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Enviado por • 4 de Marzo de 2014 • 4.089 Palabras (17 Páginas) • 240 Visitas
Kotter, J.P. y otros, Lo que de verdad hacen los líderes, Harvard Business Review,
Noviembre 2005.
Lo que de verdad hacen los líderes
por John P. Kotter
El liderazgo es diferente de la gestión, pero no por los motivos que piensa la
mayoría de la gente. El liderazgo no es algo místico y misterioso. No tiene nada
que ver con tener “carisma” u otro exótico rasgo de la personalidad. No es el
territorio de unos cuantos elegidos. El liderazgo tampoco es necesariamente mejor
que la gestión o un reemplazo de ella.
Por el contrario, el liderazgo y la gestión son dos sistemas de acción
distintos y complementarios. Cada uno tiene su propia función y actividades
características. Ambos son necesarios para tener éxito en un entorno de negocios
cada vez más complejo y volátil.
Actualmente, la mayoría de las corporaciones estadounidenses son
gestionadas en exceso y débilmente lideradas.
Necesitan desarrollar su capacidad para ejercer el liderazgo. Las corporaciones
exitosas no esperan que los líderes surjan de forma espontánea. Buscan
activamente a personas que cuenten con potencial de liderazgo y las exponen a
experiencias en sus carreras, que son diseñadas para desarrollar ese potencial.
De hecho, con una selección, formación y apoyo cuidadosos, decenas de
personas pueden desempeñar importantes roles de liderazgo en una organización
de negocios.
Mientras mejoran su capacidad para liderar, las empresas deberían
recordar que un liderazgo fuerte con una gestión débil no es mejor, y en ocasiones
es incluso peor, que el caso contrario. El verdadero desafío es combinar un
liderazgo fuerte con una gestión fuerte, y usar a cada uno para equilibrar al otro.
Desde luego, no todos pueden ser buenos en liderazgo y en gestión a la
vez. Algunas personas tienen la capacidad de convertirse en excelentes
ejecutivos, pero no en líderes fuertes. Otras tienen un gran potencial de liderazgo,
pero por una serie de razones se les hace muy difícil convertirse en ejecutivos
fuertes. Las empresas inteligentes valoran a los dos tipos de personas, y trabajan
duro para integrarlas a su equipo.
Pero cuando se trata de preparar a las personas para cargos ejecutivos,
estas compañías ignoran derechamente la literatura más reciente que afirma que
las personas no pueden gestionar y liderar al mismo tiempo, ya que tratan de
desarrollar líderes-ejecutivos. Una vez que las empresas entienden la diferencia
fundamental entre liderazgo y gestión, pueden comenzar a preparar a su mejor
gente para que brinden ambas cosas.
La diferencia entre gestión y liderazgo
La gestión se ocupa de enfrentar la complejidad.
Sus prácticas y procedimientos son en gran medida una respuesta a uno de los
acontecimientos más significativos del siglo 20: la aparición de las grandes
organizaciones. Sin una buena gestión, las empresas complejas tienden a
volverse de tal manera caóticas que incluso ponen en riesgo su propia existencia.
La buena gestión aporta un grado de orden y consistencia a dimensiones clave,
como la calidad y la rentabilidad de los productos.
El liderazgo, por contraste, se ocupa de enfrentar el cambio. Parte del
motivo por el que ha llegado a ser tan importante en años recientes, es que el
mundo de los negocios se ha vuelto más competitivo y volátil. El cambio
tecnológico cada vez más acelerado, la mayor competencia internacional, la
desregulación de los mercados, la saturación en los sectores intensivos en capital,
un cartel del petróleo inestable, inversionistas armados de bonos basura y la
cambiante demografía de la fuerza de trabajo se encuentran entre los numerosos
factores que han contribuido a este cambio. El resultado neto es que ya no es
garantía para el éxito hacer lo que se hacía ayer, o hacerlo un 5% mejor. Cada vez
son más necesarios cambios mayores para sobrevivir y competir eficazmente en
este nuevo entorno. Más cambios requieren siempre de más liderazgo.
