Julián Marías
edgarilo18 de Octubre de 2014
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Julián Marías habría cumplido cien años el próximo junio si hubiese vivido. Ahora, para recordarlo, se le tributa un pequeño homenaje en la Complutense donde un grupo de estudiosos debatirá sobre su ingente obra. No podemos decir que sea una obra leída y presente. Sin embargo, tiene una indudable relevancia para entender la historia de la intelectualidad española en el siglo XX y comprender algunos rasgos de su estado actual.
Partamos de un dato sintomático. En 1970, Marías culminaba la edición de sus Obras Completas en diez volúmenes. Contaba entonces 56 años. Por aquellas fechas ningún otro intelectual español vivo podría permitirse este lujo. Ninguno tenía una obra tan plural que iba desde la filosofía, a la antropología, la sociología y la crítica de la cultura. Sin embargo, Julián Marías no estaba en ninguna Universidad española. Como las circunstancias de su vida son conocidas no es preciso insistir en ellas. Lo relevante es que la idea de inteligencia que por aquel entonces representaba Marías, no tenía lugar alguno en la institución universitaria.
Marías pensaba, como su maestro Ortega, que la filosofía era el 'centro organizador' de la vida intelectual de un país
Nadie podrá discutir que, entre todos los discípulos de Ortega, Marías era el más fiel. Este hecho a menudo se ha explicado por su propio carácter. Sin embargo, su actitud tiene unas dimensiones intelectuales que se pasan por alto. Y esto, con independencia incluso de la altura de su obra, es algo que merece ser recordado. Lo decisivo reside en la comprensión de la filosofía que tenía Marías. Derivada de la propia obra de Ortega, cuyos últimos años acompañó desde la experiencia del Instituto de Humanidades, todavía alentaban en ella los grandes motivos que caracterizaron la vida universitaria de la primera mitad del siglo. Así, su comprensión de la filosofía evadía por igual la insignificancia y la especialización.
Marías pensaba, como su maestro Ortega, que la filosofía era el “centro organizador” de la vida intelectual de un país. Analizada con prisas, esta frase tiene algo de megalómano, pero conviene recordar que no era sino la herencia de aquel movimiento del siglo XVIII que había hecho de su tiempo “el siglo filosófico”. Fracasada en España, esa idea no había dejado de ejercer su acción a distancia a través del siglo XIX, marcando siempre las posibilidades frustradas de una España demasiado pendiente de la apología de lo existente y de lo vigente. Para Marías, por fin había emergido con rotundidad en el 98 y desde entonces, a lo largo de cuatro generaciones de españoles, no había dejado de palpitar y alentar.
Marías, quizá por necesidad de afirmar su posición, siempre pensó que esa tradición no se había roto, incluso en el más oscuro de los momentos del franquismo. Quizá por lo peculiar de su destino personal, tan representativo, Marías se negó a considerar la Guerra Civil como una quiebra de las tradiciones intelectuales que se habían iniciado en 1898. La guerra fue desde luego un trauma incomparable en sentido humano e histórico, institucional y personal. Marías no suavizó en modo alguno la tragedia general que significó el régimen de Franco ni la incompatibilidad profunda entre ese régimen y el oficio de intelectual. Aquí no deben quedar dudas.
Sin embargo, él pensaba que había algo así como una fraternidad intelectual que estaba por encima de la contienda y que vinculaba a todos los auténticos intelectuales en la certeza de la derrota de la causa común, la causa de la inteligencia. Quizá era una vivencia dictada por su inclinación, pero el caso es que dijo en 1962: “Fueron muchos los que desde 1936 tuvieron la impresión de que el mundo por el cual se habían esforzado había desaparecido ya en todo caso, fuera cual fuera el resultado de la guerra”.
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