LAGRIMAS MILAGROSAS

LAGRIMAS MILAGROSAS

Había una vez, un matrimonio bastante mayor; tenían tres hijos; y todos vivían en el campo. La señora se llamaba María, el señor Pablo; Ramón, Alberto y Luciana eran sus seres más queridos (sus hijos).

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Todos los días, la familia se levantaba muy temprano, para realizar sus tareas diarias. La señora y su hija Luciana se dedicaban a hacer las labores de la casa. Pablo y sus dos hijos iban siempre a su granja a trabajar muy duro.

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Los hijos del matrimonio estaban muy triste debido que, jamás sus padres les habían permitido conocer la ciudad. En el trabajo ellos al pensar cómo sería ese lugar, las lágrimas siempre corrían por sus mejillas.

Un día de tanto Alberto llorar, se formó un pozo de agua en el suelo; y cuál fue su asombro, que vio en el agua a un hombrecito de sombrero grande, con pelo blanco y largo, sus manos eran muy huesudas; y este duendecillo lo señalo con dedo y le dijo:” ¿Por qué estás tan triste?”  Y el muchacho le respondió: “Es que jamás mis hermanos y yo, hemos visitado la ciudad y no conocemos a nadie, sino, a nuestros padres.

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En ese momento cuando el señor Pablo y su otro hijo Ramón se acercaban, todos quedaron asombrados; sus ojos querían salirse de las orbitas, ya que, del pozo de agua comenzaron a observarse flores bellísimas en distintas formas colores y tamaños; salían paticos que alegres movían sus colitas originando sonidos que parecían celestiales; que las personas que los observaban no podían apartar la vista de ellos. Y en ese instante de tanta maravilla surgió una figura con una gran melena brillante que refleja la luz de sol, con cara angelical y un cuerpo esbelto; que al hablar, ellos sintieron que estaban en un mundo perfecto, donde sólo había amor, alegría y paz.

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De repente la voz de la mujer, que era una sirena los volvió  a la realidad; ella con su melodiosa voz,  les dijo que expresaran el deseo que ellos deseaban, ya que, ella se los cumpliría. El padre y los hermanos se asombraron muchísimo. El señor Pablo estaba tan impresionado que salió corriendo sin ver por donde pasaba, y de repente se tropezó con un árbol caído, haciendo que se facturara las piernas.

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El padre de los muchachos empezó  a quejarse del dolor que estaba sintiendo y las lágrimas les cubrían todo el rostro y cuál fue su asombro al ver la aparición de grandes cantidades de animales que se le fueron acercando a él;  y para su sorpresa entendía lo que hablaban estos animalitos.

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Pablo alza la vista y ve al animal más grande, el cual era un oso,  dirigiéndose hacia él y le dice; “Yo soy un doctor, si usted me lo permite, lo puedo curar. Era tan grande la sorpresa que el dolor del señor se había aplacado y no le salían las palabras para contestarle a Don Oso.

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Luego aparece un conejo muy curioso le respondió al Doctor y le dijo, “cúrelo por favor, no ve que este buen hombre no puede hablar por el dolor que siente”. Fue allí  cuando el oso se sentó al lado del hombre y con mucho cuidado le colocó las patas delanteras en las piernas del señor; y en ese mismo instante el enfermo se paró, y no le dolía nada. El hombre muy asombrado y contento abrazo al Doctor Oso dándole las gracias, por lo que había hecho por él; y en ese momento todos los animales presentes aplaudieron y lloraron tanto pero tanto, que se formó un río muy grande y la gran cantidad de animales que estaban allí, desparecieron en el río, diciéndole adiós a Pablo, quien no podía creer lo que estaba viviendo.

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