Considere una sencilla analogía militar: un ejército en tiempos de paz puede
sobrevivir con una buena administración y gestión en sus distintos niveles
jerárquicos, además de un buen liderazgo concentrado en la cima. Un ejército en
tiempos de guerra, sin embargo, necesita un liderazgo competente en todos los
niveles. Hasta ahora nadie ha descubierto cómo gestionar eficazmente a las
personas para llevarlas al campo de batalla, ellas deben ser lideradas.
Estas dos funciones distintas –enfrentar la complejidad y enfrentar el
cambio– configuran las actividades características de la gestión y el liderazgo.
Cada sistema de acción involucra decidir lo que se debe hacer, crear redes de
personas y relaciones que puedan llevar a cabo una agenda, y posteriormente
tratar de asegurarse de que esas personas hagan el trabajo. Pero cada una
realiza estas tres tareas de forma diferente.
En primer lugar, las empresas gestionan la complejidad mediante la
planificación y la elaboración de presupuestos, fijando objetivos o metas para el
futuro (usualmente, para el año o el mes siguiente), estableciendo medidas
detalladas ara alcanzar los objetivos, y luego asignando recursos para cumplir con
esos planes. Por contraste, para liderar a una organización hacia el cambio
constructivo, se debe empezar por fijar una orientación: elaborando una visión del
futuro (a menudo, del futuro distante) junto con las estrategias para generar los
cambios que son necesarios para lograr esa visión.
La gestión desarrolla la capacidad para cumplir con su plan mediante la
organización y la dotación de personal: creando una estructura organizacional y un
conjunto de cargos para cumplir los requerimientos del plan, dotando a esos
puestos con individuos calificados, comunicando el plan a esas personas,
delegando la responsabilidad para la ejecución del plan, e ideando sistemas para
monitorear su implementación. Sin embargo, la actividad de liderazgo equivalente
es alinear a las personas. Esto significa comunicar la nueva orientación a quienes
pueden crear coaliciones, comprenden la visión y están comprometidos con su
logro.
Por último, la gestión asegura el logro del plan mediante el control y la
resolución de problemas: monitoreando con cierto detalle los resultados en
relación al plan, tanto formal como informalmente, a través de informes, reuniones
y otras herramientas; identificando desviaciones; y luego planificando y
organizando la resolución de los problemas. Pero en el caso del liderazgo, el logro
de la visión requiere motivar e inspirar: consiguiendo que las personas avancen en
la dirección correcta, a pesar de los obstáculos al cambio, apelando a
necesidades, emociones y valores humanos básicos, a menudo desaprovechados.
Un examen en detalle de cada una de estas actividades servirá para aclarar
las destrezas que requieren los líderes.
Fijar una orientación versus planificar y presupuestar
Puesto que la función de liderazgo es generar el cambio, determinar la orientación
de ese cambio es fundamental. Fijar la orientación nunca es lo mismo que
planificar, ni siquiera a largo plazo, aunque la gente a menudo confunde las dos
cosas. La planificación es un proceso de gestión, de naturaleza deductiva,
diseñado para obtener resultados ordenados, y no cambios. La fijación de la
orientación es un proceso más inductivo. Los líderes reúnen una amplia gama de
datos y buscan patrones, relaciones y vínculos que ayuden a explicar las cosas.
Más aun, la fijación de la orientación del liderazgo no produce planes, crea
visiones y estrategias. Éstas describen a una empresa, tecnología o cultura
corporativa en términos de qué deberían llegar a ser en el largo plazo y articulan
una vía factible para alcanzar ese objetivo.
