Libertad De Elegir
Enviado por • 10 de Noviembre de 2014 • 1.788 Palabras (8 Páginas) • 354 Visitas
Al hablar sobre los aranceles y otras
restricciones al comercio internacional en su
obra "La Riqueza de las Naciones", Adam
Smith escribió:
Lo que es prudencia en la dirección de cada
familia privada, puede ser casi idiotez en la de
un gran reino. Si un país extranjero puede
suministrarnos una mercancía más barata de
lo que nosotros podemos fabricarla, mejor
comprársela a éste con parte de los productos
de nuestra trabajo, empleado de una forma en
la que podemos tener algunas ventajas... En
todo país, siempre es y debe ser el interés del
conjunto de la población, comprar cualquier
cosa que quieran a aquéllos que la vendan más
barata. La afirmación es tan evidente, que
parece ridículo hacer un esfuerzo para
demostrarla; nunca ha podido ser puesta en
cuestión, jamás las interesadas argucias de los
mercaderes y fabricantes han conseguido
confundir el sentido común de la humanidad.
A este respecto, el interés de éstos es
directamente opuesto al del conjunto de la
población.
Estas palabras son tan ciertas hoy día como lo
fueron entonces. Tanto en el comercio interno,
como en el comercio internacional, es de
interés "para el conjunto de la población"
comprar de la fuente más barata" y vender al
que menos tiene. Aunque las "argucias
interesadas" han llevado a una increíble
proliferación de restricciones sobre lo que
podemos comprar y a quién podemos
contratar y a quién podemos vender y en qué
condiciones, a quién podemos emplear y para
quién podemos trabajar, dónde podemos vivir
y qué podemos comer y beber.
Adam Smith señaló a "las argucias interesadas
de los mercaderes y fabricantes". Ellos
pudieron haber sido los principales culpables
de su tiempo. Hoy tienen mucha compañía.
Ciertamente, casi ninguno de nosotros no está
comprometido, de una forma u otra, en una
"argucia interesada" En palabras del inmortal
Pogo, "tenemos que conocer al enemigo y
ellos son nosotros". Luchamos contra los
"intereses especiales" salvo cuando esos
intereses especiales son los nuestros. Cada
uno de nosotros sabe que lo que es bueno para
él es bueno para el país -de modo que nuestro
"especial interés" es diferente. El resultado
final son un montón de limitaciones y
restricciones que casi sería mejor para
nosotros que fueran eliminadas. Perdemos
bastante más por medidas que sirven a los
"intereses especiales" del resto que lo que
ganamos con las medidas que sirven a
nuestros "intereses especiales".
El ejemplo más claro es el comercio
internacional. Las ganancias obtenidas por
ciertos productores gracias a los aranceles y
otras restricciones son más que compensadas
por las pérdidas sufridas por otros productores
y, especialmente, por los consumidores en
general. El libre comercio no sólo promovería
nuestro bienestar material, sino que también
preservaría la paz y la armonía entre las
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naciones y espolearía la competencia
doméstica.
Los controles sobre el comercio exterior se
extienden al comercio interior. Ambos se
entretejen y penetran todos los aspectos de la
actividad económica. Tales controles han sido
defendidos, a menudo y especialmente, por
los países subdesarrollados, como esenciales
para alcanzar el desarrollo y el progreso. Una
comparación de la experiencia japonesa tras la
Restauración Meiji en 1867 y de la
experiencia india tras su independencia en
1947 pone a prueba esta visión. Sugiere, tal y
como hacen otros ejemplos, que el libre
comercio interior y exterior es la mejor forma
para que un país pobre pueda promover el
bienestar de sus ciudadanos.
Los controles económicos que han proliferado
en los Estados Unidos en las últimas décadas
no sólo han restringido nuestra libertad para
utilizar los recursos naturales, sino que
también han afectado a nuestra libertad de
expresión, de prensa y de religión.
