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Garcia Marquez Gabriel - 1994 Diatriba De Amor Contra Un Hombre Sentado

Yopley10 de Octubre de 2013

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DIATRIBA DE AMOR CONTRA UN HOMBRE SENTADO (1994)

Gabriel García Márquez (1923— )

Esta obra fue estrenada en Colombia

en el Teatro Nacional,

el día 23 de marzo de 1994, en el marco del

IV Festival Iberoamericano de Teatro,

con la coproducción del

Teatro Libre de Bogotá, el Teatro Nacional

y el Instituto Colombiano de Cultura.

La actriz fue

LAURA GARCÍA,

el diseño escenográfico estuvo a cargo de

JUAN ANTONIO RODA,

la música la compuso

JUAN LUIS RESTREPO,

y la dirigió

RICARDO CAMACHO.

Antes del tercer llamado, aún con el telón bajo y encendidas las luces de la sala, se oye en el fondo del escenario el estropicio de una vajilla que está siendo despedazada contra el suelo. No es una destrucción caótica, sino más bien sistemática y en cierto modo jubilosa, pero no hay duda de que el motivo es una rabia inconsolable.

Al terminar los estragos se alza el telón en el escenario oscuro.

Es de noche. Graciela raya un fósforo en las tinieblas para encender un cigarrillo, y la deflagración inicia la lenta iluminación del escenario: es un dormitorio de ricos, con pocos muebles modernos y de buen gusto. Hay un viejo perchero, donde están colgadas algunas de las ropas que Graciela va a usar a lo largo de su monólogo, y que permanecerá allí todo el tiempo del drama.

El escenario básico es un espacio sobrio, previsto para experimentar cambios de lugar y de tiempo según los estados de ánimo de la protagonista única. La cual, mientras habla, hará los cambios necesarios para transformar el ambiente. En algunos casos, un criado sigiloso y en sombras, entrará en escena para hacer ciertos cambios.

En el extremo derecho, sentado en un sillón inglés, en traje oscuro y con la cara oculta detrás del periódico que finge leer, está el marido inmóvil. Es un maniquí.

En los distintos escenarios habrá vasos y jarras de agua, así como cajas de fósforos y paquetes de cigarrillos o cigarreras. Graciela tomará agua cuando quiera, y encenderá los cigarrillos por impulsos irresistibles, y los apagará casi en seguida en los ceniceros cercanos. Más que un hábito es un tic que el director manejará según las conveniencias dramáticas.

El drama transcurre en una ciudad del Caribe con treinta y cinco grados a la sombra y noventa por ciento de humedad relativa, después que Graciela y su marido regresan de una cena informal poco antes del amanecer del 3 de agosto de 1978. Ella lleva un traje sencillo de tierra caliente con joyas cotidianas. Se ve pálida y trémula a pesar del maquillaje intenso, pero mantiene el dominio fácil de quien ya está más allá de la desesperación.

GRACIELA:

¡Nada se parece tanto al infierno como un matrimonio feliz!

Tira el bolso de mano en un sillón, recoge del suelo el periódico de la tarde, le da una hojeada rápida y lo tira junto al bolso. Se quita las joyas y las pone sobre la mesa de centro.

Sólo un Dios hombre podía regalarme esta revelación para nuestras bodas de plata. Y todavía debo agradecerle que me haya dado todo lo necesario para gozar de mi estupidez, día por día, durante veinticinco años mortales. Todo, hasta un hijo seductor y holgazán, y tan hijo de puta como su padre.

Se sienta a fumar, se quita los zapatos, se sumerge en una reflexión profunda, y en un tono bajo y tenso, de moscardón monocorde, reanuda el sartal de reproches interminables:

Qué te creías: ¿que íbamos a cancelar a última hora la fiesta más hablada del año, para que yo quedara como la villana del cuento y tú bañándote en agua de rosas? Ja, ja. ¡La eterna víctima! Pero mientras tanto te niegas a contestarme, te niegas a discutir los problemas como la gente de bien, te niegas a mirarme a la cara.

Larga espera.

De acuerdo: también el silencio es una respuesta. Así que ya puedes quedarte ahí hasta el final de los siglos, porque a mí sí que me vas a oír.

Apaga el cigarrillo restregándolo sin piedad en el cenicero, y empieza a desvestirse poco a poco sin interrumpir el monólogo.

Como el vestido es cerrado en la espalda con una larga hilera de botones, Graciela hará toda clase de tentativas casi acrobáticas para desabotonarla sin apelar a la ayuda del marido. Pero terminará por rendirse, agarrando con toda su fuerza los dos lados del vestido a la altura de la nuca, y haciendo saltar de un tirón enérgico la hilera de botones. Al final se quitará las medias, y quedará descalza y vestida sólo con la combinación de seda.