La mayoría de las discusiones sobre la visión tienden a degenerar hacia lo
místico. La consecuencia de ello es que la visión es vista como algo misterioso
que los simples mortales, incluso los talentosos, nunca poseerán. Pero desarrollar
una buena orientación de negocios no es algo mágico. Es un proceso arduo –en
ocasiones agotador– de recolección y análisis de información. Las personas que
articulan estas visiones no son magos, sino pensadores estratégicos de amplios
conocimientos, que están dispuestos a correr riesgos.
Las visiones o las estrategias tampoco tienen que ser brillantemente
innovadoras; de hecho, algunas de las mejores no lo son.
Las visiones de negocios eficaces suelen tener características casi mundanas;
usualmente consisten en ideas que ya eran muy conocidas. La combinación o la
disposición de las ideas puede que sean nuevas, pero en ciertos casos, ni siquiera
es así.
Por ejemplo, cuando el CEO (Chief Executive Officer) Jan Carlzon articuló
su visión de convertir a Scandinavian Airline Systems (SAS) en la mejor línea
aérea del mundo para el viajero de negocios frecuente, no estaba diciendo algo
que no se supiese en el sector de las líneas aéreas. Los pasajeros de negocios
vuelan con más frecuencia que otros segmentos de mercado y, por lo general,
están dispuestos a pagar tarifas mayores. Así, enfocarse en estos clientes le
brinda a una línea aérea la oportunidad de obtener altos márgenes, un negocio
constante y un crecimiento considerable. Pero debido a que es un sector conocido
más por su burocracia que por su visión, ninguna empresa había unido estas
simples ideas y tampoco las había puesto en práctica. SAS lo hizo y funcionó.
Lo que es crucial en una visión no es su originalidad, sino lo bien que sirva
a los intereses de audiencias importantes –clientes, accionistas, empleados– y lo
fácil que resulte traducirla en una estrategia competitiva realista. Las visiones
deficientes suelen ignorar las necesidades y derechos legítimos de audiencias
significativas, favoreciendo, por ejemplo, a los empleados por sobre los clientes o
accionistas. O son estratégicamente insensatas. Cuando una empresa, que nunca
ha sido algo más que un competidor débil dentro de cierto sector, comienza a
decir que aspira ser el número uno, se está en presencia de una quimera, no de
una visión.
Uno de los errores más frecuentes de las empresas gestionadas en exceso
y con liderazgo deficiente es el de adoptar la planificación a largo plazo como una
panacea para su falta de orientación e incapacidad de adaptarse a un entorno de
negocios crecientemente competitivo y dinámico. Este enfoque malinterpreta la
naturaleza de la fijación de la orientación y nunca podrá funcionar.
La planificación a largo plazo siempre consume tiempo. Cuando ocurre algo
inesperado, los planes deben ser reformulados.
En un entorno de negocios dinámico, con frecuencia lo inesperado se convierte en
norma, y la planificación a largo plazo puede llegar a ser una actividad
extraordinariamente agobiante. Ése es el motivo por el cual la mayoría de las
corporaciones exitosas limitan el tiempo que le dedican a sus actividades de
planificación. De hecho, algunas incluso consideran que la “planificación a largo
plazo” es una contradicción en los términos.
En una empresa sin orientación, incluso la planificación de corto plazo se
puede convertir en un agujero negro capaz de absorber una cantidad infinita de
tiempo y energía. Sin una visión y sin una estrategia que brinden límites al proceso
de planificación o que lo guíen, cualquier eventualidad merece un plan. Bajo estas
circunstancias, la planificación de contingencias puede prolongarse por siempre,
absorbiendo tiempo y atención de actividades mucho más esenciales, sin siquiera
proporcionar el sentido claro de orientación que con desesperación necesita una
empresa. Después de un tiempo, los ejecutivos inevitablemente terminan
volviéndose cínicos, y el proceso de planificación puede degenerar en un juego
muy politizado.