EL COMERCIO INTERNACIONAL
A menudo se dice que una mala política
económica refleja los desacuerdos entre los
expertos; si todos los economistas dieran los
mismos consejos, la política económica sería
buena. Los economistas a menudo
discrepamos, desde luego, pero eso no es
cierto respecto al comercio internacional. Ya
desde Adam Smith existe una virtual
unanimidad entre los economistas, cualquiera
que sea su posición ideológica en otras
cuestiones, de que el libre comercio
internacional es la mejor forma de servir a los
intereses de los países que comercian y del
mundo. No obstante, los aranceles han sido la
regla general. Las únicas excepciones
importantes se dieron durante casi un siglo de
libre comercio en Gran Bretaña tras la
derogación de las "Corn Laws" en 1846,
durante 30 años de libre comercio en Japón
tras la Restauración Meiji y el actual libre
comercio en Hong Kong. Los Estados Unidos
tuvieron aranceles a lo largo del siglo XIX y
todavía son más altos en el siglo XX,
especialmente con el Decreto de Aranceles
Smoot-Hawley, al que algunos investigadores
consideran como parcialmente responsable de
la severidad de la depresión. Los aranceles
han sido reducidos desde entonces por
sucesivos acuerdos internacionales, pero
siguen siendo altos, probablemente más altos
que en el siglo XIX, si bien el grandísimo
cambio en los tipos de mercaderías objeto del
comercio internacional hacen imposible una
comparación precisa.
Hoy, como siempre, existe un gran apoyo a
los aranceles -eufemísticamente etiquetados
como "protección", una buena etiqueta para
una mala causa. Los productores de acero y
los sindicatos de los trabajadores del metal
presionan para que se impongan restricciones
a las importaciones de acero de Japón. El
lobby de los fabricantes de televisores y sus
trabajadores buscan "acuerdos voluntarios"
para limitar la importación de televisores o de
sus componentes de Japón, Taiwán o Hong
Kong. Los fabricantes de productos textiles y
calzado, los ganaderos, los productores de
azúcar y diez mil más se quejan de la "injusta"
competencia del extranjero y exigen que el
gobierno haga algo para "protegerles". Por
supuesto que ningún grupo formula sus
demandas basándose en su desnudo "propio
interés". Todos los grupos hablan del "interés
general", de la necesidad de mantener puestos
de trabajo o de promover la seguridad
nacional. La necesidad de reforzar al dólar
frente al marco o el yen se ha unido
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recientemente a la tradicional racionalización
de las restricciones a las importaciones.
La Razón Económica para el Libre Comercio
Una voz que apenas se ha alzado es la de los
consumidores. Grupos considerados de
defensa de los intereses de los consumidores
han proliferado en los últimos años. Sin
embargo, podrás buscar en vano en las
noticias de los medios, en grabaciones de
conferencias congresuales, para encontrar una
mención de sus ataques a los aranceles u otras
restricciones a las importaciones. Los
autoproclamados abogados de los
consumidores tienen otras preocupaciones
-como veremos en el Capítulo 7.
La voz del consumidor individual se ahoga en
la cacofonía de "las interesadas argucias de
comerciantes y fabricantes" y sus empleados.
La consecuencia es una grave distorsión de la
cuestión. Por ejemplo, quienes apoyan los
aranceles consideran evidente que la creación
de trabajos es un fin deseable, en sí y por sí
mismo, independientemente de lo que hagan
las personas empleadas. Esto es claramente un
error. Si todo lo que queremos son trabajos,
podemos crear un gran número -por ejemplo,
teniendo a gente cavando agujeros para volver
a llenarlos de nuevo o desempeñando otras
tareas inútiles. A veces el trabajo es la única
recompensa. Sin embargo, en la mayor parte
de las veces, el trabajo es el precio que
pagamos por conseguir las cosas que
queremos. Nuestro verdadero objetivo no son
sólo trabajos, sino trabajos productivos
-trabajos que proporcionarán más bienes y
servicios que consumir.
Otra falacia, rara vez contradicha, es que las
exportaciones son buenas y las importaciones
son malas. La verdad es muy diferente. No
podemos comer, vestir o disfrutar de los
bienes que mandamos al extranjero. Comemos
bananas de Centroamérica, vestimos zapatos
italianos, conducimos coches alemanes y
disfrutamos de los programas que vemos en
nuestros televisores japoneses. Nuestra
ganancia del comercio exterior es lo que
importamos. Como Adam Smith vio
claramente, los ciudadanos de una nación se
benefician obteniendo un volumen de
importaciones tan grande como sea posible en
pago de sus exportaciones, o de una forma
equivalente, de exportar lo mínimo
imprescindible para pagar sus importaciones.
La engañosa terminología que utilizamos
refleja estas equivocadas ideas. "Protección"
quiere decir realmente explotación del
consumidor. Una "favorable balanza
comercial" indica realmente exportar más de
lo que importamos, enviando al extranjero
bienes por un valor total mayor que el de los
bienes que traemos del extranjero. En tu casa,
seguramente preferirás pagar menos por más,
en vez de al revés, aun cuando eso pudiera
calificarse de "balanza de pagos desfavorable"
en el comercio exterior.