A la noche estará aquí todo el que vale y pesa en este país. Es decir, todo el mundo menos los pobres. Tal como tú mismo lo anunciaste hace veinticinco años, cuando juraste que ibas a consagrar cada minuto de tu vida a preparar las bodas de plata del matrimonio más feliz de la tierra.

Pues bien: aquí estamos. Si no fingieras tanto interés en ese periódico de ayer, en vez de leer el de esta tarde, ya podrías sacarla cuenta del tonel de dinero que te van a costar tus ínfulas de profeta.

Vuelve a sentarse para leer el periódico vespertino cerca de la lámpara.

Más de mil invitados nacionales y extranjeros, cuatro quintales de caviar, sesenta bueyes artificiales importados del Japón, toda la producción nacional de pavos, y alcoholes suficientes para resolver la penuria de la vivienda popular. (Se interrumpe al darse cuenta de que no es una información rigurosa.) Es una noticia de mala ley, pero no demasiado exagerada. (Continúa leyendo a saltos): Los turistas protestan porque en los hoteles sólo hay lugar para quienes muestren nuestra tarjeta de invitación. Las rosas rojas, que se habían acabado hace tres días, reaparecieron esta mañana diez veces más caras. Las autoridades previenen ala población contra toda clase de delincuentes comunes, políticos y oficiales, que están llegando desde el lunes, atraídos por un falso anuncio de que habrá festividades públicas. Hay más de setenta detenidos.

Lee un poco más, y tira lejos el periódico:

¡Este país se acabó!

(Animándose.) Así que vendrán todos, hasta mis hombres de letras, que se han rebajado a vestirse de pingüinos sólo por escoltarme en mi noche de gloria. Y vendrá ella, por supuesto, ella primero que todos. ¿Qué creías? ¿Que me iba a someter a la humillación de no invitarla? ¡Ja, ja! Si nos ha hecho el honor en otros tantos aniversarios, infaustos o gloriosos, no veo por qué no iba a estar en el más memorable de todos: el último.

La interrumpen las campanas de una iglesia distante llamando a misa. Hace un silencio para sobreponerse, pero no puede evitar el zarpazo de la emoción.

¡Ahí está, Dios mío: ya va a amanecer! Miércoles tres de agosto de 1978. ¡Quién nos iba a decir que veinticinco años después de casados iba a haber todavía un tres de agosto!

Un día como hoy, a esta hora, salimos de la ermita de San Julián el Hospitalario. Tú con la camisa hecha con sacos de harina, que todavía tenía el haz de espigas y la marca de fábrica impresos en la espalda, y yo con un balandrán de novicia que me prestó una amiga dos veces más ancha para que se notara menos mi estado. De todos modos, oí que alguien dijo al pasar: «Si se demoran un poco más, el niño hubiera podido ser el padrino».

¡Fue muy raro! El cielo malva con las primeras luces estaba lleno de pájaros negros que graznaban volando en círculos sobre nuestras cabezas. Dijiste, aunque ahora lo niegas, que Julio César no se hubiera casado jamás bajo un auspicio tan aciago, pero tú sí. Y lo raro es que lograste conjurarlo. ¿Cómo decirlo? (Confusa): Lograste hacerme feliz sin serlo: feliz sin amor. Difícil de entender, pero no importa: yo me entiendo.

Por primera vez mira al marido haciendo girar la cabeza con un movimiento casi imperceptible.

(Irónica): ¿Qué esperas, que me precipite en tus brazos para agradecerte lo que has hecho por mí? ¿Que te rinda el tributo de mi gratitud eterna por haberme cubierto de oro y de gloria?

Hace una seña procaz con el puño cerrado.

¡Mira!

Enciende otro cigarrillo para calmarse, mientras:

En el primer plano del escenario aparece un óvalo luminoso: el espejo del tocador.

Graciela se sienta de cara al público en el taburete del tocador con el rostro enmarcado dentro del óvalo de luz. Luego de un instante de reflexión, suspira:

(Nostálgica): ¡Se nos fue la vida, carajo!

Se estira la piel de la cara con las dos manos, y evoca con tristeza cómo era veinticinco años antes. Se levanta los senos: así eran. Le dirige a su imagen una frase sin voz, pero tan bien articulada que podría entenderse por el movimiento de los labios.

Se acerca al espejo para escuchar la respuesta inaudible de la imagen, vuelve a mirar al marido para asegurarse de que no la está oyendo, y dice al espejo otra frase sin voz. Quiere sonreír pero no puede: sus ojos están anegados de lágrimas.

Trata de secarse los párpados con los dedos, pero se embadurna la cara con el maquillaje. No puede soportarlo, y reacciona con rabia:

¡Carajo!

Empieza a quitarse el maquillaje ante el espejo, al principio con la furia por haber llorado,

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