EL BALCÓN DE SÓCRATES
luin201423 de Mayo de 2014
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EL BALCÓN DE SÓCRATES. UNA PROPUESTA FRENTE AL NIHILISMO
José María Barrio Maestre nos ofrece una perspectiva a la vez amplia y profunda sobre la educación, y en su pensamiento confluyen la filosofía, la pedagogía y la convivencia social, tres elementos de la vida humana que dependen el uno del otro. Ejerce la filosofía participando en la reflexión en común sobre los temas importantes para la comunidad. Insiste en que el hombre moderno comete un error al adoptar un pensamiento egocéntrico en vez de uno abierto a la realidad del mundo. El ser humano necesita sentir que la vida tiene un sentido, algo que se consigue a través de la reflexión y la búsqueda de la verdad.
Ya que su papel es dar, el docente tiene que tener buenos conocimientos; después el alumno tiene que abrirse para recibir, para apropiarse, con esto que se le da, el alumno se forma. Con el conocimiento para algo curioso y es que el que comparte su conocimiento no lo pierde, sino que el conocimiento se multiplica.
No se alude directamente a los temas políticos de actualidad, se distingue entre el diálogo que busca la verdad y la mera negociación para llegar a un acuerdo. Se encuentra frases contundentes como decir de la escuela actual que ofrece una “conversación intrascendente”; el autor denuncia en la escuela el “lenguaje poco libre de la corrección política que predica la tolerancia general para evitar la controversia”
Nos invita a una conversación cordial sobre la convivencia significativa, la educación y el sentido de la vida, no es posible la vida buena sin amigos, sin comunidad y sin conversación no trivial.
Sólo se transmite educativamente aquello que nos colma y se nos muestra merecedor de ser transmitido.
La educación se produce en el diálogo, sobretodo de hablar de lo mismo.
La capacidad de mutuo entendimiento no radica sólo en que usemos un mismo lenguaje, sino también en que éste sea realmente significativo que sirva para entender la realidad.
El propósito es explorar la relación entre educación y lenguaje significativo, de manera que desde ella puedan hacerse más visibles algunos rasgos esenciales de lo educativo.
CAPÍTULO 1
LA RAZÓN DIALÓGICA Y SU VALOR POLÍTICO
Para Aristóteles la Política se constituye como un capítulo, incluso un aspecto, de la Ética. A su vez, hay una perfecta continuidad entre ambas y la Economía. Las condiciones de la vida recta, los parámetros del buen gobierno doméstico y los de la buena convivencia ciudadana mantienen entre sí una estricta continuidad. El ethos doméstico tiene mucho que ver con el reparto de cargas y beneficios, y con el necesario arte del ahorro, pues mientras las necesidades humanas crecen ilimitadamente, los recursos para satisfacerlas son siempre limitados. Mas estas tareas han de estar reguladas por la justicia y la templanza.
Dicho negativamente, quien es incapaz de gobernar rectamente su propia vida será muy difícil que lo haga en su casa, y menos aún en la ciudad, cuando le corresponde hacerlo.
Dos son las claves para comprender el discurso Aristotélico en materia ética y política: la importancia del lenguaje y la dimensión pública de las virtudes morales.
Aristóteles entendía que sin la amistad no puede pensarse que alguien pueda llevar una vida excelente. No es posible disfrutar de ningún bien sin amigos, es decir, sin compartirlo con ellos. La koinonía o comunidad es necesaria para la felicidad. Esta, a su vez, radica en la virtud. Y la virtud por antonomasia es la amistad: “ La amistad es una virtud o va acompañada de virtud, y, además es lo más necesario para la vida”.
Si la amistad es virtud es porque no se limita a ser un sentimiento aunque tenga en el su origen y su inicial viático. Pero sobre todo se consolida como el producto resultado de un praxis, de una buena acción. Dado que el amigo es alter ego (otro yo), y que la amistad es una virtud, también puede decirse que la virtud es una forma de amistad consigo mismo.
Los amigos sólo pueden serlo en el bien: amigos son quienes mutuamente se complacen en las buenas acciones. De quienes se asocian para el mal no decimos que sean amigos sino cómplices. La maldad es desgarro interior, enemistad consigo mismo. Amistad es concordia en el bien, y eso reviste importantes consecuencias políticas. Los amigos no se comportan injustamente entre ellos.
CAPÍTULO II
EDUCACIÓN Y VERDAD
Como maestro, interna conexión de ambas tareas: la de buscar la verdad y la de ayudar a otros en su búsqueda.
Su doble condición de iniciador de la filosofía y de la pedagogía hace de Sócrates el patriarca de la cultura occidental.
Todo conocimiento es verdadero, es decir, conocimiento de la verdadera realidad de lo conocido. De lo contrario, no sería conocimiento de algo, pues conocer lo falso es más bien desconocer.
