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Apología De Sócrates


Enviado por   •  9 de Abril de 2015  •  1.369 Palabras (6 Páginas)  •  131 Visitas

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La apología puede dividirse en tres partes, cada una

de las que tiene su objeto.

En la primera parte , la que precede á la deliberación

de los jueces sobre la inocencia ó la culpabilidad del acusado

, Sócrates responde en general á todos los adversarios

que le han ocasionado su manera de vivir lejos de los

negocios públicos y sus conversaciones de todos los dias

en las plazas, en las encrucijadas y en los paseos de Atenas.

Sócrates, se decia, es un hombre peligroso, que intenta

penetrar los misterios del cielo y de la tierra, que

tiene la maña de hacer buena la peor causa, y que

enseña públicamente el secreto. Sócrates responde que

jamás se ha mezclado en las cosas divinas; que su enseñanza

no era como la de los sofistas que exigian un salario,

si bien sobre este último punto no habia acusación. En

fin, en apoyo de esta enseñanza popular, esforzándose en

hacer ver á los unos su falsa ciencia, y á los otros su ignorancia,

invoca una misión sagrada recibida del dios de

Belfos. ¿ Era este el camino de congraciarse , teniendo en

frente los resentimientos profundos que hacia mucho

tiempo habia excitado su punzante ironía ? No; toda esta

justificación, que elude los cargos más bien que los rechaza

, sólo podia servir para aumentar la desconfianza

de los jueces, prevenidos ya en su contra.

Así es que su verdadero valor y su interés aparecen

por entero en la consecuencia moral, que Sócrates procura

deducir con tanta profundidad como ironía. Dice que ha conversado sucesivamente con los poetas , con los políticos

, con los artistas y con los oradores; es decir, con

los hombres que pasan por los más hábiles y los más

sabios de todos; y como ha visto en los unos y en los

otros, en medio de su exagerada pretensión á una sabiduría

y á una habilidad universales, igual incapacidad para

justificarlos hasta en el dominio limitado de su respectivo

arte, declara que á sus ojos la sabiduría humana es bien

poca cosa, ó más bien ,• que no es nada si no se inspira en

la única verdadera sabiduría, que reside en Dios, y que

sólo se revela al hombre por las luces de la razón.

Pero los enemigos de Sócrates no se contentaron con

^acusaciones generales, y formularon, por boca de Melito,

estas dos acusaciones concretas: primero, que corrompía á

los jóvenes; segundo, que no creía en los dioses del Estado

y que los sustituía con extravagancias demoniacas. Estos

dos cargos se llamaban y apoyaban el uno al otro , porque

tenían por fundamento común el crimen de ultraje á

la religión.

Sobre el primer punto , Sócrates responde solamente

que por su interés personal no era fácil que corrompiera

á los jóvenes, porque los hombres deben esperar más mal

que bien de aquellos á quienes dañan. Su defensa sobre el

segundo punto no es más categórica. Porque, en lugar de

probar á Melito que cree en los dioses del Estado, Sócrates

cambia los términos de la acusación, y prueba

que cree en los dioses, puesto que hace profesión de creer

en los demonios, |hijos de los dioses. ¿Pero estos dioses

son los de la república? Sobre esto nada dice.

Su arenga toma de repente un carácter de elevación y

fuerza, cuando invocando su amor profundo á la verdad

y la energía de su fe en la misión de que se cree encargado,

revela, delante dé los jueces, el secreto de toda su

vida. Si no ha vivido como los demás atenienses; si no ha

ejercido las funciones públicas, no ha sido por capricho ni por misantropía. Obedecía resueltamente la voluntad

de un Dios, que desde su juventud le estrechaba á consagrarse

á la educación moral de sus conciudadanos. Así es

que contra sus intereses más caros, se ha visto , aunque

voluntariamente, convertido en instrumento dócil de

la Divinidad. ¿Y no preveía las luchas y los odios que debía

causarle semejante misión? Sí; pero estaba resuelto á

sacrificar en su obsequio hasta la vida. Esta confianza

admirable , que enlaza y domina el debate, hace ver claramente

que Sócrates cuidaba menos del resultado de su

causa que del triunfo de sus doctrinas morales. En este

último discurso, que le es permitido, sólo ve la ocasión de

dar una suprema enseñanza, la más brillante y eficaz

de todas.

Se nota, sin

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