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Romanticismo


Enviado por   •  17 de Agosto de 2014  •  801 Palabras (4 Páginas)  •  188 Visitas

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lII Periodo Evaluación de Comprensión lectora Tema: “Marianela”

Nombre: ______________________________________________________Grado:10º____Fecha:_________

Preguntas tipo l Selección múltiple con única respuesta de la 1 a la 7.

-Aguarda, hija, no vayas tan a prisa -dijo Golfín deteniéndose- déjame encender un cigarro.

Estaba tan serena la noche, que no necesitó emplear las precauciones que generalmente adoptan contra el viento los fumadores. Encendido el cigarro, acercó la cerilla al rostro de la Nela, diciendo con bondad: -A ver, enséñame tu cara.

Mirábale la muchacha con asombro, y sus negros ojuelos brillaron con un punto rojizo, como chispa, en el breve instante que duró la luz del fósforo. Era como una niña, pues su estatura debía contarse entre las más pequeñas, correspondiendo a su talle delgadísimo y a su busto mezquinamente constituido. Era como una jovenzuela, pues sus ojos no tenían el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba la madurez de un organismo en que ha entrado o debido entrar el juicio. A pesar de esta desconformidad, era admirablemente proporcionada, y su pequeña cabeza remataba con cierta gallardía el miserable cuerpecillo. Alguien decía que era una mujer mirada con vidrio de disminución; alguno que era una niña con ojos y expresión de adolescente. No conociéndola, se dudaba si era un asombroso progreso o un deplorable atraso.

-¿Qué edad tienes tú? -preguntole Golfín sacudiendo los dedos para arrojar el fósforo, que empezaba a quemarle. -Dicen que tengo diez y seis años -replicó la Nela, examinando a su vez al doctor. -¡Diez y seis años! Atrasadilla estás, hija. Tu cuerpo es de doce, a lo sumo. -¡Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenómeno -manifestó ella en tono de lástima de sí misma.

-¡Un fenómeno! -repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica-. Podrá ser. Vamos, guíame.

La Nela comenzó a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra de tan noble compañía. Iba descalza: sus pies, ágiles y pequeños denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. Vestía una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavío, así como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia, cierta independencia más propia del salvaje que del mendigo. Sus palabras, al contrario, sorprendieron a Golfín por lo recatadas y humildes, dando indicios de un carácter formal y reflexivo. Resonaba su voz con simpático acento de cortesía, que no podía ser hijo de la educación, y sus miradas eran fugaces y momentáneas, como no fueran dirigidas al suelo o al cielo.

-Dime -le preguntó Golfín- ¿tú vives en las minas? ¿Eres hija de algún

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