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Resumen ALMA DE LA TOGA


Enviado por   •  3 de Diciembre de 2015  •  Apuntes  •  717 Palabras (3 Páginas)  •  412 Visitas

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ALMA DE LA TOGA.

La sensación de la justicia es que procuremos no actuar tan apegados a las leyes, que usemos lo que nosotros tenemos conceptualizado como bueno, equitativo, prudente, cordial y sobre todo justo. La moral del abogado es el criterio que debe tener un abogado, la abogacía no se cimienta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud de la conciencia, malo será que erremos y defendamos como moral lo que no es; pero si nos hemos equivocado de buena fe, podemos estar tranquilos. Se dice que el abogado no deber ser frio del alma ni emocionable, debe de actuar sobre las pasiones, las ansias, los apetitos en que se consume la humanidad. El abogado se compenetra con el cliente de tal manera, que pierde toda su postura personal. Defender sin cobrar, defender a quien nos ofendió, defender a costa de perder amigos y protectores, defender afrontando la injuria y la impopularidad. Las reglas del trabajo pueden reducirse a esta, hay que trabajar con gusto. Logrando acertar con la vocación y viendo en el trabajo no solo un modo de ganarse la vida, sino la válvula para la expansión de los anhelos espirituales, el trabajo es liberación, exaltación, engrandecimiento. De otro modo es insoportable la esclavitud. El elogio de la cordialidad, al principio habla de los abogados y los jueces, de cómo se tiene ya la mala y errónea idea de que el juez hace favoritismos y el abogado miente. Para los jueces cumplir con la regla al pie de la letra es, en muchas ocasiones, criminal, y si los jueces no han de hacerse cómplices de corrupciones o abandonos, deben usar su criterio para obtener resultados satisfactorios en un juicio, ya que en muchas ocasiones los reglamentos son oscuros y faltos de verdad y humanismo. En el arte y la abogacía, algunos tienen como elementos de expresión la aritmética, la química o el dibujo lineal, nosotros usamos la palabra escrita y hablada, es decir, la más noble, la más elevada y artística manifestación del pensamiento. Los abogados por lo mismo que nuestra misión es contener, cuando cesamos en ella buscamos la paz y el olvido. No hay campañas de grupo contra grupo, ni ataques en la prensa, ni siquiera pandillas profesionales. Al terminar la vista o poner punto a la conferencia, nos despedimos cortésmente y no nos volvemos a ocupar del uno o del otro. Apenas y de vez en cuando nos dedicamos un comentario mordaz o irónico. Nuestro estado de alma es la indiferencia, nuestra conducta, un desdén elegante. Hay una costumbre que acredita la delicadeza de nuestra educación. Después de sentenciado un pleito y por muy acre que haya sido la controversia, jamás el victorioso recuerda su triunfo al derrotado. Por el contrario, el vencido es quien suele suscitar el tema felicitando a su adversario, incluso públicamente, y ponderando sus cualidades de talento, elocuencia y sugestión, a las que, y no a la justicia de su casa, atribuye el éxito logrado. La condición inexcusable para poder triunfar en la profesión es saber ejercerla. En la misma abogacía, la especialización toca los límites del absurdo, tan simplemente que no se puede ser especialista en una sola cosa, porque en la abogacía como en muchas otras profesiones en un solo caso, gran parte de las veces se necesita de varias materias de derecho. No es indiferente ni ofensivo el proceder mediante especializaciones, porque ellas, aun contra nuestra voluntad, pesan enormemente en el juicio y unilateral izándose nos llevan al error. El civilista nunca creerá en la ocasión de entrar en una causa, cuando, a veces, con una simple denuncia se conjuraría el daño o se prepararía el arreglo, el criminalista todo lo verá por el lado penal y fraguara procesos quiméricos o excusara delitos evidentes. La exageración de la verdad, tan común entre los abogados, debe ser evitada. Quien sepa guardar su recato y ocupar su puesto, de fijo no fraternizara con sus clientes en lo criminal ni los divinizara en lo civil. En la libertad de defensa, particular debe ser libre para defenderse por sí mismo. El pretorio debería tener sus puertas abiertas a todo el mundo, sin atender a otro ritualismo que al clamor de quien solicita lo que ha de menester. Los abogados ganaríamos en prestigio sin perder sensiblemente en provecho.

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