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Popol Vuh


Enviado por   •  10 de Septiembre de 2013  •  1.553 Palabras (7 Páginas)  •  294 Visitas

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1° El origen del hombre según el Popol Vuh

El Popol Vuh es uno de los más importantes libros sagrados de los mayas de la antigüedad, concretamente de los mayas de Santa cruz de Quiché, Guatemala.

En esta obra encontramos una curiosa descripción sobre la creación del hombre.

Los hombres de barro.

La primera de ellas nos cuenta como los dioses decidieron reunirse para intentar crear al Hombre, pero no tuvieron éxito. Las deidades habrían dado origen, en primer lugar a la tierra y todos sus accidentes geográficos.

Después crearon los animales –“genios de las montañas” y “guardianes de los bosques”-, quienes fueron ocupando sus respectivas moradas. Sin embargo, tales seres tenían unas formas de relacionarse que no acababan de convencer a los dioses: chillaban, graznaban, cacareaban, etc., pero eran incapaces de hablar y, por si fuera poco, pusieron de relieve una incapacidad manifiesta para obedecer a sus propios creadores. Había, pues, que dar vida a otras criaturas más perfectas: los hombres.

Y los dioses se pusieron “manos a la obra”. En un primer intento emplearon el barro, pero “... se deshacía, estaba blando, no tenia movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenia velada la vista, no podía ver hacia atrás.

Al principio hablaba pero no tenía entendimiento.

"Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener...”, podemos leer en el Popol Vuh.

Los hombres de Tzité.

Los dioses, no obstante, no se dieron por vencidos y volvieron a intentarlo de nuevo. Fue entonces cuando hicieron a los hombres de Tzité (una especie de árbol) y a las mujeres de carrizo (una especie de gramínea que crece en los lugares encharcados), teniendo los primeros mejor sustancia que las segundas.

Al contrario que su antecesor, el hombre de Tzité era capaz de ver, hablar y multiplicarse. Sin embargo, tampoco satisfizo las expectativas de sus creadores, ya que carecía de alma y cerebro.

Eso por no hablar de su carne amarillenta, su falta de expresión y, lo peor de todo, su incapacidad para reconocer a sus creadores, a quienes tampoco rendía pleitesía. En fin, un nuevo fracaso.

Este hombre fue rápidamente aniquilado de la faz de la tierra tras desencadenarse una serie de extraños fenómenos. Así, una densa resina cayó del cielo hasta oscurecer por completo el planeta entero, mientras tenía lugar una lluvia negra que no cesaba ni de día ni de noche.

Entonces, los animales, enloquecidos, comenzaron a devorar la carne de los humanos.

El Popol Vuh, relata incluso como los utensilios domésticos caían sobre estos hombre como si estuvieran manejados por fuerzas invisibles.

Añade el citado libro que hasta los mismísimos metales se quejaban de lo que habían padecido mientras sus propietarios los habían utilizado para moler el maíz y que otro tanto hicieron las piedras de los fogones.

Hasta los perros husmearon a sus amos de madera, extrañados porque ya no los alimentaban y recordando como los habían pegado.

Asustados, los hombres escalaron a los tejados de sus casas, convencidos de que así podrían salvarse de la furia de animales y objetos. Pero los sobrevivientes que lograron alcanzar los techos de sus viviendas se transformaron inmediatamente en monos, los mismos que aún viven en las selvas.

Los hombres de maíz.

Finalmente, el tercer y último intento tuvo un marcado carácter “genético” y se realizo sobre la base de dos tipos diferentes de maíz: el blanco y el amarillo. Primero los dioses dieron forma a los hombres, cuatro del género masculino y cuatro del femenino, que agradecieron tal honor a sus artífices. Después las nuevas criaturas ingirieron el citado alimento, que se convirtió en su sangre.

Pero pronto los dioses se vieron amenazados por esta nueva humanidad que se rebeló como demasiado inteligente. Temerosos de la amenaza que estos nuevos hombres podían llegar a suponer para ellos, uno de los dioses creadores llamado “vapor del cielo” soplo un vapor que contacto con los ojos de los hombres y mujeres, redujo su capacidad de visión a la par que disminuyo su sabiduría.

En otra obra, Los anales de los Cakchiqueles, otro grupo de mayas, que narra también como otraza humana, creada de la tierra, tampoco había logrado satisfacer las expectativas de los dio-es, hasta que estos idearon por fin el hombre de maíz al mezclar la sangre de tapir con la de la serpiente.

Los mayas creían y muchos aun lo creen, que estas últimas criaturas, los hombres de maíz, fueron los antepasados directos de este mítico pueblo.

Sin embargo, el Popol Vuh también dice que la nuestra no será la última

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