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Bernardo y Levitan

marynacApuntes29 de Noviembre de 2023

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AGUSTÍn PeDROTe AZnAR

BeRNaRDO Y LevIaTÁN

Primera edición: 2009

Segunda edición: 2010

DR © Palabra de Clío, A. C. 2007 Insurgentes Sur #1810, Col. Florida CP 01030 México, D.F.

ISBN: 978-607-95085-5-5

Coordinación editorial: José Luis Chong Cuidado de la edición: Víctor Cuchí Espada Diseño de portada: Omar Rubalcava Diseño de interiores: Elena Pego

Impreso y hecho en México www.palabradeclio.com.mx

Para Sandy

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Para Ángel

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Para Neguev, Samuel y Lisania

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         En la cabeza de Bernardo…        [pic 3][pic 4]

Al final siempre ella

Casi siempre los cambios nos hacen sentir mejor, pero en pocas ocasiones me siento tan bien como hoy. Después de mucho esfuer- zo, entre trabajo y estudio, terminé el doctorado que ha minado mi sueño y mis fines de semana, y sumado a esto, se me invita a traba- jar como director de una de las clínicas Madox. El doctor Madox siempre ha sido uno de mis preferidos; sus teorías sobre rehabilita- ción del subconsciente profundo cambiaron los tratamientos a fi- nes de los años noventa: generar un ambiente propicio a la mejoría

—a lo que se suma un tratamiento que a cada padecimiento le da su correcto tiempo de recuperación, terapias de música y relajación, acompañado todo de una serie de sesiones personalizadas en las que la presión era mínima así como sesiones diarias de ejercicio— fue su éxito. Él siempre procura que la mitad de los pacientes de sus clínicas sean casos que ninguna otra clínica quiere admitir y así dar un poco de esperanza y a veces regresar a la vida a gente que no ha tenido otra oportunidad…

Hace mucho que los nervios de iniciar una etapa nueva no me hacían sentir burbujas en la cabeza. Amanecí antes que de costum- bre y sé que llegaré a trabajar antes de tiempo, sé que me espera algo bueno, sé que me espera un reto y quiero tomarlo con todo lo que implique… Si estuvieras aquí…

         La bienvenida…        [pic 5][pic 6]

Imponente clínica

A su llegada a la clínica y tras un brevísimo saludo a los responsa- bles de las áreas, los recién llegados Bernardo y Braulio son guiados por Joel, el jefe de enfermeros, un hombre corpulento ya entrado en años, moreno y alto, con el cabello entrecano, la cara arrugada y una fácil sonrisa en los labios; algunas manchas hepáticas marcan sus muy velludos brazos. La clínica es mucho más grande de lo que parecía desde el exterior que, en muchas ocasiones, había llamado su atención. Localizada en un bosque muy cercano a la ciudad, la construcción de mediados del siglo pasado, con cierto aire de plantación sureña en los tiempos de la esclavitud, se impone con el blanco de sus muros que contrastan con la espesura del bosque a sus espaldas; las columnas de madera que sostienen la terraza que a lo largo de la fachada recorta el edificio, proyectan una sombra que invita a sentarse en el andador de madera con un par de mesas donde, en otra época seguramente algunas damas tomaron tea con limón. Todo contrasta con la firmeza de los canceles de aluminio blanco reforzado que, si bien se integran a la construcción, le dan una ruda imagen de fortaleza: la seguridad discreta pero presente se declara sólo al ojo conocedor: sensores de movimiento y pa- neles detectores de chips de identidad se instalaron en la entrada de la reja y en el perímetro del terreno, así como en las entradas y salidas del edificio, pero adentro de la clínica, la vigilancia es más relajada, contando únicamente con sensores de presencia en las habitaciones y alguna cámara en las zonas comunes, ya que había que respetar la privacidad de los pacientes como principio básico del sistema Madox de recuperación.

El recorrido por las seis salas y más de cien habitaciones dura

casi dos horas, hasta rematar en la elegante y amplia oficina de dirección que, a pesar del lujo de la decoración, pierde su encanto por la capa de polvo y las estanterías vacías a causa de los más de tres meses de ausencia de un director general… Tras abrir las corti- nas y los portones que miran a la terraza y a los enormes jardines, Bernardo empieza a creer que es realidad… No ha habido una ce-

remonia de bienvenida ni la banda universitaria a su llegada; en realidad, nadie de alta jerarquía del grupo de administración lo ha recibido, pero sí ha encontrado sobre el escritorio un libro Esperan- zas profundas del doctor Madox, junto a una tarjeta de bienvenida de la mesa directiva.

Poco después, tres hombres entran con cajas llenas de libros y documentos al despacho. Los letreros pegados en los costados de las cajas indican que son para Bernardo: libros, expedientes, diplo- mas, algunos cuadros y todas esas cosas que aderezan un escritorio y que habían acompañado al Doctor durante los últimos años.

