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Las Venas Abiertas De América Latina

elalejo814 de Noviembre de 2012

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Las Venas Abiertas de América Latina – un acercamiento a las relaciones de poder en el mundo y su incidencia en la vida cotidiana de los Latinoamericanos:

“América Latina corre el riesgo de aumentar su insólita

colección de generaciones perdidas.

Corre el riesgo de desperdiciar, una vez más, su oportunidad sobre la Tierra.

Nos corresponde a nosotros, y a quienes vengan después,

evitar que eso suceda.

Nos corresponde honrar la deuda con la democracia,

con el desarrollo y con la paz de nuestros pueblos,

una deuda cuyo plazo venció hace siglos…

Honrar la deuda con la democracia quiere decir mucho

más que promulgar constituciones políticas,

firmar cartas democráticas o celebrar elecciones periódicas…

Quiere decir asegurar el disfrute de un núcleo duro

de derechos y garantías fundamentales,

crónicamente vulnerados en buena parte de la región latinoamericana.

Y quiere decir, antes que nada, la utilización del poder político

para lograr un mayor desarrollo humano,

el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestros habitantes

y la expansión de las libertades de nuestros ciudadanos….”

Discurso de Oscar Arias – Expresidente de Costa Rica

(Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe)

En el afán por explicar la situación que los Latinoamericanos hemos tenido que padecer por ser países de un tercer mundo que no sólo tienen esa nominación por haber sido “encontrados” después de los dos mundos conocidos, sino y sobre todo, por ser los últimos en oportunidades, tecnologías, avances, destinos y desarrollo y además estar destinados a ser los proveedores de las grandes potencias, Eduardo Galeano presenta una sinopsis de lo que ha sido nuestra historia Latinoamericana desde su descubrimiento hasta finales del siglo XX, mostrando ejemplificaciones de lo que ha causado la división del mundo en esas dos grandes potencias económicas que trataron de repartírselo a expensas de los países sumergidos en la necesidad y la pobreza, por no decir miseria, nuevos esclavos de dos visiones económicas que pretendían ser el modelo del mundo.

Por tal razón, el escritor pone de manifiesto su interés político en presentar los desniveles del mundo en la terca necesidad impuesta por el capitalismo y su necesidad casi canibalezca de apoderarse de todo lo que produzca ganancia, defendiendo una posición política que por entonces presentaba al socialismo como la mejor opción de equilibrio y oportunidades en la repartición justa de aquella plusvalía que se iba generando del trabajo agrupado, bajo condiciones de dignidad que el hombre desde entonces tendría que defender y propiciar.

Gratuito no es que este libro haya sido escrito en plena guerra fría, en esa tensión ideológica en la que se perpetuaron masacres, violaciones, sobornos y despojos de toda dignidad humana, pero que no fueron considerados como una situación de conflicto armado, porque la mayoría de estos atropellos ocurrieron en los Países tercermundistas, es decir en “la cola del mundo”. Y que sea un hombre (y mejor, un gran escritor) de estas tierras olvidadas y subvaloradas, quien se haya atrevido a construir este tejido de historias marginales, que en pocos libros quedaron consignadas.

De lo anterior es pertinente decir, que aunque en esta obra se presenta una descripción de la realidad de un subcontinente dependiente y lastimero de las potencias dominantes, en especial de los E.E.U.U., hoy, a la luz de los procesos otorgados por las investigaciones sociológicas y filosóficas, nos permiten expresar que no hay lugar a la defensa para quienes han hecho de la revolución y de la protesta, un espacio para el terrorismo y el descrédito de los derechos humanos fundamentales. Y es importante presentar este precedente, porque en 1971, el socialismo que abandera Galeano, no se había corrompido y aún no era un esquema agotado de oportunidades, libertad y paz.

La obra poéticamente política que escribe Eduardo Galeano motivado por las inclemencias a las que fue sometido su País y su Continente y que aún hoy, laten en la memoria de muchos de sus contemporáneos, nos sumerge en un tema monográfico, es decir el de la producción de materias primas y trabajo aportado por los países del tercer mundo y el aprovechamiento, despilfarro y descaro con el que las grandes potencias han hecho sus riquezas a expensas de nuestra miseria.

Pero en ese casi único tema, brotan anécdotas y microhistorias cargadas de una realidad dolorosa y poco esperanzadora, que nos permite abrir los ojos y tomar posiciones sino políticas, por lo menos éticas, de qué debemos defender los latinoamericanos para recuperar la dignidad y por qué estamos llamados a despertar conciencia y sentido de pertenencia para no perpetuar ese continuismo de asaltos y abusos y ser por fin libres, al menos en los deseos y propósitos, pues sólo es en la mente y en el espíritu, donde comienzan nuestros horizontes de libertad.

