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La Importancia De Llamarse Ernesto

rooney02627 de Abril de 2014

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Saloncito íntimo en el piso de Algernon, en Half-Moon-Street. La habitación está lujosa y artísticamente amueblado. Óyese un piano en el cuarto contiguo. Lane está preparando sobre la mesa el servicio para el té de la tarde, y después que cesa la música entra Algernon.

ALGERNON.- ¿Ha oído usted lo que estaba tocando, Lane?

LANE.- No creí que sea de buena educación escuchar, señor.

ALGERNON.- Lo siento por usted, entonces. No toco muy bien…, -todo el mundo puede tocar correctamente-, pero toco con una expresión admirable. En lo que al piano se refiere, el sentimiento es mi fuerte. Guardo la ciencia para la Vida.

LANE.- Sí, señor.

ALGERNON.- Y, hablando de la ciencia de la Vida, ¿ha hecho usted cortar los sándwiches de pepino para lady Bracknell?

LANE.- Sí, señor. (Los presenta sobre una bandeja.)

ALGERNON.- (Los examina, toma dos y se sienta en el sofá.) ¡Ah!... A propósito, Lane: he visto en su libro de cuentas que el jueves por la noche, cuando lord Shoreman y mister Worthing cenaron conmigo, usted anotó que habían consumido ocho botellas de champagne.

LANE.- Sí, señor; ocho botellas y cuarto.

ALGERNON.- ¿Por qué será que en una casa de un soltero son, invariablemente, los criados los que se beben el champagne? Lo pregunto por curiosidad simplemente.

LANE.- Yo lo atribuyo a la superior calidad del vino, señor. He observado con frecuencia que en las casas de los hombres casados rara vez el champagne es de primera calidad.

ALGERNON.- ¡Dios mío! ¿Tan desmoralizador es el matrimonio?

LANE.- Yo creo que es un estado muy agradable, señor. Tengo poquísima experiencia, hasta ahora. He estado casado, sólo una

vez. Fue a causa de un error entre una muchacha y Yo.

ALGERNON.- (Lánguidamente.) No estoy muy interesado en su vida familiar, Lane.

LANE.- No, señor; no es un tema muy interesante. Yo nunca pienso en ella.

ALGERNON.- Es natural y no lo dudo. Eso es todo, Lane; gracias.

LANE.- Gracias, señor (Se va.)

ALGERNON.- ¡Las ideas de Lane sobre el matrimonio parecen algo relajadas! Realmente, si las clases bajas no dan buen ejemplo, ¿para qué sirven en este mundo? Como clase social, parece que no tienen ningún sentido de responsabilidad moral. (Entra Lane.)

LANE.- Mister Ernesto Worthing. (Entra Jack. Vase Lane.)

ALGERNON.- ¿Cómo estás, querido Ernesto? ¿Qué te trae a la ciudad?

JACK.- ¡Oh, la diversión, la diversión! ¿Qué otra cosa puede ser? ¡Ya veo que tú estás comiendo como de costumbre, Algy!

ALGERNON.- (Severamente.) Creo que es costumbre en la buena sociedad, tomar un ligero refrigerio a las cinco. ¿Dónde has estado desde el jueves pasado?

JACK.- (Sentándose en el sofá.) En el campo.

ALGERNON.- ¿Y qué hacías allí?

JACK.- (Quitándose los guantes.) Cuando está uno en la ciudad, se divierte solo. Cuando está uno en el campo, divierte a los demás. Lo cual es extraordinariamente aburrido.

ALGERNON.- ¿Y quiénes son esas gentes a las que diviertes?

JACK.- (Con tono ligero) ¡Oh! Vecinos, vecinos.

ALGERNON.- ¿Tienes vecinos agradables en Shropshire?

JACK.- ¡Perfectamente molestos! Nunca hablo con ninguno de ellos.

ALGERNON.- ¡Cuánto debes divertirles! (Se levanta y coge un «sandwich».) A propósito, ¿tú eres de Shropshire, verdad?

JACK.- ¿Eh? Sí, claro. ¡Vaya! ¿Por qué todas esas tazas? ¿Esos sándwiches de pepino? ¿Por qué ese loco derroche en un hombre tan joven como tú? ¿Quién va a venir a tomar el té?

ALGERNON.- ¡Oh! Solamente mi tía Augusta y Gwendolen.

JACK.- ¡Qué encanto! ¡Perfecto!

ALGERNON.- Sí, está muy bien; pero me temo que tía Augusta no apruebe mucho que estés aquí.

JACK.- ¿Puedo preguntar por qué?

ALGERNON.- Querido amigo, tu manera de flirtear con Gwendolen es realmente vergonzosa. Es casi tanto como la manera de flirtear de Gwendolen contigo.

JACK.- Estoy enamorado de Gwendolen. He venido a la ciudad expresamente para declararme.

ALGERNON.- Yo creí que habías venido a divertirte... A eso yo le llamo negocios.

JACK.- ¡Qué poco romántico eres!

ALGERNON.- Realmente, no veo nada de romántico en una declaración. Es muy romántico estar enamorado. Pero no hay nada de romántico en una declaración definitiva. ¡Incluso e pueden decirle a uno que sí! Y creo que generalmente sucede así. Y entonces, ¡se acabó toda pasión! La verdadera esencia del romanticismo es la incertidumbre. Si alguna vez me caso, haré todo lo posible por olvidar el hecho.

