Jano El Dios
fm9812 de Mayo de 2014
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Jano (en latín Janus, Ianus) es, en la mitología romana, un dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados de su perfil, padre de Fontus. Jano era el dios de las puertas, los comienzos y los finales. Por eso le fue consagrado el primer mes del año (que en español pasó del latín Ianuarius a Janeiro y Janero y de ahí derivó a enero). Como dios de los comienzos, se le invocaba públicamente el primer día de enero (Ianuarius), el mes que derivó de su nombre porque inicia el nuevo año. Se le invocaba también al comenzar una guerra, y mientras ésta durara, las puertas de su templo permanecían siempre abiertas; cuando Roma estaba en paz, las puertas se cerraban. Jano no tiene equivalente en la mitología griega.
Al igual que Prometeo, Jano es una suerte de héroe cultural, ya que se le atribuye entre otras cosas la invención del dinero, las leyes y la agricultura. Según los romanos, este dios aseguraba buenos finales.
Dentro de los muchos apelativos que recibe el dios, vale la pena destacar dos: Jano Patulsio (patulsius), que era usado para invocar la cara del dios que se ubicaba delante de la puerta por quien deseaba atravesarla (para entrar o salir). Como complemento, la cara que se le opone a ésta del otro lado de la puerta, es invocada como Jano Clusivio (clusivius). Ambos nombres declaran la doble funcionalidad del dios.[cita requerida]
Jano es citado en la novela de Albert Camus, La caída, donde simboliza la dualidad del personaje entre el pasado y el futuro.
En su tratado sobre los Fastos, Ovidio caracteriza a Jano como aquel que él solo custodia el Universo.
Momo (en griego antiguo Μωμος Mômos, ‘burla’, ‘culpa’; en latín Momus) era, en la mitología griega, la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica. Era el dios de los escritores y poetas, un espíritu de inculpación malintencionada y crítica injusta.
Hesíodo contaba que Momo era un hijo de Nix, la noche (Teogonía, 214). Luciano de Samosata recordaba (en el diálogo ampliado Hermotimus, 20) que se burló de Hefesto por haber fabricado a los hombres sin puertas en sus pechos a través de las cuales se pudiera conocer si sus pensamientos y sentimientos eran verdaderos. Incluso se burló de Afrodita, aunque todo lo que pudo hallar fue que era parlanchina y llevaba sandalias chirriantes (Filostrato, Epístolas). Debido a sus constantes críticas, fue exiliado del Monte Olimpo.
Se lo representaba con una máscara que levantaba para que se le viera la cara, y con un muñeco o un cetro acabado en una cabeza grotesca en la mano, símbolo de la locura.
Aparece ocasionalmente como personaje en la obra de Luciano de Samosata, y en el siglo XV en el Momus sive de principe (1450), una sátira picaresca y política del humanista León Battista Alberti muy leída e influyente, en algunas ocasiones atribuida a Luciano; la traducción castellana de esta sátira la publicó en 1553 Agustín de Almazán en Alcalá de Henares con el título de La moral y muy graciosa historia del Momo, de la cual se hizo una refundición moralizante en 1666 con el título de la Historia moral del dios Momo: enseñanza de príncipes y súbditos y libros de caballerías, publicada en Madrid por el padre Benito Remigio Noydens (1630-1685). En el Viage de Sannio (1585) del poeta Juan de la Cueva. El matemático y mitógrafo Juan Pérez de Moya dice de él en su Philosophia secreta:
El Momo fingieron los poetas ser un dios muy holgazán, que no acostumbraba entender en otra cosa sino en reprehender las obras y trabajos ajenos, así de los hombres como de los dioses
Baltasar Gracián lo presenta en la segunda parte de su Criticón en su capítulo "El texado de vidrio y Momo tirando piedras". La índole del personaje lo hizo ser frecuente motivo artístico y alegórico de la literatura emblemática. Cuando Sir Francis Bacon escribió un ensayo titulado
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