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Literatura


Enviado por   •  11 de Agosto de 2014  •  767 Palabras (4 Páginas)  •  140 Visitas

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ngeles del abismo de Enrique Serna, atrapa desde el inicio. Dos historias se entrelazan después de los once primeros apartados, cuando las vidas de Tlacotzin, un indígena renegado, y Crisanta Cruz (inspirada en Teresa Romero, un personaje real del siglo XVII), una beata embaucadora, se unen. Alrededor de esta pareja de amantes se teje toda una comedia de enredos, siempre con un humor excepcional:

"¡Diego [Tlacotzin], ven por favor! ¡Ayudadme!

Con una palmatoria caminó hacia la alcoba de Cárcamo [un sacerdote estafador y rufián, a cuyas órdenes está Tlacotzin, es su pilguanejo], que estaba al borde de la cama doblado de dolor. Tenía el camisón empapado en sudor y jadeaba como un moribundo, tocándose el vientre con ambas manos.

- Tengo unos retortijones de padre y señor mío -se quejó.

- ¿Quiere la bacinica? -le ofreció Tlacotzin-. A lo mejor obrando se le quita.

- Ya lo intenté pero no puedo, estoy constipado. -Dijo Cárcamo.

- Esto me pasa por cenar tanto.

- Si quiere le puedo preparar un té de yerbabuena, para que le quite las cámaras.

- No, lo que necesito es una lavativa.

Preparado el enjuagatorio, Cárcamo le ordenó sacar el clíster que tenía debajo de la cama. Era un grueso tubo en forma de jeringa que desembocaba en una vejiga.

Entonces el prior se puso en cuatro patas, con el camisón arremangado hasta la cintura. Tenía las nalgas gruesas y peludas, y un ano sonrosado trémulo de angustia.

-Apaga la vela -Ordenó Carcamo-, no está bien que me veas así.

[Como el sacerdote no puede, dado las reglas de su orden, tocarse las "partes pudendas", ordena a Tlacotzin que le ponga la lavativa]

Como un explorador aventurándose en aguas pantanosas, Tlacotzin tentó las velludas nalgas del prior y trató de encajar el tubo en el ano con la mayor suavidad.

- Más fuerte -le ordenó el enfermo-, tiene que entrar hasta el fondo.

Tlacotzin empujó el clíster de un fuerte envión y arrancó un gemido de dolor a Cárcamo.

- ¡Me cago en mis muertos! -Dijo entre dientes, y Tlacotzin se quedó un momento paralizado.

- Sigue, sigue -le exigio el prior, y para descargar la tensión hincó los dientes en la almohada.

Volvió a encajar el tubo con fuerza y ahora sintió que entraba con más facilidad, gracias al ensanchamiento del recto.

-¡Ay, cuitado de mí! -se quejó Cárcamo, pero esta vez suspiró como si el dolor

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