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La Revista


Enviado por   •  22 de Agosto de 2013  •  3.126 Palabras (13 Páginas)  •  242 Visitas

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El anticristo

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INTRODUCCIÓN

SOBRE EL ASESINATO DE DIOS

de Henri Lefèbvre

El universo aspira a la conciencia, a la posesión de sí, es decir, a lo divino. Un Dios se forma en el mundo. Sin embargo, el nietzscheísmo (aquí su novedad en relación a las metafísicas clásicas) no es una teología; o más bien, es una teología al revés, una teología del pecado, “más allá del bien y del mal”. Dios- el Dios infinito de los cristianos- se forma realmente en el mundo, al mismo tiempo que el hombre y en el hombre. El hombre puede realmente servir a Dios y ¡aquí el bien y el mal! Porque es necesario que el hombre se ofrezca en holocausto y que muera para que Dios nazca. Los teólogos han esperado esta fatalidad situando lo divino en lo sobrenatural que exige el sacrificio de la naturaleza y de la tierra.

Inversamente ¡lo humano exige la muerte de Dios! Estos dos ri- vales, estos dos grandes antagonistas no pueden realizarse juntos. La realización supone una aniquilación: el Hombre tiene que matar a Dios.

Nietzsche experimenta religiosamente el fin de las religiones y el crepúsculo de los dioses. Se representa una tragedia cósmica: si Dios está muerto, ¡es que nosotros lo hemos matado! Nacía de nosotros el “otro”. Dios era la alienación del hombre, su adversario, incompatible con él. Todo pasa en lo existencial; si los hombres han pensado en Dios, si los genios místicos aspiraban a lo divino, es que realmente lo divino se formaba en ellos. Exigía de ellos el ascetismo, el renuncia- miento, es decir, el odio a la “tierra”, el resentimiento contra la “vi- da”. Entonces, los hombres han tenido que llevar a cabo y repetir un acto espantoso, misterioso, que los libere, pero despojándolos de lo

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que había de mejor en ellos: el asesinato de Dios. La nada es a la vez nuestro enemigo y nuestra arma para sobrepasar en el dolor esta etapa de nuestra creación por nosotros mismos, lo divino.

El hombre que ha matado a Dios ha llevado a cabo un acto nece- sario; y sin embargo, es el insensato de quien habla la Gaya ciencia y “el más feo de los hombres” de quien se trata en la última parte de Zaratustra.

El asesino de Dios- singular paradoja- no es el ateo. El ateo nietzscheano tiene el sentido de lo divino. El verdadero asesino de Dios ¡es el cristiano! El cristianismo no fue mas que en apariencia una fe en Dios, una vida humana en el sentido de lo divino. En realidad, fue el “más bajo nivel de la evolución descendente del tipo divino”. Es de todo punto falso decir que el cristianismo ha perdido histórica- mente su impulso primitivo. Desde el principio fue una degeneración. El cristianismo, o más exactamente, el judeocristianismo, no ha sido, según Nietzsche, mas que una invención del resentimiento judío para arrastrar el mundo a la decadencia. Fue una especie de mala jugada genial, una invención grotesca y feroz de los judíos para vengarse de las innumerables vejaciones y persecuciones que ya habían sufrido. Los judíos han turbado y corrompido los espíritus, han impedido a miles de millones de hombres gozar de la tierra.

Humanamente e incluso desde el punto de vista de la religión, el judeo-cristianismo fue un fenómeno de decadencia. En su punto de partida hubo una mala inteligencia. El creador del judeo-cristianismo en tanto que doctrina y en tanto que Iglesia fue San Pablo, que se sir- vió de la biografía de Cristo para extender la noción judaica del peca- do y del Dios malo. El único cristiano auténtico fue Cristo y murió en la cruz- murió verdaderamente. Su presencia, su espíritu se ha perdi- do. Doble holocausto de Cristo: este hombre murió para divinizarse- en él los hombres que lo mataron y que cada día lo matan de nuevo han matado a Dios. La Iglesia cristiana ha ritualizado judaicamente la muerte de Dios en lugar de comprenderla y de hacer eternamente pre- sente este drama. Cristo es “una realidad eterna, un símbolo psicológi-

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co más allá del tiempo”. Fue sin pecado porque estaba verdaderamente purificado de todo resentimiento; de una infinita inocencia, intentó abolir la distancia entré él y la existencia profunda. Resucita en todos los que asumen el drama del hombre y buscan la relación del indivi- duo con la existencia.

Nietzsche no se cansa- en la Voluntad de potencia, en el Anti- cristo, etc.-, de descubrir los múltiples aspectos de la decadencia cris- tiana. Los cristianos han matado a Dios sin comprenderlo, y viven de esta muerte y del deseo de aniquilación. En su alma se pudre lenta- mente el cadáver de Dios. Han abrumado de reprobaciones todo lo que era fuerte y sano, violento y profundo: la pasión y el placer, el pensa- miento, la libertad, el amor de la tierra, la ambición; lo han llamado mal, pecado, diablo. Si es lícito definir el ser corrompido como aquel que hace lo que es desventajoso, el cristianismo representa la corrup- ción esencial. Ha erigido en tipo ideal al hombre débil, la “bestezuela de rebaño”, al animal humano domesticado y enfermo, que practica sistemáticamente el autocastigo. El hombre sin pecado del cristianis- mo es el oprimido eterno con las virtudes que le convienen, ellas le dan esas pequeñas satisfacciones débiles que prolongan su esclavitud, pero que compensan su ausencia completa de vitalidad: la dulzura, la benignidad, la caridad. Para justificar esta moral de esclavos, los teó- logos han construido un inmenso sistema de “piadosas mentiras”, de interpretaciones pérfidas. Se ha emponzoñado el corazón de los hom- bres con el resentimiento y la idea del pecado; y después se les ha ex- plicado por el pecado original o actual su decadencia. Abominable círculo vicioso. Apenas si se elevan por encima de este odioso rebaño algunos tipos, odiosos ellos mismos, pero seleccionados y después de todo superiores: el prelado maquiavélico, el contemplativo, el santo.

La muerte de Dios es para el hombre un urgente requerimiento. Nietzsche no se presenta únicamente como un destructor. Comprueba la destrucción de todos los valores, el “nihilismo europeo”. Agotado, habiendo usado de la nada y precipitado en la nada a la vez

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