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Un Viejo Que Leia Novelas De Amor


Enviado por   •  20 de Julio de 2014  •  601 Palabras (3 Páginas)  •  330 Visitas

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El alcalde deseaba zafarse de él. Con sus respuestas agudas hería sus principios de animal autoritario, y había dado con una fórmula elegante de quitárselo de encima. Al viejo no le importaba mayormente lo que pensara el gordo sudoroso. Tampoco le importaba la recompensa ofrecida. Otras ideas viajaban por su mente. Algo le decía que el animal no estaba lejos. Tal vez los miraba en esos momentos, y recién empezaba a preguntarse por qué ninguna de las víctimas le molestaba. Posiblemente su vida pasada entre los shuar le permitía ver un acto de justicia en esas muertes. Un cruento, pero ineludible, ojo por ojo. El gringo le había asesinado las crías y quién sabe si también el macho. Por otra parte, la conducta del animal le permitía intuir que buscaba la muerte acercándose peligrosamente a los hombres, como lo hiciera la última noche, y antes, al ultimar a Plascencio y a Miranda. Un mandato desconocido le dictaba que matarla era un imprescindible acto de piedad, pero no de aquella piedad prodigada por quienes están en condiciones de perdonar y regalarla. La bestia buscaba la ocasión de morir frente a frente, en un duelo que ni el alcalde ni ninguno de los hombres podrían comprender. —¿Qué me respondes, viejo? —repitió el alcalde. —Conforme. Pero me dejan cigarros, cerillas y otra porción de cartuchos. El alcalde respiró aliviado al oír la aceptación y le entregó lo pedido. El grupo no tardó demasiado en preparar los detalles del regreso. Se despidieron, y Antonio José Bolívar se dio a la tarea de asegurar la puerta y la ventana de la choza. A media tarde oscureció, y bajo la luz taciturna de la lámpara retomó la lectura mientras esperaba rodeado por los ruidos del agua deslizándose entre el follaje. El viejo repasaba las páginas desde el comienzo. Estaba molesto de no conseguir apropiarse del argumento. Repasaba las frases memorizadas y salían de su boca carentes de sentido. Sus pensamientos viajaban en todas direcciones buscando un punto determinado en el cual detenerse. —A lo mejor tengo miedo. Pensó en un proverbio shuar que aconsejaba esconderse del miedo, y apagó la lámpara. En la oscuridad se tendió sobre los costales con la escopeta preparada descansando encima del pecho, y dejó que los pensamientos se aquietaran como las piedras al tocar el lecho del río. Vamos viendo, Antonio José Bolívar. ¿Qué te pasa? No es la primera vez que te enfrentas a una bestia enloquecida. ¿Qué es lo que te impacienta? ¿La espera? ¿Preferirías verla aparecer ahora mismo derribando la puerta y tener un desenlace rápido? No ocurrirá. Sabes que ningún animal es tan necio como para invadir una guarida extraña. ¿Y por qué estás tan seguro de que la hembra te buscará a ti, precisamente? ¿No piensas que la bestia, con toda la inteligencia que ha demostrado, puede decidirse por el

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grupo de hombres? Puede seguirlos y eliminarlos uno por uno antes de que lleguen a El Idilio. Sabes que puede hacerlo y debiste advertírselo, decirles: «No se separen ni un metro. No duerman, pernocten despiertos y siempre a la orilla del río». Sabes que aun así para la bestia sería fácil emboscarlos, dar el salto, uno al suelo con el gaznate abierto, y antes de que los demás se repongan del pánico ella estará oculta, preparando el siguiente ataque. ¿Crees que la tigrilla te siente un ser igual? No seas vanidoso, Antonio José Bolívar. Recuerda que no eres un cazador, porque tú mismo has rechazado siempre ese calificativo, y los felinos siguen al verdadero cazador, al olor a miedo y a verga parada que los

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