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Poema INVOCACIÓN AL DIOS DE LAS AGUAS


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2013  •  2.702 Palabras (11 Páginas)  •  252 Visitas

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EL RÍO DE LAS SIETE ESTRELLAS

(Canto al Orinoco)

Una Pumé, la Hija de un Cacique Yaruro,

fue conmigo una noche, por las tierras

verdes, que hacen un río de verdura

entre el azul del Arauca y el azul del Meta.

Entre los gamelotes

nos echamos al suelo, coronados de yerbas

y allí, en mis brazos, casi se me murió de amores

cuando le dije la Parábola

del volcán y las siete estrellas.

Quiero recordar un poco

aquella hora inmortal entre mis horas buenas:

Sobre la sabana los cocuyos

eran más que en el cielo las estrellas,

no había luna, pero estaba claro todo,

no sé si eras mi alma que alumbraba a la noche

o la noche que la alumbraba a ella;

estábamos ceñidos y hablábamos y el beso

y la palabra estaban empapados de promesas

y un soplo de mastranto ponía en las narices

ese amor primitivo del caballo y la yegua.

Ella me contaba historias

de su nación, leyenda

que se pierden entre los siglos

como raíces en la tierra,

pero de pronto me cayó en los brazos

y estaba urgente y mía, coronada de yerbas,

cuando le dije la Parábola

del volcán y las siete estrellas.

Fue en el momento en que evocamos

al Orinoco de las Fuentes, al Orinoco de las Selvas,

al Orinoco de los saltos,

al de la erizada cabellera

que en la Fuente se alisa sus cabellos

y en Maipures se despeina;

y luego hablamos del Orinoco ancho,

el de Caicara que abanica la tierra,

y el del Torno y el Infierno

que al agua dulce junta un mal humor de piedras,

y ella quedó colgada de mis labios,

como Palabra de carne que hiciera vivo el Poema,

porque le dije, amigos, mi Parábola,

la Parábola del Orinoco,

la Parábola del Volcán y las Siete Estrellas.

Y fue así: La Parima era un volcán,

pero era al mismo tiempo un refugio de estrellas.

Por las mañanas, los luceros del cielo

se metían por su cráter,

y dormían todo el día en el centro de la Tierra.

Por las tardes, al llegar la noche,

el volcán vomitaba su brasero de estrellas

y quedaban prendidos en el cielo los astros

para llover de nuevo cuando el alba viniera.

Y un día llegó el primer llanto del Indio;

en la mañana del descubrimiento,

saltando de la proa de la carabela,

y del cielo de la raza en derrota

cayó al volcán la primera estrella;

otro día llegó la piedad del Evangelio

y del costado de Jesucristo, evaporada la tristeza,

cristalina de martirio e impetuosa de Conquista,

cayó la segunda estrella.

Después, recién nacida la Libertad,

en su primera hora de caminar por América,

desde los ojos de la República

cayó al volcán la lágrima de la tercera estrella.

Más tarde, en el Ocaso del primer balbuceo,

en el día rojo de La Puerta,

nevado del hielo mismo de la Muerte

cayó el diamante de la cuarta estrella;

Y en la mañana de la Ley,

cuando la antorcha de Angostura chisporroteó sobre la guerra,

despabilada de las luces mortales,

sobre el volcán cayó la quinta estrella.

Y en la noche del Delirio,

desprendida de Casacoima, Profetisa de la Tiniebla,

salida de la voluntad inmanente de Vivir,

estrella de los Magos, cayó la sexta estrella.

Y un día, en el día de los días, en Carabobo,

bajo el Sol de los soles, voló de la propia cabeza

del Hombre de cabeza estrellada como los cielos

y en el volcán de la Parima cayó la última estrella.

Pero ese mismo día

sobre la boca del volcán puso su mano la Tiniebla

y el cráter enmudeció para siempre

y las estrellas se quedaron en las entrañas de la Tierra.

Y allí fue una pugna de luz,

una lucha de mundos, un universo en guerra;

y en los costados de su tumba,

horadaban poco a poco su cauce las

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