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Julio Cotler


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  1.911 Palabras (8 Páginas)  •  366 Visitas

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influyentes en el pensamiento social peruano.

En “Clases, Estado y Nación” (IEP, 1978), Julio Cotler usó la metáfora de un triángulo sin base para describir la sociedad peruana tradicional, una idea ya presente en sus trabajos desde los años sesenta. La metáfora describe la articulación entre las élites políticas y económicas con los sectores más pobres y excluidos. Dichas élites se vinculaban a estos sectores por medio de estrategias clientelistas. Con ello se lograba una forma de articulación vertical de la sociedad, pero estos sectores populares, la base del triángulo, no tenían mecanismos de articulación entre sí, debilitando su peso político y manteniendo el status quo. El libro discute, también, cómo una serie de cambios sociales que se inician en los años treinta, pero que son especialmente claros desde los cincuenta, transforman este sistema de dominación, y concluye preguntándose qué pasaría tras el golpe militar de 1968.

Las investigaciones sobre pobres y política, con énfasis en el estudio de estas formas de articulación vertical y horizontal, fue muy amplia en los años setenta y ochenta. La relación entre estos sectores y el Estado, su vínculo con partidos políticos, así como las cambiantes actitudes políticas fueron explorados por peruanos y peruanistas (entre otros, Collier, Degregori, Dietz, Franco, Grompone, Huber, Matos Mar, McClintock, Nugent, Parodi, Stokes, más recientemente, Murakami).

Estos trabajos muestran cómo, desde los años cincuenta, los partidos políticos intentaron reforzar los vínculos verticales –y algunos también los horizontales– al fomentar una mayor identificación de intereses de clase. En realidad, el Apra lo venía intentando desde la década del treinta. El golpe militar de Velasco debilita a los partidos, pero este gobierno busca reforzar la relación vertical entre el Estado y la sociedad por medio de políticas corporativistas. Según algunos autores, estos esfuerzos terminaron reforzando, sin querer, la autonomía de sindicatos y organizaciones agrarias; es decir, la base del triángulo se organizó un poco más. Dichas organizaciones populares vieron en los nuevos partidos de izquierda su aliado natural en la disputa política.

Pero las múltiples crisis de los ochenta debilitaron estos vínculos. El nuevo sistema de partidos, aunque hoy parezca fuerte, fue bastante débil en perspectiva comparada. Su caída terminó de enterrar sus raíces en sectores populares. La violencia política acabó con miles de dirigentes, debilitando el tejido social y las articulaciones de base. Las reformas de mercado también afectaron a los sindicatos. Fujimori prefirió no organizar a los sectores populares a pesar de lograr una buena afinidad con los mismos. Optó por una relación vertical no articulada, con un poderoso Ministerio de la Presidencia y las Fuerzas Armadas actuando como brazos políticos.

Si bien muy pocos estudian hoy la política en los sectores populares, lo que conocemos muestra que esta débil articulación se mantiene. Hoy no solo hay una desconexión de la base del triángulo, sino, como me decía hace unos días Paula Muñoz, politóloga que estudia el clientelismo de campaña en sectores populares, ya no se puede hablar ni de un triángulo: los vínculos verticales también se han roto, ya no hay una articulación clientelista estable.

La política peruana carece de vínculos organizativos que se mantengan en el tiempo. Carlos Meléndez, en “La soledad de la política”, describe estos débiles vínculos, y en un reciente artículo periodístico, relaciona esta despolitización organizativa con las actuales actitudes políticas populares en Lima: un sector popular estratégico, de amores y odios volubles. La política cotidiana de los más pobres se reduce a visitas esporádicas de autoridades, a las redes clientelares de alcaldes distritales o provinciales. Los dirigentes locales no pertenecen a partidos y se limitan a mediar entre el Estado y las municipalidades. Sin vínculos políticos, estos sectores son más vulnerables a mafias diversas que tramitan terrenos y prestación de servicios públicos, como muestra Assiri Valdes en un reporte. Cuando la política reaparece en tiempo electoral, es con desesperación: la forma ‘eficiente’ de hacer campaña es negociando con operadores locales que se venden al mejor postor y regalando bienes, desde comida hasta materiales de construcción. Pero no es simplemente una entrega de bienes a cambio de votos y fidelidad. Como discute Muñoz, los políticos saben que los pobladores reciben de sus manos y también recibirán del siguiente que llegue. Por eso, hay que regalar más y mostrar fortaleza con publicidad, mítines y caravanas.

Algunos partidos y candidatos logran penetrar más que otros en estos sectores, incluso sin regalos de por medio, demostrando que sí hay intereses e ideas que van más allá de lo clientelar o la simpatía del candidato. Humala en 2006 y 2011, por ejemplo, logró apoyo en zonas donde ni siquiera había hecho campaña y con el carisma de un burócrata molesto. Pero esas preferencias son momentáneas, no se mantienen en elecciones municipales o regionales.

Otros casos muestran los límites y cambios en las relaciones entre políticos y sectores populares. Vimos las barreras que enfrentó PPK cuando intentó penetrar en los sectores D y E. Alan García y el Apra buscaron capitalizar apoyo popular con obras como el programa Agua Para Todos. Pero Carlos Arana, el gestor de esas obras y el movilizador popular del Apra, apenas obtuvo 15 900 votos para el Congreso. La más mediática Luciana León tuvo 78 000. Luis Castañeda logró un enganche en dichos sectores y duras acusaciones no rasparon su popularidad, pero ni los limeños lo vieron como candidato presidencial. El fujimorismo mantuvo su pegada en sectores populares urbanos en la última elección, pero los sectores pobres del sur que en un momento le fueron cercanos prefirieron a Humala por goleada. Hoy vemos un nuevo esfuerzo de lograr conquistar a sectores populares reticentes. Susana Villarán ganó gracias a ellos, pero ahora la miran con antipatía y apoyan su revocatoria. Su reto es romper esa resistencia sin contar con una organización política fuerte.

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