La cuestión de la verdad hoy resulta poco pacífica, tanto en el gremio filosófico como en el pedagógico.
Sin la verdad no hay paideía, ni praxis, ni ethos. Tampoco puede haber amistad, pues el diálogo carecería de sentido. ¿Qué puede ser el diálogo sino una mancomunada búsqueda de la verdad?
Es preciso distinguir verdad de opinión. Toda opinión es, como tal, una pretensión de verdad, que puede cumplirse o no. La opinión es subjetiva -de cada sujeto-.
Justamente porque valora el diálogo, posee un alto concepto de la verdad y la filosofía –la forma más ambiciosa de buscarla- e igualmente de la opinión y la democracia, que supone el reconocimiento práctico de que la verdad nunca se deja decir del todo, ni se agota en un solo punto de vista.
No es humana una vida no examinada, decían los griegos. Una vida no escrutada, no analizada, no reflexionada, vivida sin más como viene, aunque pueda ser biológicamente la de un homo sapiens, se parece más a la de un mono con pantalones. El hombre, en fin, no puede vivir sin verdad.
La verdad siempre compromete; como dice L. Polo, siempre encomienda algo.
Lo que se transmite educativamente es lo que se vive, y lo que se vive es lo que se ha represado en la soledad interior de un pensamiento que se ha hecho propio.
Conocer no es transformar sino transformarse; no es deformar sino informarse. Conocer es enriquecerse, “formosearse”.
Platón hablaba de la belleza del alma: cuanto más conoce ésta más aumenta su hermosura, y más es. Y cuanto más es, más rebosa y más capaz se hace de engendrar conocimiento y belleza en otro.
P. Laín Entralgo también habla de enseñar ignorancias: “Nunca llegará a ser maestro quien no logre enseñar a saber; nunca ser{a buen maestro quien no sepa enseñar a no saber (…) No saber es tarea fácil; saber que no sabe, conocer el límite entre la propia ciencia y la propia nesciencia, tal vez no lo sea tanto”. Más que el saber, el maestro transmite el deseo de saber, mostrando su propia actitud de búsqueda. El no saber de quien sabe es precisamente la situación en que se halla el que pregunta. Quien pregunta bien, atinadamente, algo sabe: al menos, que hay respuesta a su pregunta. Ignora cuál es esa respuesta –de lo contrario, carecería de sentido el preguntar- pero no ignora que la hay. Es decir, sabe que ignora, y eso ya es saber algo.
Aspirar a saber es la grandeza y miseria de la filosofía. Su mayor frustración es no lograrlo plenamente, pero esa también es su mejor virtud. El saber que no se sabe es ya saber algo, y muy importante, pues sirve para conjurar el gran peligro que amenaza obturar la inteligencia humana: el conformarse con lo hasta ahora obtenido. Ya Sócrates advertía, en efecto, que lo desgraciado de la ignorancia es que cree tener bastante con lo que tiene. Por el contrario, la sabiduría “socrática” es la humildad intelectual de quien aspira rectamente, el auténtico comienzo.
Preguntar implica dudar. Ahora bien, si atendemos a la índole misma del preguntar, advertimos que en la duda que el interrogar expresa late un dinamismo tendente a salir de ella. Preguntar es buscar una respuesta a esa pregunta, y buscarla es en cierto modo haberla ya encontrado, al menos en la forma intencional de la pretensión.
El “estilo docente” de Sócrates tiene mucho que ver con ese camino tentativo entre la duda y la certeza, entre la opinión y el dogma. La ironía es la peculiar forma de entrar en la intimidad del interlocutor sembrando la inquietud, la inseguridad que cataliza y endereza la búsqueda.
En la enseñanza socrática encontramos esa actitud de erosionar las bases de todas nuestras “seguridades”. Bajo la aguda ironía del maestro, el interlocutor de sus diálogos se ve invitado amablemente a volver de forma crítica, a reflexionar sobre sus convicciones para discriminar las reales de las aparentes.
Educar no es sólo transmitir. También desde Sócrates sabemos que la educación consiste más en “sacar” que en “introducir”. El acto educativo no estriba en otra cosa que en ayudar a hacer explícito lo implícito, empleando para ello el diálogo, la interacción por medio de la palabra. En esta tarea, el maestro puede contar con más o menos destrezas, pero sobre todo cuenta con lo que sabe y con lo que es.
La convicción es un estado subjetivo que reúne simultáneamente dos cualidades: la certeza acerca de la verdad afirmada, y la pacífica posesión de esa verdad en forma de una racionalidad cordial. El concepto socrático de la educación pone de relieve que lo que no se da se pierde. Al contrario de lo que ocurre con los bienes materiales, los bienes humanos de mayor rango no se pierden
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