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Romeo Y Julieta


Enviado por   •  14 de Mayo de 2014  •  7.944 Palabras (32 Páginas)  •  257 Visitas

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LOS SIETE CONTRA TEBAS

PERSONAJES

Eteocles

Un mensajero explorador

Coro de doncellas tebanas

Antígona

Ismena

Un heraldo

La acción se desarrolla en Tebas. La escena representa la acrópolis de Tebas, con altares y estatuas de dioses. Llega Eteocles con un grupo de gente armada.

ETEOCLES. Pueblo de Cadmo, el vigía del bien público en la proa de la ciudad dirigiendo el timón sin dejar cerrar sus ojos por el sueño, ha de decir lo que exige el momento. Pues si alcanzamos éxito, el mérito es de los dioses; pero si, por el contrario, lo que ojalá no ocurra, sucede una desgracia, sólo el nombre de Eteocles correrá por la ciudad cantado por los ciudadanos con himnos increpantes y con lamentos, de los cuales Zeus Preservador sea un nombre veraz para esta ciudad de los cadmeos. Ahora vosotros, el que todavía no alcanza el pleno vigor de la juventud y aquel que ya ha salido de ella por la edad, acrecentando grandemente el empuje del cuerpo y poniendo cada uno la solicitud que conviene, debéis ayudar a la ciudad y a los altares de los dioses de esta tierra para que sus honores nunca sean borrados, y a los hijos y a la Tierra madre, amadísima nodriza; pues ésta en vuestra infancia, cuando os arrastrabais por su suelo bondadoso, aceptando, como hospedera, toda la fatiga de vuestra niñez, os crió para que fuerais ciudadanos portadores de escudos, fieles en la presente necesidad. Y ahora, hasta este día, el dios inclina favorable la balanza; pues en todo este tiempo en que estamos sitiados, la guerra, gracias a los dioses, se desarrolla casi siempre bien. Mas ahora, según dice el adivino, pastor de aves, que en sus oídos y en su mente, sin ayuda del fuego, maneja los pájaros proféticos con un arte que no miente, éste, señor de tales augurios, dice que el ataque mayor de los aqueos se decide en un consejo nocturno y va a lanzarse sobre la ciudad. Ea, pues, marchad todos a las almenas y a las puertas de las torres, lanzaos con todas vuestras armas, llenad los parapetos, colocaos en las terrazas de las torres, en las salidas de las puertas, resistid confiadamente y no temáis demasiado la turba de los asaltantes; la divinidad lo acabará todo bien. He enviado vigías y exploradores del ejército, los cuales confío que no harán el camino inútilmenne. Una vez los habré oído, no hay miedo de que sea cogido con engaño.

(Llega un mensajero.)

MENSAJERO. Eteocles, nobilísimo señor de los cadmeos, vengo del ejército trayendo de allí noticias ciertas; yo mismo soy testigo de los hechos. Siete guerreros, impetuosos capitanes, degollando un toro en un escudo negro, y mojando sus manos en la sangre del toro, por Ares, Enio y Terror juraron o destruir y saquear por la violencia esta ciudad de los cadmeos o, muriendo, empapar esta tierra con su sangre. Después colgaron con sus manos en el carro de Adrasto recuerdos suyos para sus padres en las casas, derramando lágrimas; pero ninguna queja había en sus labios, pues su corazón de hierro, inflamado de valentía, respiraba coraje, como leones con ojos llenos de Ares. Y la prueba de esto no se retarda por negligencia: los dejé echando suertes a qué puerta cada uno de ellos, según obtuviera en el sorteo, conduciría sus tropas. Ante esto, coloca como jefes rápidamente a los mejores guerreros escogidos de la ciudad, en las salidas de las puertas; pues cerca ya el ejército argivo, con toda su armadura, avanza, levanta polvo y una espuma blanca mancha la llanura con la baba que sale de los pulmones de los caballos. Tú, como diestro piloto, defiende la ciudad antes de que se desaten las ráfagas de Ares, pues ya grita la ola terrestre del ejército. Aprovecha para ello la circunstancia, lo más pronto posible; yo, en adelante, tendré mis ojos fiel vigía de día, y sabiendo con un relato exacto lo que sucede fuera de las murallas, serás sin daño.

(Se marcha el mensajero.)

ETEOCLES. Oh Zeus, y Tierra, y dioses protectores de la ciudad, y Maldición, Erinis poderosa de un padre; a esta ciudad, al menos, os ruego, no arranquéis de cuajo, enteramente destruida, presa del enemigo a ella que vierte el habla de Grecia, ni a los hogares de sus mansiones. No doméis jamás con los yugos de la esclavitud una tierra libre y una ciudad de Cadmo. Sed nuestra fuerza: creo decir cosas de interés común; pues una ciudad próspera, honra a sus diosas.

(Sale Eteocles y llega el coro de mujeres tebanas que evolucionan en la orquesta.)

CORO. Clamo temibles, grandes males: el ejército avanza. Dejando el campamento fluyen numerosos destacamentos de caballería. El polvo que veo subir al éter me lo confirma, mudo, claro, verídico mensajero. Se ha apoderado de los llanos de mi tierra un ruido de armas, que se acerca, vuela, ruge, como invencible torrente que golpea la montaña. ¡Ay, ay, dioses y diosas! ¡Alejad el mal que nos acomete!

Un griterío por encima de las murallas. El ejército de blancos escudos, dispuesto ya, se lanza rápido contra la ciudad. ¿Quién nos salvará, cuál de los dioses o diosas nos defenderá? ¿Me arrojaré cabe las estatuas de los dioses? ¡Ay, felices, bien firmes en vuestros santuarios! Es el momento de abrazarse a las estatuas. ¿Por qué nos demoramos gimientes?

¿Oís o no oís estrépito de escudos? ¿Cuándo, si no ahora, presentaremos súplicas de peplos y coronas?

Veo ese estrépito: no es el choque de una sola lanza. ¿Qué vas a hacer? ,Traicionarás, Ares, antiguo dios indígena, tu tierra? Demon de áureo casco, mira, mira la ciudad que un día te fue tan querida!

Dioses defensores del país, venid todos. Contemplad esta tropa de vírgenes suplicantes que teme la esclavitud. Alrededor de la ciudad una ola de soldados de ondeante penacho muge, empujada por los soplos de Ares. Pero tú, ¡oh Zeus, Zeus!, padre que todo lo cumples, aleja para siempre de enemigos la presa. Pues los argivos están cercando la ciudad de Cadmo, me invade el temor de sus armas de guerra. Entre las quijadas de caballos los frenos proclaman ya matanza. Siete distinguidos capitanes del ejército, blandiendo lanzas impetuosas, avanzan hacia las siete puertas, escogidas a suerte.

¡Oh tú, hija de Zeus, fuerza que ama las batallas, sé nuestra salvadora, Palas! ¡Y tú, jinete soberano, que gobiernas el ponto con tu ingenio, arpón de peces, Posidón, líbranos de estos temores! ¡Y tú, Ares, oh, oh, guarda una ciudad que lleva el nombre de Cadmo, cuídala manifiestamente! Y Cipris, madre antigua de nuestra raza, protégenos, pues hemos nacido de tu sangre, y a ti nos acercamos invocándole con súplicas que imploran tu divinidad. Y tú, príncipe matador de lobos, sé un lobo para la hueste enemiga, vengando mis Sollozos. Y tú, virgen nacida de Leto, prepara bien el arco. ¡Ah, ah! Oigo estruendo de carros en torno a Tebas. ¡Oh, Hera, Señora!

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