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Simone Weil y el sufrimiento


Enviado por   •  24 de Mayo de 2021  •  Trabajos  •  1.942 Palabras (8 Páginas)  •  60 Visitas

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11/12/2020

Andrés Felipe Ramírez MArtínez

Universidad Nacional de Colombia - SFC Simone Weil

Vicente Raga Rosaleny 

Weil y el sufrimiento

        Hay quienes creen que la pensadora Francesa Simone Weil fue alguien pesimista que se rindió ante el sufrimiento que experimentó a lo largo de su vida y por lo cual su pensamiento es trágico y pesimista. Sin embargo, mi intención en el siguiente ensayo es abogar por la idea de que el sufrimiento en Weil no se concibe como algo pesimista sino como algo positivo que como seres humanos debemos aceptar y darle un uso místico, esotérico y sagrado. Así, procederé por analizar esta noción a través del arte y la cristianidad en el pensamiento de la Francesa. Para esto, pretendo rastrear los orígenes de la concepción artística de Weil en el Timeo de Platón. Tras este primer momento, mi intención será la de relacionar dicha concepción con la concepción que Weil tenía de la cristianidad, más específicamente con la crucificción  de Cristo. Después, presentaré la concepción Weiliana en relación con una tragedia Griega para ver cómo esta concepción restituye un valor sagrado en la tragedia reafirmando una vez más la importancia y necesidad del sufrimiento.

En la República Platón habla del arte poniéndola en tela de juicio, pues esta es concebida como una imitación del mundo fenoménico. Esto querría decir que el arte estaría en un estatus diferente al de la religión, pues el arte tendería a lo fenoménico mientras que la religión a las ideas. De esta manera, parece que el arte para Platón no sería significativo al pertenecer a lo fenoménico, y además, no solo no sería significativo sino que también podría obstaculizar la búsqueda de las ideas. Sin embargo, aunque en la República parece que el arte pierde todo valor para Platón, en el Timeo se introduce un nuevo elemento a su teoría causal ontológica que parece restituir el valor de un artista competente, inteligente y bueno.

En dicho diálogo, para explicar el origen del cosmos, el filósofo introduce al Demiurgo y lo describe como hacedor y padre de éste; cuya manera de crearlo, a partir de las formas, es “manteniendo la mirada en lo eternamente invariable y usarlo como su patrón para la forma y función de su producto” (28c). Así, aunque esta explicación mitológica pueda no tener un valor ontológico, si tiene un valor simbólico con la aparente intención de dar una explicación más digna para nosotros los seres del mundo sensible. Y bajo esta misma idea, afirma que el Demiurgo no puede ser el único ser del que se diga ‘bueno’ y ‘bello’, por lo cual el desea que todo se parezca a él lo más posible y crea todas las cosas bellas y buenas, valga la redundancia. Esta creación, adicionalmente, es tal que hay una noción en potencia previa a la actualización del producto; el Demiurgo, por lo tanto, se torna causa de todo al prever el fin de todos los objetos, y lo buena y bella que sea una creación del Demiurgo dependerá de su capacidad de previsión.

        De esta manera, el mito del Demiurgo es un acto simbólico que vincula la forma y lo sensible de manera tal que presupone la existencia de los dos mundos que distingue el filósofo griego. Además, esta simple descripción del mundo se puede interpretar como un paradigma de la creatividad del buen artista, pues se puede entender como una analogía que representa la noción de arte como la reflexión del orden cósmico partiendo de modelos, patrones, planes o un diseño. Aunque bajo esta nueva concepción causal del mundo sensible perdamos valor ontológico, ganamos valor estético ya que al considerar el mito del Demiurgo como una analogía del artista se restituye el valor del buen artista como aquel que genera una conexión entre lo sensible y lo ‘metafísico’, ‘eterno’, ‘bello’ y ‘bueno’. En otras palabras, un buen artista es aquel que genera un puente entre aquellos dos mundos mencionados anteriormente de forma tal que a través de lo sensible se trate de llegar a las formas y no nos quedemos solo en la imitación de lo sensible.

        Por lo tanto, la importancia de Platón en la interpretación que Weil hará del arte es que le da el tinte suprasensible al analizarlo desde una perspectiva sobrenatural. Lo que se vuelve repudiable, entonces, no es el arte como tal, sino el mal artista cuya obra se queda en el mundo fenoménico y no trasciende generando un puente entre el ya mencionado y el mundo de las ideas. El buen artista, en cambio, conectará estos dos y logrará así que el arte trascienda a un plano sobrenatural. El arte desde un punto de vista platónico es el resultado de una inspiración divina que logra una catarsis sobrenatural al volvernos conscientes de la existencia de un mundo más allá del fenoménico y al conectarnos con este. Y lo mismo afirma Weil cuando, por ejemplo, en sus Cuadernos afirma que  “el Timeo de Platón brinda una doble explicación del mundo, primero como resultado de una causa divina, segundo como el resultado de una causa necesaria. El arte es una imitación de esto” (Cuadernos, 98) Así pues, para Weil el mundo fenoménico será aquel en el que hay necesidad, pues hablamos de causa y efecto en el sentido más terrenal posible: como causas materiales y necesarias. Y el mundo sagrado, en cambio, será tal que sus causas serán divinas justamente o sobrenaturales.

Por lo tanto, al adoptar esta lectura platónica del arte, Weil tiene la posibilidad de redescubrir el conocimiento sagrado. No podemos, en efecto, dejar a un lado el hecho de que el arte nos permite conocer las ideas. De esta forma, Weil aprovecha el misticismo que envuelve la religión y el arte para conectar estas dos actividades humanas y así mostrar que la cristianidad también es un puente entre el mundo terrenal y uno sobrenatural. Para entender de qué manera es que Weil logra conectar la cristianidad con el arte sobrenatural debemos partir del hecho de que la cruz de Cristo juega un rol central. Para la francesa, la religión es catártica justamente por el amor incondicional que Cristo tiene por nosotros y que demostró cuando fue crucificado. Él aceptó el sufrimiento terrenal y necesario (al estar causado por causas necesarias) y comprendió que estaba encausado por una causa divina que lo hacía comprensible si se analizaba desde el ámbito divino y al ser el que nos iba a traer salvación. La genialidad de la religión cristiana radica en su actitud frente al sufrimiento, pues concibe el sufrimiento de una manera comparable a la tragedia clásica: “la increíble grandeza de la cristianidad radica en el hecho de que no busca un remedio sobrenatural para el sufrimiento, sino un uso sobrenatural para este” (GG, 132). Para Weil, el sufrimiento es una experiencia humana central e inalterable.

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