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Los Hijos De Sanchez


Enviado por   •  19 de Octubre de 2014  •  579 Palabras (3 Páginas)  •  174 Visitas

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Manuel. Este es el mayor de la familia: un irresponsable, un débil, un mitómano; haragán, engreído, simpático, ha sido un completo inútil, un cero -cuando no un fastidio- en sus relaciones sociales y en sus relaciones personales. Ha sido protagonista de intrépidos, desastrosos amores, que algo bello hubieron de tener cuando al evocarlos logra decir simplemente: "Cuando salimos [de un hotel] afuera todo nos parecía amarillo: los carros, las casas, los hombres, las mujeres. Ambos nos veíamos pálidos y cansados. Ella se fue a su trabajo, a sólo dos cuadras de allí, y yo al mío". El resto son miserias, imposturas, remordimientos.

Consuelo no es mejor. Como Manuel -y a diferencia de los otros dos hermanos- es inteligente. Es introvertida, soñadora, ambiciosa; es también egoísta e hipócrita. Hace estudios secundarios; inicia una vaga carrera de secretariado; llega a los esplendores del cine y de la televisión, y su experiencia en ellos parece el argumento de una película mexicana. Ama mezquinamente, y la vida se le pasa persiguiendo una vida mejor, mezcla de deseos concretos y de anhelos sentimentales. Cuando tenía doce o trece años salió por vez primera a la Alameda, al centro de la ciudad; no es que la vecindad donde habitaban los Sánchez estuviera muy lejos; se trataba, tan sólo, de que era otro mundo, y de los cuatro hermanos es Consuelo la única que, en verdad, nunca ha pertenecido a él. Ni, desdichadamente, tampoco al otro, al de afuera, al deslumbrante.

Marta, la menor, es la menos arriscada, la más indefensa y, por lo mismo, la más razonablemente infeliz. Roberto lo es también, pero con desmesura; moreno (el padre no lo quiere bien por ese color de su piel) abraza oscuramente la austeridad y la violencia; siempre presta la navaja en cantinas, en riñas de barrio; siempre a su acecho la otra violencia: la policía, los interrogatorios, las cárceles, y su compleja pasión parece prescribirle, tercamente, su propia consumación: el reposo. En suma, cuatro seres humanos deplorables, retoños indignos de Jesús Sánchez, el campesino que si fue capaz de organizar su existencia, de convertir la miseria en que nació en algo parecido al bienestar; sesentón, es dueño de un par de casas, es -y ha sido siempre- capaz de atender a la subsistencia de sus hijos; no sólo de los legítimos, los de su mujer Lenore, sino también los de dos o tres hogares supernumerarios que ha establecido al azar de la soledad o del fastidio. Durante decenios, Jesús no ha dejado un solo día ("salvo los 1º de mayo") de concurrir al restaurante español donde trabaja; y a una sociedad que distaba de serle propicia le ha enfrentado una dureza sin concesiones, un rigor que, casi con tanta frecuencia como el de la propia sociedad, parece inhumano.

Los cuatro hijos de Sánchez atribuyen, en un momento o en otro, buena parte de sus propias vicisitudes a esa calidad de obsidiana

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