La planificación funciona mejor no como un sustituto de la fijación de la
orientación, sino como un complemento de ella. Un proceso de planificación
competente sirve como una comprobación útil de las actividades del proceso de
fijación de orientación. Igualmente, un proceso de fijación de orientación
competente brinda un foco con el cual la planificación puede ser luego ejecutada
de forma realista. Ayuda a aclarar qué tipo de planificación es esencial y cuál es
irrelevante.
Alinear las personas versus organizar y dotar de personal
Un aspecto central de las organizaciones modernas es la interdependencia, en
donde nadie tiene una autonomía completa y en donde la mayoría de los
empleados están vinculados a muchos otros, ya sea por su trabajo, tecnología,
sistemas de gestión y jerarquía. Estos lazos plantean un desafío especial cuando
las organizaciones intentan cambiar. A menos que muchos individuos se alineen y
se muevan juntos en la misma dirección, las personas tenderán a congratularse
unas con otras. Para los ejecutivos que están excesivamente preparados en
gestión y muy poco en liderazgo, la idea de lograr que las personas avancen en la
misma dirección aparece como un problema organizacional. Pero, lo que los
ejecutivos deben hacer no es organizar a las personas, sino alinearlas.
Los ejecutivos “organizan” para crear sistemas humanos que puedan
implementar planes tan precisa y eficientemente como sea posible. Usualmente,
esto exige cierta cantidad de decisiones potencialmente complejas. Una empresa
debe escoger una estructura de cargos y de relaciones de dependencia; dotarla
con las personas idóneas para los cargos; brindar capacitación a aquellos que la
necesiten; comunicar los planes a la fuerza laboral; y decidir cuánta autoridad se
va a delegar y a quién. También es necesario crear incentivos económicos para
cumplir el plan, así como sistemas para monitorear su implementación. Estos
criterios organizacionales son muy similares a las decisiones arquitectónicas. Es
una cuestión de calce dentro de un contexto particular.
Alinear es algo diferente. Es más un desafío de comunicaciones que un
problema de diseño. Alinear implica invariablemente hablar con muchas más
personas que en el caso de organizar. El grupo objetivo puede incluir no sólo a los
subordinados del ejecutivo, sino también a jefes, pares, el personal de otras partes
de la organización, así como a los proveedores, funcionarios de gobierno e incluso
a los clientes. Cualquiera que pueda ayudar a implementar la visión y las
estrategias, o que pueda bloquear su ejecución, es relevante.
Tratar de que las personas comprendan una visión de un futuro alternativo
también es un desafío de comunicaciones de una magnitud completamente
diferente a la de organizarlas para que lleven a cabo un plan de corto plazo. Es
muy similar a la diferencia que existe entre un entrenador de fútbol que trata de
explicar las siguientes dos o tres jugadas en un partido, y cuando intenta explicar
un enfoque de juego totalmente nuevo que será usado en la segunda mitad de la
temporada.
Aunque sean comunicados con muchas palabras o con unos pocos
símbolos cuidadosamente elegidos, los mensajes no se aceptan sólo porque son
entendidos. Otro gran desafío en los esfuerzos de liderazgo es el de la
credibilidad; esto es, lograr que las personas crean en el mensaje. Son muchas las
cosas que influyen en la credibilidad, como el historial de la persona que comunica
el mensaje, el contenido de éste, la reputación de integridad y confiabilidad de
quien comunica y la coherencia entre palabras y hechos.
Por último, alinear conduce a la autonomía de una manera que rara vez se
logra cuando se organiza. Uno de los motivos por el que algunas organizaciones
tienen dificultad para ajustarse a rápidos cambios en los mercados o en la
tecnología es que muchas personas en esas empresas se sienten relativamente
sin poder. Aún cuando perciban correctamente importantes cambios externos e
inicien posteriormente las acciones apropiadas, la experiencia les ha enseñado
que son vulnerables ante alguien que está más arriba, a quien puede no gustarle
lo que han hecho. Las reprimendas pueden adoptar muchas formas diferentes:
“Eso va en contra de nuestras políticas”, o “no nos podemos dar el lujo de
hacerlo”, o “cállate y haz lo que te han dicho”.
