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Arquitectura sin límites


Enviado por   •  27 de Abril de 2022  •  Tesis  •  12.997 Palabras (52 Páginas)  •  57 Visitas

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Introducción

Arquitectura sin límites

El presente trabajo estudia la evolución de los modos de habitar a lo largo de la historia y su relación con la arquitectura doméstica coetánea.


Hipótesis

¿Por qué proyectar de esta forma?

Plantear un proyecto sin límites, es decir, con mayor interacción entre espacios, representa la búsqueda de una forma distinta de vivir, cambiar el paradigma actual del habitar. Lo que, a su vez, permitiría utilizar el espacio de manera tal que se evitarían circulaciones y recorridos residuales, generando una eficiencia absoluta en cuanto a la utilización del mismo.

¿Cómo afectaría a la vida la consecuente interrelación de programas?

Las divisiones están destinadas a separar las actividades, confiriéndoles una condición de individualidad, es allí donde se vería evidenciada la mayor transformación. La relación entre las personas sería entonces lo que se transformaría, convirtiéndose en el elemento compositivo de la obra.


Marco teórico

Sobre Figuras, puertas y pasillos

Actualmente las necesidades de las personas y las formas en que estas se satisfacen se encuentran predefinidas, esto implica una vivienda cuya composición también lo está. Como consecuencia, el modo de habitar se encuentra condicionado.

El modo de vida actual, pese a lo que pueda creerse, tiene una historia breve.

En arquitectura se acostumbra a representar espacios, relegando la aparición del sujeto. Por ello es necesario recurrir a otras fuentes, como pueden ser fotografías o pinturas coetáneas, para entender las relaciones humanas.

La pintura del alto renacimiento (finales del siglo XV y primeras décadas del siglo XVI), por ejemplo, se caracterizó por la interacción entre las personas. En este período se hizo evidente en los cuadros de índole religiosa una transformación en las relaciones entre las figuras divinas y aquellas mundanas que requiere una interpretación que trascienda el tema de la obra para su correcto entendimiento. Es decir, que las relaciones personales eran un concepto de composición del arte, se buscaba dar cuenta de la realidad social más que reflejar una escena bíblica.

Este concepto de composición bien puede trasladarse a la arquitectura. Comparando una obra de la misma época como puede ser la Villa Madama, proyectada por Rafael entre los años 1518 y 1519, se pueden reconocer dos características principales. Una sería la multiplicidad de puertas en las habitaciones y la otra, la fusión entre recorrido y espacio. Esta última, era prácticamente común en toda la arquitectura doméstica anterior al año 1650.

La homogeneidad entre recorrido y espacio fue replanteada por primera vez, según se cree, por John Thorpe en el año 1597 con la proyección del corredor distribuidor de la casa Beaufort.

Este nuevo recurso de movimiento apareció paralelo al sistema de habitaciones comunicantes en un principio. Su utilidad era separar a los sirvientes de los habitantes y sus invitados. Esto significa que su origen tiene bases sociales lo que reafirma esta componente nuevamente como un concepto de composición.

Dos exponentes de esta nueva práctica que, a su vez, permiten comparar aplicaciones diferentes, son Coleshill de Roger Pratt, construída entre los años 1650 y 1677, y Amesbury de John Webb, contruída en el año 1661.

En el caso de Coleshill el pasillo se presenta seccionando la obra, por lo que a pesar de la interconectividad entre las habitaciones en ocasiones el uso del corredor es obligatorio constituyendo así una separación funcional además de social. En Amesbury, en cambio, el distribuidor ocupa únicamente el espacio necesario para permitir el movimiento del servicio y la circulación vertical, posibilitando a los habitantes recorrer la planta en su totalidad sin la necesidad de circular por el pasillo. La segregación social lleva incluso a disponer en el proyecto dos escaleras, una para cada clase social.

La invención del corredor no fue el resultado de un proceso de análisis previo como lo han sido otros elementos transformadores de la arquitectura, su aplicación y evolución se debió a la búsqueda creciente de privacidad por parte de la sociedad. Un ejemplo de esto son las declaraciones de Cotton Mather, un reverendo puritano inglés, que creía que el contacto entre las personas debía existir sólo en caso de ser necesario, útil.

Se puede comparar entonces la actitud de Mather con la escencia contemporánea del pasillo que, con el paso del tiempo y las nuevas necesidades sociales, dejó de ser empleado para evitar el contacto entre habitantes y sirvientes y se utilizó para separar funcionalmente la vivienda, eliminando así el paso por habitaciones donde no hubiese asuntos que atender y, consecuentemente, la interacción entre las personas aunque pertenezcan a la misma clase social.

A pesar de esta nueva necesidad de un espacio propio del yo, los modelos domésticos del siglo XVIII continuaron con la aplicación de ambos sistemas de movimiento. Fue a partir del siglo XIX que el pasillo pasó a ser el único protagonista.

Un importante referente del siglo XIX fue Robert Kerr, quien en 1864 publicó el libro “The gentleman’s house”, donde exponía una teoría que apoyaba la compartimentación de la planta y el acceso universal.

El autor analiza una obra propia, del mismo año que el libro, separándola en espacios de destino y de movimiento. La circulación de las personas se encuentra definida y ya no existen múltiples recorridos como ocurría tiempo atrás en las plantas con matriz de habitaciones comunicantes.

La aplicación efectiva del pasillo como único medio de circulación hizo del movimiento de las personas un elemento de composición de la planta, lo relevante ahora es la ubicación de los espacios respecto al conector y no al resto de la habitaciones como lo supo ser.

Instaurada esta noción de privacidad, la arquitectura doméstica continuó hacia una camino funcional y se fue desviando de las personas como objetivo de la vivienda. Se comenzó a poner más atención a la foma de construir deribando en la preocupación actual que, en ciertos casos, deja completamente de lado los intereses sociales.

Incluso quienes intentaron restaurar el habitar como insumo proyectual cayeron en el nuevo paradigma. Es conocido el caso de William Morris que junto a Phillip Webb proyectaron la Red House en el año 1859, poco tiempo después de que Morris pintara su óleo conocido como La bella Isolda. Los deseos de Morris de volver a una arquitectura medieval sólo alcanzaron a la forma de construir la casa, la planta en sí misma no tenía esa carga de carnalidad característica del medioevo. Por otra parte, en su cuadro se identifica también la vivencia social del momento, se compone de dos figuras aisladas que no entablan relación, incluso hasta parecen ignorar la presencia del otro.

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