EL HUMANISMO
1970paquito27 de Diciembre de 2013
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. Educación y producción
Se tiene la convicción, casi generalizada, de que la Educación formal (principalmente en el nivel superior) está plenamente justificada cuando se orienta al mejoramiento, tanto en cantidad como en calidad, del sistema productivo de un país; a pesar de que la Universidad y la Industria son universos muy diferentes en cuanto a objetivos, lenguaje, valores, organización y percepción del tiempo (Solana, 1980:6). Es por ello que se ha asociado el crecimiento de México, Colombia y Chile en Latinoamérica y, en general, de cualquier país desarrollado, con una estrecha vinculación entre la Universidad y la Industria. En los países altamente desarrollados, esta vinculación es ya muy natural; el desarrollo de una implica el desarrollo de la otra, son experiencias complementarias: estudio científico y tecnológico significan desarrollo, que no es otra cosa que poderío económico y que, hoy por hoy, sigue siendo el principal parámetro para clasificar a las naciones (Córdova, 1997).
México, país líder, al menos en un contexto latinoamericano; se ha caracterizado por su humanismo, acaso legado valioso de nuestros ancestros. Por ello, tal vez, ese rechazo natural al estudio mecanizado y enfocado a la producción industrial. Hace mucho que se induce al hombre moderno a tener una visión economicista de la historia y del futuro. Este sometimiento de lo humano a lo económico empieza a provocar en el ámbito mundial resultados catastróficos (Solana, 1980: 8). Es necesario -a pesar del mundo globalizado que demanda una respuesta directa e innovadora en relación con la ciencia y la tecnología-, volver a los objetivos originales: aquellos que hicieron que la escuela, como institución rectora de la sociedad, llegara a existir, aquellos que enseñaron Aristóteles, Rousseau, Dewey y Kant entre tantos otros; al menos socializarlos, colocar al ser humano como elemento prioritario, por encima de las máquinas.
Nuestra producción ha crecido en los últimos años, pero este crecimiento no ha permitido aún cambios significativos para el bienestar humano y la justicia social; persiste la pobreza, la carencia de alimentos y de vivienda; sin embargo, se ha incrementado la delincuencia y la paz social se ve, más que nunca, seriamente amenazada. No podemos seguir midiendo el mejoramiento de una sociedad sólo por el número de productos y de servicios que se ofrecen para su consumo (Córdova, 1997).
Si entendemos el desarrollo como la capacidad de las personas para elevar, individual y colectivamente, la calidad de su vida, la educación cobra la prioridad que le corresponde entre las acciones que realiza el Estado moderno.
Si continuamos creyendo que los objetivos del sistema industrial se ajustan a la vida, entonces nuestras vidas completas estarán al servicio de tales objetivos. Tendremos o se nos permitirá tener, cuando convenga a esos objetivos. Todo lo demás estará fuera de lugar (...). Si, por el contrario, el sistema industrial es sólo una parte de la vida, existe mucho menos lugar para la preocupación. Los fines estéticos tendrán preferencia; quienes lo sirvan no estarán sujetos a los fines del sistema industrial; sino que éste estará subordinado a los objetivos elevados del hombre y sin duda, habrá más oportunidad de descubrir el humanismo del que hablamos (Kenneth, 1981: 113).
Se trata de cumplir prioritariamente con los objetivos humanos, sin descuidar aquellos que nos permitirán vivir dignamente como nación. De hecho, sería muy razonable pensar que cuanto mejor sea nuestro nivel de vida en el sentido estrictamente humano, mejor podremos enfocar las actividades destinadas a producir, ya sea incrementando bienes o mejorando servicios. Ciertamente, al priorizar la formación humanista se promueve la formación de un mejor profesional, porque se atienden los aspectos más importantes (...) del quehacer de cualquier profesión: habilidades básicas y valores (Rugarcía, 1994: 46).
Son lamentables los cambios que se han producido y se siguen produciendo en la Educación, estos cambios han supuesto un incremento en los conocimientos científicos y una disminución de los contenidos que se clasifican como humanistas; basta revisar los planes de estudios de hace algunas décadas y compararlos con los actuales, sobre todo a partir del nivel medio superior y superior. Sin embargo, no podemos estar seguros de que estos cambios en los planes de estudio hayan sido las causas de la aparente decadencia social en que parecemos vivir; pero de lo que sí podemos estar seguros es que la formación humanista y la cultura clásica han tenido una importancia enorme en el desarrollo de Occidente (Duval, 1983: 17).
