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UN SUCESO QUE SIEMPRE TENDRÉ EN MI MEMORIA


Enviado por   •  15 de Junio de 2015  •  2.850 Palabras (12 Páginas)  •  174 Visitas

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MI LLEGADA A MÉXICO D.F.

Siendo oriundo de Ciudad Guzmán, Jalisco y a diferencia de la mayoría de los estudiantes que buscaban estudiar en la Ciudad de México, yo me sentí atraído por la Preparatoria de Veracruz, a pesar de su cursi nombre: “Ilustre Instituto Veracruzano”.

No sé la razón de mi decisión, quizás tuvo que ver la sensación de independencia y libertad, de estar lejos de mi padre -mi madre había fallecido dos años antes- quizás fue la calidez del clima y de sus habitantes ú otra razón. El caso es que al acabar la prepa sufrí la desorientación que ataca a muchos jóvenes respecto al qué harán con sus vidas. Esto produjo en mí un estado de ansiedad creciente que acabó por quebrantar mi salud. Estuve dos meses en cama con tifoidea.

Recién saliendo de esta, llegó al Puerto la epidemia de dengue –provocada, según algunos amigos míos, por negligencia de los grupos ecologistas al oponerse a que se continuara el saneamiento de los pantanos de Tabasco-, y para mi mala suerte, en la cínica de tratamiento me contagiaron hepatitis.

Mi padre, preocupado, hizo que me trasladaran a un lugar de clima menos insano. Ciudad Guzmán no tenía las condiciones para afrontar una emergencia y así es como fui a dar a la Ciudad de México, ese terrible hoyo negro que devora y absorbe todas las energías del país y al cual han emigrado uno de cada cinco habitantes de la República Mexicana y de Centroamérica...con todos los problemas que esto implica.

Mi tía Lola, una mujer recientemente viuda con dos hijas adolescentes y un hijo pequeño, me recibió con afecto a pesar de su carácter reservado y melancólico. Un mes después de estar en su casa y ya más repuesto de mis fuerzas preferí cambiarme a un departamento individual, el cual a pesar de ser modesto, me garantizaba tranquilidad y mi tan cotizada independencia. Esto no me impidió frecuentar a menudo a mi tía, tanto para que me apoyase en las cuestiones domésticas –lavado, ir a comer a su casa, etc.- como por la amistad que llevaba con mis primas y su círculo de amigos el cual satisfacía mi necesidad de socializar.

UNA CHICA DE OJOS VERDES CON FORMA DE ALMENDRITA

La segunda hija de la tía Lola, mi prima “Bichi” -tal era su apodo-, tenía el encanto que caracterizaba a las chicas de los 70’s: 17 años, delgada pero estilizada, cabello lacio, castaño, largo, que caía debajo de sus delicados y femeninos hombros, y era enmarcado por sus ojos verdes soñadores.

Parecía la hubieran sacado del programa televisivo “La familia Partridge”. Su risa era discreta y encantadora, su trato ameno y toda ella envuelta en cierto aire exótico que le daba un atractivo singular.

Algunas de las anécdotas que más se platicaban en casa de mi tía eran las peripecias de Bichi al aprender a manejar: “Imagínate – me decía mi tía- ya tuvo su primera infracción, ya dio su primera mordida, ya nos llevó a toda la familia al cine, etc. Le llaman la atención los Mustang 71 pero no le gusta que los conduzcan viejos sino jóvenes, hace cuestión de dos días el hermano de una amiga suya, un chaparrito como de 25 años, le dio aventón y la dejó manejarlo cerca de aquí.”

La situación más aparatosa a la que tuvo la novel conductora Bichi que enfrentarse en el volante fue cruzar la “Glorieta del Riviera”, monstruo antidiluviano que engullía a todos aquellos automovilistas incautos que cayeran en sus fauces, años antes de que agonizara, cuando por el centro de su pecho lo atravesó un mortal Eje Vial. Se trataba de un lugar, ahora inexistente, al cual confluían muchas avenidas. El riesgo de choque estaba siempre presente y para un novato del volante era terrorífico pasar por ahí. Bichi no fue la excepción. Al entrar en la Glorieta se le abalanzaron a toda velocidad cientos de coches a diestra y siniestra, todos tocando el claxon de manera frenética y sin piedad. Sintió cómo las piernas empezaron a temblarle hasta quedarse sin fuerzas. Los automovilistas furiosos se le venían encima rugiendo sus motores. Haciendo un esfuerzo sobrehumano logró orillarse y quedar inmóvil durante 15 o 20 minutos después de los cuales una alma caritativa, otro automovilista, se ofreció a cruzarle el coche, colocándoselo en una avenida inmediata. Otra situación de gran tensión para ella, contaba mi tía, fue cuando, regresando Bichi de una clase por la tarde, tuvo la apetencia de pararse a tomar un refresco en el Tomboy, una especie de cafetería que en esa época era muy concurrida por los jóvenes de la colonia del Valle. Al salir de la cafetería el motor del coche no quiso encender por razones desconocidas, ya que el coche era nuevo y tuvo que irse a buscar ayuda. Cuando por fin encontró a alguien que le ayudara y regresó al estacionamiento de la cafetería, el coche ya no estaba ahí. Muy asustada preguntó a los empleados qué había ocurrido. Ellos la tranquilizaron diciéndole que, como notaron que ese coche había estado mucho tiempo en el estacionamiento y lapso máximo permitido por cliente era de 90 minutos, llamaron a una grúa y lo mandaron a un encierro. Bichi telefoneó a su mamá y, las dos en taxi, lograron recuperar el vehículo. Tales eran las aventuras a las que se había tenido que enfrentar la encantadora prima.

UN TIPO RARO

Un domingo por la tarde, después de comer en casa de mi tía, Bichi me pidió quedarme para presentarme a su novio. A las cinco y media de la tarde con una precisión cronométrica sonó el timbre y apareció este tipo raro. Su aspecto a primera impresión, era del todo normal. Se trataba de un muchacho con tipo de vasco, de facciones correctas, más bien fornido, pulcro, pero no a la moda, a decir verdad tenía cierto aire conservador, el cual se reforzaba por usar anteojos, buenos modales -lo cual era muy raro en esa época-, sonrisa sincera que generaba confianza. Con mis primas salimos a pasear y de allí en adelante lo consideré mi amigo, y nos veíamos con gusto. ¿Qué por qué era un tipo rato? Bueno, no era el común de los muchachos de este período. Tocaba piano clásico en lugar de guitarra eléctrica ó batería. No tenía vicios ni sentía atracción por el cigarro ni por experimentar con drogas, lo cual, penosamente, era parte de la moda de aquellos años. No le gustaba el Rock pero sí la música de Bach, le gustaba el vino tinto a los 18 años, cuando los demás jóvenes ni pensaba en ello. No tenía inclinaciones religiosas pero no era indiferente al tema, por el contrario, argumentaba apasionadamente al respecto. Tenía la convicción idealista o platónica

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