EL BIEN Y EL MAL

Muchos hemos crecido con la idea de que el bien y el mal son absolutos, de que algo es bueno o es malo, sin importar las circunstancias. No obstante, el entender que el bien y el mal son relativos, es el primer paso a entender la respuesta a las preguntas que hemos planteado.

Basta con pensar en la vida de una leona y una gacela. Para la leona es bueno encontrarse a la gacela, porque se asegura por lo menos el almuerzo, pero para la gacela es malísimo, porque significa sufrir y morir.

Además lo que es bueno en un tiempo, llega a ser malo después, y viceversa. Por ejemplo, la invención del motor de combustión interna fue un hecho sin precedentes que trajo mucha conveniencia y bienestar a la humanidad. No obstante, con el paso del tiempo ha llegado a ser uno de los principales factores del calentamiento global, el cual amenaza con destruir a la entera raza humana.

El que algo sea bueno o malo depende de las razones y el resultado final de la acción. Por ejemplo, abrirle la barriga con un cuchillo a un niño es algo malo; pero si lo hace un cirujano con la intención de salvarle la vida, es un acto de bondad, y es algo bueno para el niño, si el resultado de la operación es la restauración de su salud.

El que el bien y el mal sean relativos se hace evidente en la polémica que causan asuntos como el aborto, la pena de muerte, y las sanciones a inmigrantes sub-documentados.

Si reconocemos que el bien y el mal son conceptos relativos, podremos entender que, aunque desde nuestro punto de vista algo puede ser malo, desde el punto de vista de Dios, esto mismo puede ser bueno, por el resultado final de la acción tomada.

Por tanto, el único que puede mirar el cuadro completo y determinar de manera absoluta si una acción o suceso es bueno o es malo, es Dios.

El es el único que determina el bien y el mal.

Por eso Cristo dijo que “nadie es bueno, sino uno solo, Dios.” (Lucas 18:19)

Por tanto, todas su acciones son buenas ya que conducen a algo bueno. (Genesis 1)

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