JACK.- Eso no lo dudo, querido Algy. Pero el Divorcio fue inventado especialmente para la gente que tiene la memoria, extraordinariamente establecida.

ALGERNON.- ¡Oh, es inútil hacer reflexiones sobre este tema! Los divorcios se elaboran en el cielo... (Jack alarga la mano para coger un «sándwich». Algernon se interpone en el acto.) Por favor no toques los sándwiches de pepino. Están preparados especialmente para tía Augusta. (Toma uno y se lo come.)

JACK.- ¡Bueno, pero tú te los has estado comiendo todo el tiempo!

ALGERNON.- Es completamente distinto. Es mi tía. (Toma el plato de debajo.) Come pan con mantequilla. El pan con mantequilla es para Gwendolen. A Gwendolen le gusta con locura el pan con mantequilla.

JACK.- (Aproximándose a la mesa y sirviéndose) Y este pan y esta mantequilla son igualmente buenos.

ALGERNON.- Pero no es necesario que comas así como si fueras a engullírtelo todo. Actúas como si ya estuvieras casado con ella. Y todavía no lo estás, ni creo que lo estés jamás.

JACK.- ¿Por qué dices eso?

ALGERNON.- Porque en primer lugar, las muchachas no se casan nunca con los hombres con quienes flirtean. No lo consideran decente.

JACK.- ¡Oh, eso es una tontería!

ALGERNON.- No lo es. Es una gran verdad. Esa es la causa del extraordinario número de solteros que se ven por todas partes. En segundo lugar, yo no doy mi consentimiento.

JACK.- ¡Tu consentimiento!

ALGERNON.- Mi querido amigo, Gwendolen es mi prima hermana. Y antes de permitir que te cases con ella tendrás que aclararme el asunto de Cecily. (Toca el timbre.)

JACK.- ¡Cecily! ¿Qué quieres decir? ¿Qué quiere decir eso de Cecily, Algy? No conozco a nadie que se llame Cecily. (Entra Lane.)

ALGERNON.- Tráigame la cigarrera que Mister Worthing dejó en el salón de fumar la última vez que cenó aquí.

LANE.- Bien, señor. (Sale Lane.)

JACK.- ¿Eso quiere decir que todo ese tiempo has tenido mi cigarrera? Podías haber tenido la bondad de hacérmelo saber. He escribito furiosas cartas a Scotland Yard sobre esto. Estaba a punto de ofrecer una gran recompensa.

ALGERNON.- Muy bien; te ruego que me la ofrezcas. Casualmente, estoy más necesitado que de costumbre.

JACK.- No tendría objeto ofrecer una recompensa, puesto que se la ha encontrado.

(Entra Lane con la pitillera sobre una bandeja. Algernon la toma inmediatamente. Sale Lane.)

ALGERNON.- Debo decirte que eso me parece un poco roñoso en ti, Ernesto. (Abre la pitillera y la examina.) Sin embargo, no importa, porque ahora que veo la inscripción que hay aquí dentro me doy cuenta de que el objeto no es tuyo, después de todo.

JACK.- Claro que es mío. (Dirigiéndose hacia él.) La has visto en mis manos cientos de veces y no tienes ningún derecho a leer lo que hay escrito dentro. No es digno de un caballero leer una inscripción en una cigarrera particular.

ALGERNON.- ¡Oh! Es absurdo poner una regla rigurosa e invariable sobre lo que debe y no debe leerse. Más de la mitad de la cultura moderna depende de lo que no debe leerse.

JACK.- Estoy perfectamente de acuerdo con eso, y no me propongo discutir sobre la cultura moderna. Es un tema que uno no debe hablar en privado. Simplemente quiero mi cigarrera.

ALGERNON.- Sí; pero esta cigarrera no es tuya. Es un regalo de alguien que se llama Cecily, y tú me has dicho que no conoces a nadie de ese nombre.

JACK.- Bueno, ya que insistes: Cecily es mi tía.

ALGERNON.- ¡Tu tía!

JACK.- Sí. Es una señora vieja encantadora. Vive en Tunbridge Wells. Y ahora devuélveme eso, Algy.

ALGERNON.- (Refugiándose detrás del sofá.) ¿Pero por qué se llama a sí misma «la pequeña Cecily», si es tu tía y vive en Tunbridge Wells? (Leyendo.) «De parte de la pequeña Cecily,

con su más tierno amor».

JACK.- (Dirigiéndose hacia el sofá y arrodillándose sobre él.) Chico, ¿qué hay de raro en eso? Algunas tías son altas y otras no. Esto es una cuestión que seguramente una tía puede decidir por sí misma. ¡Tú crees que todas las tías deben ser iguales a la tuya! ¡Eso es absurdo! ¡Por Dios, devuélveme mi cigarrera!

(Persigue a Algernon alrededor de la estancia.)

ALGERNON.- Sí. Pero, ¿por qué tu tía te llama tío suyo? «De parte de la pequeña Cecily, con su más tierno amor, a su querido tío Jack». No hay nada

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