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Así Habló Zaratustra

vaca1111 de Febrero de 2015

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PARTE PRIMERA. LA MUERTE DE DIOS Y EL OCASO DE LOS VALORES SUPREMOS DE LA METAFÍSICA.

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Cuando Zaratustra descendió de la montaña, luego de permanecer en ella diez en soledad, se encontró con un viejo santo en el bosque colindante a la ciudad. Este lo miró primero extrañado, pero luego finalmente lo reconoció; había visto ascender a este viajero hace ya bastante tiempo, llevando consigo su propia ceniza. Sin embargo, ahora le parecía otro. “Zaratustra está transformado, Zaratustra se ha convertido en un niño, Zaratustra es un despierto” (AHZ, “Prólogo”, 2). ¿Qué había acontecido en el espíritu de Zaratustra que lo volvió casi irreconocible para el santo? El sol y su luminosidad acompañaron a Zaratustra en la soledad de su caverna. A este habla agradecido al comienzo del prólogo. Zaratustra ha sido, durante diez años, el cántaro donde la sabiduría solar ha derramado su sobreabundancia y bendición.

Esto quiere decir que no debemos comprender su soledad como un mero aislamiento individual sino, por el contrario, como una experiencia fundamental donde el fondo de todas las cosas irrumpe en él, transformando radicalmente su corazón, transformando su comprensión del ser en cuanto tal. Es por eso que, si bien el mismo Zaratustra no logra encontrar el significado profundo de este acontecimiento sino hacia el final de su camino, el santo no puede, en primera instancia, reconocerlo. Zaratustra había sido tocado en su esencialidad más profunda.

Ahora bien, no obstante serle aún un profundo enigma su más propia tarea y destino, Zaratustra da por sabido un evento de tan gran magnitud e importancia para la humanidad que se sorprende de que el sabio lo ignore por completo. Es más, es este gran acontecimiento el que lleva a Zaratustra al valle de los hombres, el que lo conduce, lleno de anhelo y esperanza, a regalar y vaciar su sabiduría en las copas vacías de la humanidad. Esta verdad que se le ha aparecido durante su permanencia en la montaña, aparece en el libro por primera vez luego de escuchar Zaratustra las palabras del viejo santo referidas a su entrega y vocación a Dios. “¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!” (AHZ, Prólogo, 2).

La muerte de Dios es el gran acontecimiento que Zaratustra escucha en la solitaria cumbre de su montaña. Su muerte no está referida a ninguna decisión humana.

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Tampoco se trata de una opinión que Zaratustra se haya formado en soledad y que ahora quiere compartir con nosotros, los hombres del valle. Por el contrario, como lo expresa maravillosamente en el inicio del prólogo, es Zaratustra quién se ha visto interpelado y provocado por la originaria sabiduría del sol. Es por eso que, en cierto sentido, siente compasión por la ceguera del viejo santo. La muerte de Dios no es una opinión entre otras sino el cumplimiento del destino oculto de la humanidad. En el modo cómo ella se haga cargo de este destino se pone en juego no otra cosa que su propio porvenir.

Nietzsche expresa la idea de la muerte de dios por primera vez en La ciencia jovial, al inicio del libro tercero. Allí escribe;

Después de la muerte de Buda, durante siglos se mostró su sombra en una caverna—una sombra monstruosa y pavorosa. Dios ha muerto: sin embargo, tal como es la especie humana, durante milenios habrá cavernas en las que tal vez se mostrará su sombra. Y nosotros—¡también nosotros tenemos que vencer todavía su sombra! (CJ, 108).

La muerte de Dios tardará aún mucho tiempo en ser comprendida y, lo más importante, asumida en su integridad por el hombre, con todas las consecuencias que lleva implícita. Pues, como señala Nietzsche en Más allá del bien y del mal;

Los acontecimientos y pensamientos más grandes—y los pensamientos más grandes son los acontecimientos más grandes—son los que más se tarda en comprender:

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