados, muy asombrados, nos dirigen acto seguido estas preguntas:

"―¿De dónde vienes, Ulises? ¿Qué divinidad funesta te persigue? Nosotros habíamos preparado cuidadosamente tu partida, para que pudieras volver a encontrar tu patria, tu casa y todo lo que te es querido.

"Así hablaron; yo, sin embargo, con el corazón consumido por los pesares, les respondí con estas palabras:

"―¡Ay!, mis imprudentes compañeros y el pérfido sueño me han perdido. Pero vosotros, amigos, socorredme; vosotros podéis hacerlo.

"Así trataba yo de ablandarles con dulces palabras; todos guardan silencio. Su padre, sin embargo, me dice lo siguiente:

"―Huye prontamente de esta isla, tú, el más miserable de los mortales.

No es justo socorrer y favorecer la partida de un hombre detestado por los dioses bienaventurados. Huye, puesto que es para ser enemigo de los inmortales que tú vuelves a estos lugares.

"Dichas estas palabras, me despide gimiendo con amargura fuera de su morada. Navegamos primeramente lejos de esta isla, con el alma abrumada por el dolor. La fuerza de los marineros ha sido quebrantada bajo el peso de los remos, y por culpa nuestra desaparece de nuestra vista toda esperanza de regreso.

"Durante seis días enteros continuamos nuestra ruta; el día séptimo llegamos a la alta ciudad de Lamus, Lestrigonia de anchas puertas, donde el pastor, al volver de los pastos, llama a otro pastor, que se apresura a salir al oír la voz de su compañero. En estos lugares un hombre vigilante ganaría un doble salario si llevase a pacer sucesivamente los bueyes y las ovejas; porque los pastos del día y los de la noche están cerca de la ciudad. Llegamos a la desembocadura de un soberbio puerto, rodeado por ambos lados por una roca escarpada, y estas orillas elevadas, una frente a la otra, avanzan para formar la entrada; pero el paso es angosto; es en estos lugares que mis compañeros conducen las espaciosas naves. Las amarran en ese puerto, muy cerca las unas de las otras; porque jamás las olas, grandes o pequeñas, se han levantado en este recinto, en el cual reina siempre una apacible serenidad. Yo, entre tanto, permanezco solo afuera, en el extremo del puerto, y amarro mi nave en la roca por medio de cables; después subo a una altura para reconocer el país. No distingo

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