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EL VALOR DE LO QUE HACEMOS


Enviado por   •  30 de Septiembre de 2012  •  1.273 Palabras (6 Páginas)  •  229 Visitas

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Hoy, cuando todos descansaban bajo los embriagantes albores de un tan esperado Nuevo Año, se me daba la oportunidad de conversar muy agraciadamente con un muy buen amigo, el cual hacía mucho tiempo que no veía y consecuentemente tampoco sabía nada de él. Y hablábamos pues de, entre tantas cosas, de un tema que a mi juicio —o quizá a lo mejor, gracias a mi temperamento— comprendo muy bien, pero que —a la vez de «comprenderlo tanto», y a mi limitado entendimiento— se me vuelve muy difícil de relatar, como lo será el también darme a entender.

Válgaseme sin embargo decir aquí que, debido al renovador espíritu del nuevo año que comienza, quiero hacer el intento de hablar al respecto y, quizá, la mejor pauta para dar comienzo sea tratar de comprender el tema con el que he titulado esta nota, aunque, no obstante, se le sume otro reto para mí importante como lo es el no salirme, en la medida de lo posible, del tema.

Y hablamos pues con él, que es pintor y dibujante, del sentimiento de insatisfacción con el que él había vivido estos últimos años debido a la cultura y el ambiente al que se veía inmerso. De ése sentimiento muchas veces —pienso yo— inexplicable, pero que se ve reflejado en muy variados rostros y que uno de ellos es la muy maligna y destructiva depresión. O es que ¿no ha de ser maligno —me pregunto— eso que nos hace perder el sentido de la vida? ¿No destruye a caso lo que encuentra a su paso un ser que se sale de una forma negativa de sí mismo —aunque lo correcto aquí no sería «salir», sino más bien, «ensimismarse»—? ¿No es la falta de sentido lo que muchas veces «justifica» a la persona a dudar del valor de su existencia y por ende atentar contra la vida?

Sin embargo, no es la intención de estas líneas detenerme en las consecuencias de este sentimiento que, sinceramente, no sé si pertenece al perfil epidemiológico de los sistemas de salud pública de los países, pero que indiscutiblemente —en algunos lugares más que en otros— ha sido la causa de que se pierdan si no constante, exponencialmente muchas vidas; el objeto más bien, es intentar ahondar en una de sus causas tomadas aparentemente como «sencilla de comprender» pero que, por ello, no deja de ser una las principales: la falta de atención y de valor a lo que hacemos. No obstante, esta «falta de», quiero subrayar, no la planteo sólo en la forma singular —como algunos pensarán—, sino que incluye además el sentido plural de las palabras.

Maslow (en 1943) planteaba que el reconocimiento era la cuarta causa de satisfacción-insatisfacción en las personas y que éste podía darse de dos formas: en primer lugar, el reconocimiento es personal (alta estima, respeto por sí mismo, autoconfianza…); en segundo lugar, se conformaba por el respeto, o la atención (o reconocimiento) de los demás. Sin embargo, como es fácil comprobar —en mi opinión—, vale agregar que estas dos formas de «abonar o envenenar» a las personas, son interdependientes, pues muy difícilmente una persona será segura de sí misma si nunca ha logrado «reconocerse ella misma», pero obviamente, nunca podrá reconocerse ella misma si nunca antes se le ha «reconocido por los demás». No obstante, aunque la teoría trata en este sentido a las dos formas, ¿a cuál de las dos es qué debemos ponerle nuestra atención primero?

Aunque mi respuesta para muchos no sea categórica como ni tal vez la definitiva, puedo afirmar, según lo que conversábamos y lo que en algunas ocasiones he podido comprobar, se necesita primeramente el reconocimiento antes que nada de los demás, pues, ya la misma vida nos lo ha demostrado cuando primero, siendo niños —y a cierta edad—, necesitamos entre muchas cosas, el reconocimiento y la aprobación de nuestros padres; conforme seguimos nuestro

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