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Los Cien Años De Soledad resumen por paginas.

daiske1Resumen6 de Junio de 2016

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Resumen Cien Años De Soledad

Diego Armando Álvarez Mancipe

Colegio José Elías Puyana

Profesor: Eduardo Navas

Floridablanca

2014

Pág. 3: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos venia al pueblo. José Arcadio Buendía, cuya imaginación iba siempre más lejos, pensó que era posible de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. [pic 1]

Pág. 4: José Arcadio logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno. José Arcadio Buendía pasó los largos meses de lluvia encerrado en un cuartito. Construyó otro, reunió en el cuartito a los hombres del pueblo y les demostró, con teorías que resultaban incomprensibles, la posibilidad de regresar al punto de partida navegando hacia el Oriente. Melquíades había envejecido con una rapidez asombrosa.

Pág. 5: El sofocante mediodía en que reveló sus secretos. José Arcadio habría de trasmitir esto a toda su generación. Cuando volvieron los gitanos, Úrsula había predispuesto contra ellos a toda la población. El pavor se convirtió en pánico cuando Melquíades se sacó los dientes. José Arcadio de la noche a la mañana perdió todo interés en las investigaciones de alquimia. Quienes lo conocían desde los tiempos de la fundación de Macondo, se asombraban de cuánto había cambiado bajo la influencia de Melquíades.

Pág. 6: Al principio, José Arcadio Buendía era una especie de patriarca juvenil. En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio. De modo que dotó de herramientas de desmonte y armas de cacería a los mismos hombres que lo acompañaron en la fundación de Macondo; echó en una mochila sus instrumentos de orientación y sus mapas, y emprendió la temeraria aventura.

Pág. 7: Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español. Muchos años después, el coronel Aureliano Buendía volvió a travesar la región. Sus sueños terminaban frente a ese mar color de ceniza. Úrsula lo observó con una atención inocente, y hasta sintió por él un poco de piedad, la mañana en que lo encontró en el cuartito del fondo comentando entre dientes sus sueños de mudanza, mientras colocaba en sus cajas originales las piezas del laboratorio. Lo dejó terminar. 

Pág. 8: José Arcadio, el mayor de los niños, había cumplido catorce años. Ya desde entonces era evidente que carecía de imaginación. Aureliano, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. En el cuartito apartado, cuyas paredes se fueron llenando poco a poco de mapas inverosímiles y gráficos fabulosos, les enseñó a leer y escribir y a sacar cuentas, y les habló de las maravillas del mundo no sólo hasta donde le alcanzaban sus conocimientos, sino forzando a extremos increíbles los límites de su imaginación.

Pág. 9: Eran gitanos nuevos. En un instante transformaron la aldea. José Arcadio Buendía andaba como un loco buscando a Melquíades por todas partes. Por último llegó hasta el lugar donde Melquíades solía plantar su tienda, El gitano le envolvió en el clima atónito de su mirada, quedó flotando la resonancia de su respuesta: «Melquíades murió.» Aturdido por la noticia, José Arcadio Buendía permaneció inmóvil. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos vivieran la prodigiosa experiencia.

Pág. 10: Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Por eso asi era Úrsula. Eran primos entre sí. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía tuvo un hijo, nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Entonces por eso, Úrsula no quería tener relaciones.

Pág. 11: Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Una noche en que no podía dormir, Úrsula salió a tomar agua en el patio y vio a Prudencio Aguilar junto a la tinaja. Estaba lívido, con una expresión muy triste, tratando de cegar con un tapón de esparto el hueco de su garganta. Lo único que se llevó Úrsula fue un baúl con sus ropas de recién casada, unos pocos útiles domésticos y el cofrecito con las piezas de oro que heredé de su padre.

Pág. 12: Aunque daba lástima verlos con los vientres templados y los ojos lánguidos. José Arcadio Buendia no logró descifrar el sueño de las casas con paredes de espejos hasta el día en que conoció el hielo. Si no perseveró en sus tentativas de construir una fábrica de hielo. El joven José Arcadio participó apenas en el proceso. Úrsula, encinta por tercera vez, vivió de nuevo sus terrores de recién casada.

Pág. 13: Ella le pidió que esa noche fuera a buscarla. Se vistió a tientas. Se llamaba Pilar Ternera. Había formado parte del éxodo que culminó con la fundación de Macondo, arrastrada por su familia para separarla del hombre que la violó a los catorce años y siguió amándola hasta los veintidós, pero que nunca se decidió a hacer pública la situación porque era un hombre ajeno.

Pág. 14: Al principio el pequeño Aureliano sólo comprendía el riesgo, la inmensa posibilidad de peligro que implicaban las aventuras de su hermano, pero no lograba concebir la fascinación del objetivo. Un jueves de enero, a las dos de la madrugada, nació Amaranta. Estuvo rondando la casa varias horas, silbando claves privadas, hasta que la proximidad del alba lo obligó a regresar. En el cuarto de su madre, jugando con la hermanita recién nacida y con una cara que se le caía de inocencia, encontró a José Arcadio.

Pág. 15: José Arcadio estaba entre la multitud que presenciaba el triste espectáculo del hombre que se convirtió en víbora por desobedecer a sus padres. Era una ranita lánguida, de senos incipientes, pero tenía una decisión y un calor que compensaban su fragilidad. La lámpara colgada en la vara central iluminaba todo el ámbito. En una pausa de las caricias, José Arcadio se estiró desnudo en la cama, sin saber qué hacer, mientras la muchacha trataba de alentarlo

Pág. 16: La pasión de los otros despertó la fiebre de José Arcadio pero se fue con los gitanos. José Arcadio Buendía entonces supo que de algún modo inexplicable ella tenía la culpa de la fuga de su hermano y la consiguiente desaparición de su madre, y la acosó de tal modo, con una callada e implacable hostilidad, que la mujer no volvió a la casa. José Arcadio Buendía y su hijo observaban aquellos fenómenos con asustado alborozo. De pronto, casi cinco meses después de su desaparición, volvió Úrsula. Llegó exaltada, rejuvenecida, con ropas nuevas de un estilo desconocido en la aldea.

Pág. 17: Ella no compartía su alborozo. Le dio un beso convencional, como si no hubiera estado ausente más de una hora.Traían mulas cargadas de cosas de comer, carretas de bueyes con muebles y utensilios domésticos. Úrsula no había alcanzado a los gitanos, pero encontró la ruta que su marido no pudo descubrir en su frustrada búsqueda de los grandes inventos.

Pág. 18: El hijo de Pilar Ternera aunque recibió el nombre de José Arcadio, terminaron por llamarlo simplemente Arcadio para evitar confusiones. Cuando volvieron los gitanos saltimbanquis, ahora con su feria ambulante transformada en un gigantesco establecimiento de juegos de suerte y azar, fueron recibidos con alborozo porque se pensó que José Arcadio regresaba con ellos.

Pág. 19: Mientras su padre ponía en arden el pueblo y su madre consolidaba el patrimonio doméstico con su maravillosa industria de gallitos y peces azucarados que dos veces al día salían Úrsula, como siempre que él expresaba un pronóstico, trató de desalentaría can su lógica casera. Era normal que alguien llegara. Decenas de forasteras pasaban a diaria por Macondo sin suscitar inquietudes ni anticipar anuncios secretos. Sin embargo, por encima de toda lógica, Aureliano estaba seguro de su presagio.

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