2. Currículo humanista e Innovación
La degradación de la enseñanza, que según muchos se produce en nuestras sociedades, se podría polarizar con una vuelta a la enseñanza de las humanidades. Esta hipótesis parece aventurada, pero cobra fuerzan cuando vemos que la educación mecanicista y mecanizada no ha agregado significativamente valor a nuestras vidas, si acaso unos pocos viven con menos pobreza. Naturalmente, habría que reunir a los mejores pedagogos y científicos de la educación para diseñar un currículo congruente con lo que queremos como nación para un verdadero desarrollo y no un desarrollo ficticio, seductor por sí mismo: el de los capitales de pequeñísimos sectores de la sociedad. En los últimos años, se ha intentado humanizar el currículum, pero sin cambios trascendentes en los planes y programas de estudio y sin ninguna capacitación del personal docente.
Es necesario enfatizar que los cambios no vendrán de manera mágica o por decreto, sino de un proceso didáctico inspirado en las enseñanzas de los grandes filósofos de todas las épocas. Ahora se intenta contribuir al desarrollo trascendente a partir de un proceso sistemático de innovación; es decir, que las universidades y en general que la escuela, como institución primordial de una nación, transmita no sólo conocimientos y habilidades enfocadas a un crecimiento individual y de la sociedad, sino que el currículum esté diseñado para asegurar siempre la función útil de cada uno de los elementos que conforman un sistema social y buscar a cualquier precio lo que Altshuller llamó el sistema ideal que es ciertamente utópico, pero inspira a implementar acciones concretas que permiten ese humanismo que buscamos y que pocas, muy pocas instituciones lo intentan (Altshuller, 1997).
Aun la enseñanza de las matemáticas, que se ha convertido en la base de todo tecnicismo, se debe concebir como un concepto filosófico De hecho, tradicionalmente así ha sido. Actualmente estos conocimientos se enseñan de manera mecánica y superficial, porque es más rápido y más útil para el fin deseado. No aportan valor al pensamiento lógico y a la capacidad creadora o de abstracción que todo ingeniero requiere. Tal vez, por ello, el rechazo natural de la inmensa mayoría a su aprendizaje; lo mismo se puede decir del resto de las ciencias exactas y de las ingenierías, que tiene como principal herramienta a las matemáticas que según vemos carece hoy de la esencia humana requerida.
Es cierto que la educación como actividad humana tiene sus limitaciones. Sin embargo, el Estado debe hacer explícito los propósitos y alcances deseables en cuanto al tipo de hombre (y de mujer) y la clase de sociedad que se propone fomentar a través de la educación y así diseñar toda una estrategia educativa. Es decir, el Estado debe cuidar que la educación cumpla con los preceptos de pertinencia, congruencia y validez de los que se habla tanto en los medios académicos.
De hecho, la mayoría de las carreras técnicas ostentan entre sus principales objetivos la siguiente leyenda: Formar egresados capaces de desempeñarse en el mercado laboral, con calidad profesional y humana en la profesión para la que se prepararon Aunque resalta la idea de desempeñarse en el mercado laboral o sea, que responda a unas necesidades inducidas, también acierta al establecer que esto lo debe hacer con calidad profesional y humana. Este párrafo, que más bien cumple con un requisito de políticas nacionales, no es relevante para casi ninguna de las empresas que buscan contratar a un nuevo profesional. Hay aquí dos conceptos difíciles de entender: Calidad y humana: el primero, ya muy contaminado con los nuevos paradigmas de producción industrial, que responde a necesidades de un cliente que puede penalizar a su proveedor con no aceptar su producto y el segundo, que no tendría objeto mencionarlo si no fuera porque se da por hecho que la educación ofrecida es ajena a todo tipo de humanismo (Córdova, 1997).
La descripción de un hombre ideal y el perfil de una sociedad que posea todos los rasgos deseables para el desarrollo de tal tipo humano se ha intentado muchas veces a lo largo de la historia del pensamiento ético y político (Hierro, 1983: 9). En cuanto al proceso pedagógico a elegir para conseguirlo, siempre se ha fracasado y no queda sino clasificar esa intención tan sublime como una utopía más. Quien propone un nuevo sistema educativo que se salga del contexto empresarial y laboral o que intente romper los paradigmas en los que nos encontramos inmersos se clasifica invariablemente de idealista y sus propuestas sólo quedan como referencias literarias para trabajos académicos de otros idealistas. Sigue arraigado ese concepto trivial pero efectivo de quien paga, manda.
La innovación parece tener validez sólo para el desarrollo tecnológico, pues es aquí donde radica el motor de la economía y del llamado progreso. Pero una propuesta innovante en el campo educativo, provoca escándalo, sobre todo si ésta violenta los objetivos
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