El argumento a favor de los aranceles que
tiene el mayor atractivo para el público es el
de la supuesta necesidad de proteger el alto
nivel de vida de los trabajadores americanos
frente a la "injusta" competencia de los
trabajadores de Japón, Corea o Hong Kong
que están dispuestos a trabajar por un salario
mucho más bajo.¿Qué hay de malo en este
argumento? ¿No queremos proteger el alto
nivel de vida de nuestra gente?
La falacia en este argumento es el laxo uso de
los términos "alto salario" y "bajo salario".
¿Qué significa salario "alto" y "bajo"? A los
trabajadores americanos se les paga en
dólares; a los trabajadores japoneses se les
paga en yenes. ¿Cómo comparamos salarios
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en dólares con salarios en yenes? ¿Qué
determina el tipo de cambio?
Consideremos un caso extremo. Supongamos
que 360 yenes equivalen a un dólar. A este
tipo de cambio, el tipo de cambio real durante
muchos años, se supone que el japonés puede
producir y vender cualquier cosa por menos
dólares de lo que nosotros podríamos hacerlo
en los Estados Unidos -televisores,
automóviles, acero e, incluso, semillas de
soja, trigo, leche y helados. De haber libertad
de comercio internacional, trataríamos de
comprar toda nuestra mercancía en Japón.
Esta parecería ser una historia de terror
extremo del tipo de las descritas por los
defensores de los aranceles -acabaríamos
siendo inundados por bienes japoneses y no
podríamos venderles nada.
Antes de levantar las manos presos del pánico,
llevemos el análisis un paso más allá. ¿Cómo
pagaríamos a los japoneses? Les ofreceríamos
billetes de dólar. ¿Qué harían ellos con los
dólares? Hemos asumido que a 360 yenes por
dólar todo es más barato en Japón, de modo
que no hay nada en el mercado
norteamericano que los japoneses querrían
comprar. Si los exportadores japoneses
estuvieran dispuestos a quemar o enterrar los
billetes de dólar, sería maravilloso para
nosotros. Podríamos conseguir todo tipo de
bienes por papeles verdes que podemos
producir en una cantidad abundante y de una
forma muy barata. Tendríamos la más
maravillosa industria exportadora concebible.
Por supuesto, de hecho, los japoneses no nos
venderían esos bienes útiles para ganar
papeles inútiles que quemar o enterrar. Como
nosotros, ellos también quieren obtener algo
real a cambio de su trabajo. Si todos los
bienes fueran más baratos en Japón que en los
Estados Unidos a 360 yenes por dólar, los
exportadores tratarían de deshacerse de sus
dólares, tratarían de venderlos por 360 yenes
por dólar para comprar bienes japoneses más
baratos, pero, ¿quién estaría dispuesto a
comprar los dólares? Lo que es cierto para el
exportador japonés es cierto para todo el
mundo en Japón. Nadie estará dispuesto a
pagar 360 yenes a cambio de un dólar si 360
yenes pueden comprar más de todo en Japón
que un dólar comprará en los Estados Unidos.
El precio del dólar respecto del yen caerá -a
300 yenes por dólar, o a 250 o a 200 yenes.
Ahora se le da la vuelta a la situación, cada
vez serán necesarios más y más dólares para
comprar una cantidad determinada de yenes.
Los bienes japoneses están cotizados en
yenes, de modo que su precio en dólares
aumentará. Por contra, los bienes
norteamericanos están cotizados en dólares,
de modo que cuantos más dólares recibe un
japonés por un número determinado de yenes,
más baratos son los bienes para los japoneses
en términos del yen.
La cotización del dólar respecto del yen caerá,
por término medio, hasta que el valor de los
bienes en dólares que los japoneses compren
en los Estados Unidos equivalgan al valor de
los bienes que los Estados Unidos compren en
Japón. A ese precio, todo el mundo que quiera
comprar yenes con dólares encontrará a
alguien que esté dispuesto a venderle yenes
por dólares.
La situación real es, por supuesto, más
compleja que este hipotético ejemplo. Muchas
naciones, y no sólo los Estados Unidos y
Japón, están implicados en el comercio y el
comercio a menudo toma direcciones
circulares. Los japoneses gastan algunos de
los dólares que ganan en Brasil, los brasileños,
a su vez, pueden gastar esos dólares en
Alemania y los alemanes hacen lo propio en
...