Autonomia Y Heteronomia
nachapin8 de Octubre de 2012
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Para conocer y juzgar la bondad o maldad moral de las acciones que realizamos y vemos día a día, utilizamos aquella capacidad que poseen todas las personas, la llamada conciencia moral. Esta conciencia moral mueve y orienta nuestra conducta en la dirección que consideramos más correcta, lo que el lenguaje popular habla de una especie de voz interior, la voz de la conciencia que inspira, obliga y sanciona la moralidad de nuestras acciones. La voz de la conciencia es como un juez interior que nos obliga, que nos aplaude o nos sanciona, que nos indica cuándo actuamos de forma correcta o incorrecta. Sobre esto, Kant afirma:
“Todo hombre tiene conciencia y se encuentra observado, amenazado y, en general, sometido a respeto por un juez interior; y esa autoridad que vela en él por las leyes no es algo producido arbitrariamente por él mismo, sino inherente a su ser.”
A la hora de juzgar sobre la bondad o maldad de nuestras acciones la conciencia se sirve de principios en virtud de los cuales la persona rige su vida. A veces no sabemos muy bien cuáles son nuestros principios, pero lo cierto es que cualquier persona se atiene a ciertos principios, se dé cuenta o no de ello. Estos principios pueden venirle impuestos o dárselos ella misma, racional y libremente. Así pues podemos hablar de dos tipos de conciencia:
La conciencia heterónoma o heteronomía moral, que proviene del griego "heterónomos" (dependiente de otro), se refiere a la conciencia que se guía por principios que vienen impuestos desde el exterior, de fuera, no emanan de la reflexión racional. Una persona es heterónoma cuando su conciencia se guía por: Los dictados del instinto o las apetencias, la tradición asumida de forma acrítica, la autoridad de otros, sean personas concretas, sea una mayoría, por obtener un premio o evitar un castigo, la moda o los usos sociales vigentes. Si una persona acepta los principios emanados de cualquiera de estos cinco supuestos sin haber reflexionado sobre tales principios y sin haber decidido si su orientación es buena, entonces es una persona heterónoma.
En cambio la conciencia autónoma o autonomía moral, que del griego auto, "uno mismo", y nomos, "norma", esta alude a aquella conciencia que impone sus propios principios. Cuando la persona se los impone a sí misma, haciéndolo de forma reflexiva y sin coacciones, en términos generales, la capacidad de tomar decisiones sin ayuda de otro. Una persona es autónoma cuando es su propia conciencia la que propone las normas morales que deben guiar sus acciones, habiendo reflexionado y decidido sin coacciones. Es decir, cuando los principios que guían sus acciones han sido asumidos de forma racional, crítica y reflexiva, de tal modo que sus acciones las realiza porque le parecen buenas y correctas y no por miedo al castigo, por obtener un premio, por crearse buena fama, porque se lleva, porque lo hacen otros, etc…
Todos nosotros empezamos por aprender las normas en la sociedad en la que vivimos como: en la familia, en la escuela, en el grupo de amigos, etc. Esto significa que en un principio las normas nos vienen de fuera. Cuando somos pequeños somos heterónomos, necesitamos que los adultos nos digan cómo debemos comportarnos, que nos dicten nuestras normas de comportamiento. Por lo que la madurez moral se alcanza solo cuando se pasa de la heteronomía a la autonomía moral, cuando uno es capaz de decidir reflexivamente qué normas considera buenas y además es capaz de crear otras nuevas.
Como ya lo había planteado, autonomía equivale autolegislación, a darse a sí nuestras propias leyes. No obstante, cuando hablamos de leyes, estamos indicando que valen universalmente, porque son aquéllas que cualquier persona debería cumplir para ser verdaderamente humana. Por eso, con “autonomía moral” nos
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