La Filosofía En La Era Digital

La filosofía es un saber intuitivo y espontáneo, pues sin necesidad de estudiarla todos tenemos “nuestra filosofía”. Ésta consiste en el entendimiento de las causas de nuestras ideas, lo que determina nuestro comportamiento personal; o más específicamente, nuestra “mentalidad”.

La función del filósofo académico consiste en esclarecer con argumentos razonables y lógicos las “verdaderas” causas de las cosas, de manera que las ideas dispersas y personales puedan ser consensuadas y aceptadas como ideas universales.

Hasta la Ilustración, con un conocimiento limitado de la realidad, este consenso era relativamente fácil de alcanzar, y los filósofos se aplicaban sobre todo a establecer una razonable teoría del conocimiento y armonizar los dogmas teológicos con la razón.

Tras la época de los grandes descubrimientos y la revolución científica e industrial, la avalancha de nuevas ideas supuso un serio reto para la filosofía. En la actualidad, abrumados por un gigantesco flujo de información e ideas diversas y contradictorias, puede decirse que ya está desbordada, sin que sea posible sostener ideas básicas y consensuadas.

Por otro lado, la ciencia, gracias a los espectaculares avances de la neurología y la genética, ha invadido el terreno de la filosofía hasta hacerla confusa e imprecisa. Pero el comportamiento del ser humano es sobretodo el resultado de sus convicciones razonables, de donde surge su voluntad, y no de sus corazonadas emotivas o impulsos animales.

El cerebro es una máquina y sus impulsos no deciden el comportamiento humano. No se es una persona razonable porque funcionen bien las neuronas de nuestro cerebro o tengamos una saludable estructura genética, sino porque coordinemos con lógicas las ideas que se forman en nuestra mente, que no es una sustancia sino un fenómeno psicológico y temporal, limitado a nuestros pensamientos.

Cuanto más atribuimos nuestro comportamiento a factores neurológicos o genéticos más irracionales nos volvemos, hasta el extremo de que podemos llegar a anular completamente la función de nuestra mente, para dar crédito exclusivamente a las reacciones de nuestras características neurológicas o genéticas.

Aunque resulte una triste paradoja, nuestra era digital, tan pródiga en descubrimientos e innovaciones científicas y tecnológicas, está destruyendo al mismo tiempo y con la misma rapidez los fundamentos de la inteligencia, que son sustituidos por la simple erudición. El olvido y desinterés por la filosofía es el síntoma más evidente de esta lamentable evolución.

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