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Valores Eticos


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2012  •  2.738 Palabras (11 Páginas)  •  475 Visitas

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Valores éticos y pragmatismo del empresario mexicano

Salvador Milanés G. habla sobre las utilidades, el empleo, la modernización empresarial, la burocracia y la productividad.

Valores éticos y pragmatismo del empresario mexicano

Audacia y responsabilidad para la modernización social del mundo económico

Muchas veces hemos escuchado que el pragmatismo, característica esencial del empresario, no es compatible con los valores éticos; que la realidad de la empresa, del mercado, de la competencia en general, hoy abierta al mundo, nos marcan una pauta de objetividad y frialdad en la que no tienen cabida los valores éticos. Sin embargo y para fortuna de la humanidad, esto no es cierto, esto más bien es la careta o la excusa tras la cual los timoratos, los egoístas y los avorazados, pretenden encubrir su ineficiencia, su indiferencia o su falta de sentido de responsabilidad social.

Una empresa que no tenga un código de ética, o un empresario que no crea y que no anteponga en la operación diaria los valores éticos, no merecen el nombre de empresa ni de empresario. Hay negocios, como también hay negociantes, oportunistas y especuladores; pero esos son otra cosa.

Generar utilidades es bueno, pero ¿cómo?

El fin nunca justifica los medios. Las utilidades en la empresa son fundamentales, es obvio, son nada menos que la garantía de su crecimiento y de su permanencia en el mercado.

Un empresario que no se preocupe por generar utilidades está defraudando a los accionistas, a los trabajadores, al fisco y a la sociedad en general puesto que estaría poniendo en peligro la fuente misma de trabajo, así como la posibilidad de seguirle allegando a la sociedad los bienes o servicios que le proporciona.

Cuestionar la necesidad o la legitimidad de las utilidades sería tanto como condenar sumariamente el ingenio y la laboriosidad humana, o sea satanizar el éxito.

Lo único que se pretende analizar es la vía por la que se pretenden alcanzar esas utilidades. A la luz del binomio costo-beneficio y remarcando que el fin no justifica los medios, debemos analizar con conciencia cristiana si para alcanzar tales beneficios tiene que pagarse algún costo social.

Empleo contra modernización

Y aquí apuntamos uno de los dilemas más importantes con los que se enfrenta el empresario: por una parte su incuestionable compromiso ante la sociedad de crear el mayor número posible de empleos, y por otra, aunque a primera vista parezca contradictorio, el ocupar la menor cantidad de mano de obra posible en cada empresa.

Conviene aquí distinguir dos conceptos que equivocadamente se nos presentan como sinónimos: ocupación y empleo. Dar ocupación es muy sencillo, es simplemente meter a más gente a la nómina y encargarle tareas que si no se hicieran no pasaría nada, o incluso el no hacerlas permite que todo fluya más rápido, y qué mejor ejemplo que el exceso de burocratismo cuya única consecuencia es el aumento de trámites, instancias y papeleo, pero no de eficiencia.

Caso muy diferente es el de dar ocupación, ya que ello requiere, además del dinero que cuesta crear una plaza de trabajo, de talento, imaginación y estrategia, para que cada empleado genere una proporción de las utilidades de la empresa. La mano de obra es un insumo cuyo costo, al igual que cualesquier otros costos en que se incurra en el proceso de la producción o prestación de servicios, se traslada al consumidor a través del precio que se le pide por los satisfactores o los servicios que se le presten.

Cuando una empresa tiene una capacidad instalada ociosa, una de dos: o resulta poco rentable para sus accionistas cuando el mercado no les permita repercutirle dicho costo muerto, o bien se le traslada al consumidor vía precios un costo superior al que debiera pagar por el satisfactor que se le ofrece.

Pues bien, el tener más gente de la necesaria en una empresa es lo mismo, es contar con una capacidad instalada ociosa humana cuya consecuencia, además del efecto económico que acabo de mencionar, conlleva uno peor, que es el impedir el desarrollo y la realización del hombre.

El hombre crece como hombre, se desarrolla, en la medida en que de, no en la que recibe; el que sólo recibe es siempre dependiente, es perpetuar su condición de menor de edad.

De aquí el que una obligación ética insoslayable del empresario es hacer crecer a quienes colaboran con él en la empresa; permitir que den, que contribuyan, que se desarrollen, y esto es sólo posible en la medida en que ese empleado tenga oportunidad de producir un valor agregado real, y no sólo constituir una carga más de la empresa; lo que nos lleva a concluir que sería antiético contratar o emplear gente que no se necesite; que no se pueda desarrollar.

Por esto tenemos que entender que el recorte de personal, cuando es justificado, no significa infligirle un daño a la sociedad sino aligerarle una carga. Desde luego su efecto inmediato, esto es, la consecuencia no deseada, es aumentar el desempleo, es cierto, pero ello debemos verlo como una oportunidad de reencontrar cauces de desarrollo para alguien que seguramente ya no lo podría alcanzar en la empresa donde laboraba al no ser necesario; al estar condenado al estancamiento y a la frustración. De aquí la justificación de la indemnización, que desde luego no debe regatearse, para que el individuo pueda solventar sus gastos familiares en lo que consigue obtener otro empleo donde realizarse, o él mismo encontrar la forma de generar ingresos.

Dar ocupación es sencillo, dar ocupación productiva es difícil

Recordemos que para la empresa el despedir a un trabajador no le implica sólo el costo de la indemnización; a veces esto es lo menos significativo. Su costo mayor lo constituye la selección, reclutamiento, entrenamiento y capacitación del personal; por ello la separación de un trabajador equivale a una amputación para la empresa, es perder algo suyo, algo vital; algo en lo que ha invertido tiempo y dinero y muy probablemente no lo ha amortizado.

Con la pérdida de un empleado la empresa pierde siempre algo de su experiencia; de su "know-how".Cuando se prescribe una amputación, que indefectiblemente es triste y dolorosa,

es siempre una solución extrema, es, como ya se ha dicho, optar por el mal menor.

Las falsas solidaridades

De aquí se colige que cuando un sindicato es "dueño" de las plazas de trabajo y él decide cuánta gente debe laborar en la empresa,

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