ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Texto La Apologia De Socrates


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2011  •  10.256 Palabras (42 Páginas)  •  1.419 Visitas

Página 1 de 42

Platón

Apología de Sócrates

No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores.

Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan

persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero. De las

muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza, aquella en la que decían

que teníais que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar.

En efecto, no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con la realidad

cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más

falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad.

Pues, si es eso lo que dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero no al modo de

ellos. En efecto, como digo, éstos han dicho poco o nada verdadero. En cambio, vosotros vais

a oír de mí toda la verdad; ciertamente, por Zeus, atenienses, no oiréis bellas frases, como las

de éstos, adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos, sino que vais a oír frases

dichas al azar con las palabras que me vengan a la boca; porque estoy seguro de que es justo

lo que digo, y ninguno de vosotros espere otra cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería

adecuado, a esta edad mía, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo que modela sus

discursos. Además y muy seriamente, atenienses, os suplico y pido que si me oís hacer mi

defensa con las mismas expresiones que acostumbro a usar, bien en el ágora, encima de las

mesas de los cambistas, donde muchos de vosotros me habéis oído, bien en otras partes, que

no os cause extrañeza, ni protestéis por ello. En efecto, la situación es ésta. Ahora, por

primera vez, comparezco ante un tribunal a mis setenta años. Simplemente, soy ajeno al modo

de expresarse aquí. Del mismo modo que si, en realidad, fuera extranjero me consentiríais,

por supuesto, que hablara con el acento y manera en los que me hubiera educado, también

ahora os pido como algo justo, según me parece a mí, que me permitáis mi manera de

expresarme -quizá podría ser peor, quizá mejor- y consideréis y pongáis atención solamente a

si digo cosas justas o no. Éste es el deber del juez, el del orador, decir la verdad.

Ciertamente, atenienses, es justo que yo me defienda, en primer lugar, frente a las primeras

acusaciones falsas contra mí y a los primeros acusadores; después, frente a las últimas, y a los

últimos. En efecto, desde antiguo y durante ya muchos años, han surgido ante vosotros

muchos acusadores míos, sin decir verdad alguna, a quienes temo yo más que a Ánito y los

suyos, aun siendo también éstos temibles. Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a

muchos de vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente, diciendo que

hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay

bajo la tierra y que hace más fuerte el argumento más débil. Éstos, atenienses, los que han

extendido esta fama, son los temibles acusadores míos, pues los oyentes consideran que los

que investigan eso no creen en los dioses. En efecto, estos acusadores son muchos y me han

acusado durante ya muchos años, y además hablaban ante vosotros en la edad en la que más

podíais darles crédito, porque algunos de vosotros erais niños o jóvenes y porque acusaban in

absentia, sin defensor presente. Lo más absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer

y decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto comediógrafo. Los que, sirviéndose de

la envidia y la tergiversación, trataban de persuadiros y los que, convencidos ellos mismos,

intentaban convencer a otros son los que me producen la mayor dificultad. En efecto, ni

siquiera es posible hacer subir aquí y poner en evidencia a ninguno de ellos, sino que es

necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera sombras, y que argumente sin

que nadie me responda. En efecto, admitid también vosotros, como yo digo, que ha habido

dos clases de acusadores míos: unos, los que me han acusado recientemente, otros, a los que

ahora me refiero, que me han acusado desde hace mucho, y creed que es preciso que yo me

defienda frente a éstos en primer lugar. Pues también vosotros les habéis oído acusarme

anteriormente y mucho más que a estos últimos.

Dicho esto, hay que hacer ya la defensa, atenienses, e intentar arrancar de vosotros, en tan

poco tiempo, esa mala opinión que vosotros habéis adquirido durante un tiempo tan largo.

Quisiera que esto resultara así, si es mejor para vosotros y para mí, y conseguir algo con mi

defensa, pero pienso que es difícil y de ningún modo me pasa inadvertida esta dificultad. Sin

embargo, que vaya esto por donde al dios le sea grato, debo obedecer a la ley y hacer mi

defensa.

Recojamos,

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (61.9 Kb)  
Leer 41 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com