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PENSADORES CONTEMPORANEOS DEL HUMANISMO


Enviado por   •  4 de Enero de 2014  •  4.361 Palabras (18 Páginas)  •  631 Visitas

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Filósofo marxista alemán. Enseñó en la Universidad de Leipzeig (1918-1933), gradualmente evolucionando hacia el marxismo durante los años 1920. Huyó de los Nazis a partir de 1933, trasladándose primero a Suiza y luego a los Estados Unidos. Su primera obra de envergadura fue El principio de la esperanza, publicada en alemán, en la cual puso énfasis en el papel de la esperanza como motriz en el ser humano. Volvió a Leipzeig en 1948, donde permaneció hasta 1961, cuando a causa de conflictos con el Partido Comunista se mudó a Alemania Occidental. Ahí, dictó clases en la Universidad de Tübingen.

Roger Garaudy o Ragaa (nacido el 17 de julio de 1913, en Marsella) es un filósofo y político francés autor de una cincuentena de libros, tratando particularmente la historia de las grandes figuras del comunismo y la religión. Es uno de los principales exponentes del Negacionismo del Holocausto.

De padre ateo y abuela materna ferviente católica Garaudy se convirtió al protestantismo, cursó estudios universitarios en Marsella y Aix-en-Provence, doctorándose en Filosofía por la Sorbona.

En 1933, mismo año en que se afilió al Partido Comunista Francés, se trasladó a Estrasburgo, estudiando teología en la cátedra del pastor Karl Brath. En 1937 es nombrado profesor de filosofía en el liceo de Albi

Durante la Segunda Guerra Mundial, fue encarcelado entre 1940 y 1942 en Djelfa, Argelia, como prisionero de guerra de la Francia de Vichy.

En 1933 inició su militancia en el Partido Comunista Francés (PCF), del que llegó a convertirse en uno de sus líderes teóricos. Como filósofo era considerado una autoridad en Hegel, así como autor de docenas de obras, cuyos puntos de vista tuvieron una amplia influencia fuera de los límites del PCF.

En 1945 pasa a formar parte del Comité Central del Partido, miembro de la Asamblea Nacional (1945-1951; 1956-1958) y del Senado (1959-1962). Miembro del Politburó del PCF desde 1956.

HUMANISMO Y DEBATE DE LA MODERNIDAD

En el pensamiento moderno es un lugar común relacionar de manera estrecha el Humanismo con la Declaración de Derechos Humanos. Es decir, las sociedades democráticas modernas se hacen eco de los grandes pensadores de la libertad de pensamiento, como Locke, Rousseau, Kant hasta Rawls, los cuales no conciben una sociedad justa sin el respeto a la libertad y a los derechos fundamentales del hombre. No obstante, el concepto de “Humanismo” surge en un contexto histórico totalmente diferente, en el Renacimiento; el humanismo se desarrolla de manera excepcional en la Academia florentina con Ficino, Pico de la Mirandola y otros autores.

El concepto de Humanismo en el Renacimiento no es totalmente ajeno al pensamiento actual; sin embargo, lo que más choca al hombre democrático de nuestro tiempo es la estrecha relación que existía en el Renacimiento entre el humanismo y los estudios literarios. No obstante, si sustituimos la palabra “literatura” por la palabra “educación”, el concepto renacentista de humanismo recupera su pleno sentido, aunque el Renacimiento hace especial hincapié en los Studia Humanitatis, es decir, en los estudios literarios que corresponden a las Humanidades, o sea, con los contenidos de las escuelas de humanidades más que con los valores humanos recogidos en la Declaración de Derechos Humanos. El humanismo tal y como lo entendemos en la actualidad, y según está recogido en la Declaración de Derechos humanos, no está vinculado totalmente con la formación humanística. En el Renacimiento, el Humanismo está íntimamente asociado con el arte de la retórica y de la elocuencia que se remonta a los sofistas griegos. A partir de Descartes, se produce una separación radical entre el hombre y la naturaleza que dará lugar a la aparición del sujeto como nueva figura de la modernidad.

EL PENSAMIENTO MODERNO

El abigarrado cuerpo de ideas que conforma el pensamiento moderno no obedece a hechos programados, ni menos, a un estado de ideas que hayan emergido en forma fortuita. Han de acontecer una sucesión de situaciones y hechos de distinta naturaleza que van a encontrar el clímax de su cristalización en la Revolución Francesa.

Anterior a la Revolución Francesa, el origen de la Modernidad podemos remontarlo al siglo XVII cuando Galileo sienta las bases de lo que pasará a reconocerse como la ciencia moderna. Incluso, podríamos remitirnos al periodo de la Reforma, en el siglo XVI, cuando el hombre logra la libertad espiritual y de conciencia religiosa. Otros prefieren ver su origen en el siglo XIV y XV tomando como referencias la invención de la imprenta, el reloj mecánico o el descubrimiento de América. Sin embargo, al margen del hecho histórico que pueda identificar su origen, lo cierto es que éste viene a representar el punto de quiebre de la sociedad feudal, tanto en el orden intelectual, social, cultural como en el político.

La Modernidad viene a describir una determinada concepción del hombre y del mundo en la que participan principios culturales provenientes de los campos más diversos. Si bien sus principios se originan en la Europa de los siglos XVI y XVII, contendrá elementos posteriores que se irán incorporando en los siglos siguientes. La incorporación de nuevos elementos nos presentan una Modernidad que se caracteriza por la planetización de todos los procesos de modernización y, por tanto, la universalizac

ión de los principales problemas que afectan a nuestras sociedades. La historia moderna reconocerá un fenómeno histórico-cultural que se centrará en tomo a aquel esfuerzo tendiente a romper las cadenas de todo determinismo que atente contra la legítima autonomía del hombre como ser racional y libre.

La Modernidad ha sabido probar que al hombre le ha sido posible gobernarse por sí mismo, tomar sus propias decisiones, pensar y sentir como mejor lo creyese conveniente. Los principios de la democracia política, de la autonomía religiosa, del secularismo, etc. han sabido dar expresión al anhelo de libertad desde ópticas distintas. Prontamente se fueron rompiendo las cadenas que habían oprimido a los hombres por siglos, siendo este hecho, precisamente, el mayor atributo logrado por el hombre moderno. Ciertamente, el hombre había vencido finalmente a las fuerzas de la naturaleza adueñándose de ella y se había sacudido de la dominación de la Iglesia y del Estado absolutista. La abolición de la dominación exterior parecía ser no sólo una condición necesaria, sino también imprescindible para alcanzar el objetivo anhelado por las generaciones precedentes, vale decir, la libertad plena del individuo.

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