Dando una mirada al reloj, Bernardo se dispone a iniciar el tra- bajo, está ansioso porque termine la visita guiada para empezar con lo más importante… Necesita ver a los pacientes, interactuar con los tratantes y enfermeros… Eso es lo que le hace sentirse vivo…

—¿Por qué no dejamos a los señores terminar la mudanza y comenzamos a trabajar con los pacientes…? ¿Qué tenemos hoy, Joel?

—Como cada lunes, terapias de grupo, aunque para esta hora ya un par de salas lo hicieron. Seguramente llegamos a tiempo para el Pabellón 3.

—Vamos… ¿por qué no de camino me vas hablando de lo que vamos a encontrar?

—Es un grupo pequeño, doce personas, todos hombres y, diría yo, todos con múltiples padecimientos. Por ejemplo, está Leonar- do; lleva dos años con nosotros y habla muy poco; sufre de un des- orden de limpieza compulsiva que lo orilla a no querer contacto alguno con cualquier cosa que no haya limpiado él mismo y sólo usa color blanco en su ropa. Él fue el que pidió a su familia que lo ingresaran después de visitar varios lugares. También está Julián que ha evolucionado correctamente de una esquizofrenia interme- dia a una moderada, pero se estancó hace algunos meses desde que le retiraron casi todos los medicamentos. El doctor Menéndez espera que la combinación de terapias física, grupal y las sesiones individuales poco a poco lo ayuden a salir adelante. Por otro lado, está Guillo, un joven de apenas veinte años que, después de una sobredosis, no ha podido recuperarse; le cuesta trabajo entender y

su edad mental apenas supera los dos años; es un caso triste, su fa- milia se turna para venir y casi todos los días están con él por lo me- nos una hora, y esperan que podamos mejorar su condición básica. Por el momento, no es capaz de cuidarse solo; tenemos también un agorafóbico de casi doscientos kilos que se llama René; tiene un pésimo carácter y es una víctima de la tecnología. Pasó seis años sin salir de su casa haciendo compras por Internet y teléfono, y trabajando desde la computadora; de hecho, él actualmente trabaja desde la clínica, y desde que llegó, ha bajado casi veinte kilos y la terapia física comienza a corregir la postura que lo llevó a usar silla de ruedas antes de que llegara. Encontrará también el caso de Tano, que sólo habla incoherencias y presenta un desorden de atención muy profundo; lleva más de diez años en distintas clínicas y con nosotros llegó el año pasado. También están Ramón y Pablo que se conocieron aquí, ambos con trastornos de identidad. Ramón, además, tiene tendencias suicidas. Está Enrique, mitómano y clep- tómano: él está aquí por un mandato judicial por reincidencia en robo, y la corte lo declaró mentalmente inestable, así que estará aquí hasta que la junta de libertad condicionada del estado lo con- sidere curado. Y están tres desconocidos a los que les proporcio- namos nombre: Tomás, que tiene, según los doctores, más de diez padecimientos: desde desorden de identidad hasta bipolaridad, pa- sando por fobias diversas, y Sergio, que fue atropellado y presenta una amnesia profunda y sólo habla contra la pared… Y también está Miguel; es un autista profundo de, creo, unos treinta años; y para cerrar el grupo está Esaú de unos veinticinco años, quien ha tratado de suicidarse en tres ocasiones, pero desde que está con nosotros va reaccionando y entiendo que es posible que lo den de alta en un mes o dos.

—¿Todos los grupos son tan diversos?

—Son parte de las políticas de la clínica; de hecho, los grupos rotan cada seis meses; siempre se integran a pacientes distintos en las terapias de grupo.

Al llegar a la puerta de la sala de sesiones, Bernardo mira a tra- vés del cristal de la puerta para preparar su entrada. El panorama es simple: una habitación pintada de blanco con suelo de placas

de plástico en tonos grises, un enorme ventanal con vista al bos- que y trece sillas dispuestas en círculo. En la que da la espalda a la puerta, con bata blanca y pantalones negros se encuentra el Psicó- logo tratante, con una tablilla digital en la que toma notas mientras se dirige a uno de los pacientes. Sólo siete sillas están ocupadas por pacientes en sus uniformes normales a base de ropa deportiva en color azul claro con una franja oscura y playera blanca, excep- tuando a Leonardo, que viste completamente de blanco y está de pie con los brazos cruzados evitando hacer contacto alguno con su entorno. Después de unos segundos, Bernardo abre la puerta y entra junto con Joel a la sala, y sin hacer ruido ni decir palabra se ubica en la esquina para observar la terapia y a cada uno de los personajes.

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