Este trabajo no pretende ser una síntesis de un aporte tan exhaustivo y complejo como el que hace el escritor Uruguayo; es más bien un acercamiento a esas relaciones de poder que someten al mundo y lo van dejando sin piso y sin oportunidades, al punto de controlar los sueños y metas de toda una cultura que clama por la defensa de sus derechos y por la posibilidad de ser ella misma, libre y emprendedora como lo ha demostrado la múltiple visión de la historia… Pues a pesar de haber estado sometidos a siglos de trabajos forzados y ahora, mal pagados, y de habérsenos arrebatado lo que nos hacía diferentes y hasta competitivos, aún habitamos esa vasta parte del mundo de exóticos paisajes donde la esperanza no se concede tregua y donde aún reside la creación en su más pura expresión y en palabras del Nobel Colombiano: “Aún confiamos en el amor y hasta somos capaces de imaginarnos la felicidad”.

Así pues comienza una historia de usurpación y despojo cuando, bajo los ideales de la conquista, vestida de armaduras y de evangelización a manos de una España que comenzaba a deshacerse del dominio musulmán, llegaron a robarse nuestra cultura y de paso nuestras riquezas dejándonos no sólo desprovistos de lo que hubiese podido equilibrarnos respecto a la tenencia de poder material, sino esclavizándonos y llenándonos de una sumisión que nos llenó de miedo, confusión y duda y nos llevó a entregar hasta nuestras almas a ese diablo que desde ese momento de la historia se ha vestido de dios y señor de nuestra identidad.

No es para nada honroso recordar hoy cómo sucumbieron ante la mirada de los conquistadores, aquellos sabios soberanos de esta tierra de civilizaciones complejas que contaban con tres culturas ancestrales desarrolladas e intelectualmente creadoras e innovadoras como lo fueron los Aztecas en México, los Mayas en Centro América y los Incas en el corazón de Sur América. Ellos “los españoles conquistadores”, les quitaron todo a los indígenas hasta su dignidad. Pues que se expropien tierras y riquezas es lo de menos, comparado con el arrebato de la propia identidad simbolizada en la cultura, el lenguaje y sus manifestaciones artísticas y la visión espiritual y libre del mundo, que más allá de ser una religión de dogmas y excusas para alcanzar la salvación, para nuestros ancestros indígenas era la expresión de la más hermosa conexión con la naturaleza y con los rasgos comunes de un universo indivisible que se colaba entre sus propios huesos, haciéndoles partícipes de esa divinidad inabarcablemente eterna.

Comenzaron llevándose el oro y trayendo material de trabajo negro, para completar la injuria y abastecer la búsqueda de riquezas pues los pobres “indios” ya no eran suficientes. Además de quitarles hasta el alma, los habían obligado a ser sus perros y esclavos, marcando desde entonces a esta estirpe a la condena de la sumisión y la dependencia. El proyecto español de conquista y colonización comenzaba a ser el mejor negocio de todos los tiempos en un proceso de desquite que también emprendía España como reflejo por haber sido saqueada y diezmada en su cultura gracias al apoderamiento árabe de casi ocho siglos de intromisión.

Era el oro de las “Indias”, como bautizó Colón a estas nuevas tierras, más codiciado que los mercados de los hindúes y persas, que otrora deslumbrarán al occidente cercano. Con esa excusa y ansiedad de poder, llegaron muchos evangelizadores a propagar la jerarquía insana y mal entendida que el catolicismo pregonaba desde la tierra, para la salvación en el Cielo. Por supuesto no era la Jerarquía divina que manda misericorde una protección a los pobres y desvalidos, porque no era esa nuestra condición antes de la llegada de los europeos (es decir, no éramos ni pobres, ni desvalidos); y porque aquí no estábamos faltos de esa Fe que salva y da sentido a la vida. Sí vinieron a imponer a la fuerza una fe extraña e incompresible para los dueños de estas tierras, ¿pues qué fe es aquella que se empeña en destruir e imponer lo que por naturaleza se nos ha otorgado gracias a la “Gracia” de lo perfecto? Los de entonces no comprendieron y los de ahora tampoco. Fue una excusa para apoderarse o quizás vengarse, de lo que les había sido arrebatado.

De una forma o de otra vinieron a imponer poderes y a sacrificar una cuantiosa suma de seres, sabios e indefensos, en pro de la corona y del poder… Y peor aún, sellaron con su intromisión una serie de sucesos que aún no acaban: La ley del dueño y del sometido.

Después del oro, vino la plata y la explotación minera. Se iba modificando la estructura de

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