Alinear permite superar este problema, dándoles más autonomía a las personas,
al menos de dos formas. Primero, cuando se ha comunicado un sentido de
orientación claro a lo largo de una organización, los empleados de niveles
inferiores pueden iniciar acciones sin el mismo grado de vulnerabilidad. Mientras
su comportamiento sea consistente con la visión, los superiores tendrán más
dificultades para reprenderles. Segundo, dado que todos aspiran al mismo
objetivo, es menos probable que la iniciativa de una persona se paralice cuando
entra en conflicto con la de otra.
Motivar a las personas versus controlar y resolver problemas
Dado que el cambio es la función del liderazgo, la capacidad de generar un
comportamiento altamente estimulado es importante para enfrentar las inevitables
barreras al cambio. Así como fijar la orientación identifica una senda apropiada
para avanzar y el alineamiento eficaz hace que las personas avancen por él, la
motivación exitosa asegura que éstas tendrán la energía necesaria para superar
los obstáculos.
De acuerdo a la lógica de la gestión, los mecanismos de control comparan
el comportamiento del sistema con el plan, y se adoptan medidas cuando se
detecta una desviación. Por ejemplo, en una fábrica bien gestionada, esto significa
que el proceso de planificación establece objetivos de calidad prudentes, que el
proceso de organización construye una organización que puede alcanzar esos
objetivos, y que un proceso de control garantiza que las fallas de calidad son
detectadas de inmediato –no en 30 ó 60 días–, y corregidas.
Por algunos de los mismos motivos por los que el control es tan central para
la gestión, el comportamiento altamente motivado o inspirado es prácticamente
irrelevante. En lo posible, los procesos de gestión deben acercarse a la ausencia
de fallas y riesgos. Esto significa que no pueden depender de lo infrecuente o de
lo difícil de lograr. El objetivo general de los sistemas y estructuras es ayudar a las
personas normales, que se comportan de forma normal, a cumplir con éxito sus
trabajos rutinarios, día tras día. No se trata de algo apasionante o glamoroso. Pero
en eso consiste la gestión.
El liderazgo es diferente. Lograr las grandes visiones siempre requiere de
un arranque de energía. La motivación y la inspiración estimulan a las personas,
no por impulsarlas en la dirección correcta, como hacen los mecanismos de
control, sino satisfaciendo necesidades humanas básicas que tienen que ver con
el logro, con un sentido de pertenencia, aprecio y autoestima, con una sensación
de control sobre su propia vida, y con la capacidad de estar a la altura de los
ideales personales. Estos sentimientos nos afectan profundamente y generan una
respuesta potente. Los buenos líderes motivan a las personas de muchas formas.
Primero, siempre articulan la visión de la organización de un modo que enfatiza los
valores de la audiencia a la que se dirigen. Esto hace que el trabajo sea
importante para esas personas. Con frecuencia, los líderes también las involucran
en la decisión sobre cómo alcanzar la visión de la organización (o la parte más
relevante para un individuo en particular). Esto les da un sentido de control. Otra
importante técnica motivacional es apoyar los esfuerzos de los empleados para
hacer realidad la visión mediante coaching, feedback y modelamiento de roles,
ayudando de ese modo a las personas a desarrollarse profesionalmente y a
mejorar su autoestima. Por último, los buenos líderes reconocen y recompensan el
éxito, lo cual no sólo le da a la gente un sentido de logro, sino que también la hace
sentir que pertenece a una organización que se preocupa de ella. Cuando todo
esto se ha hecho, el trabajo se convierte en algo intrínsicamente motivador.
Cuanto más sea el cambio el que caracterice al entorno de negocios, más
tendrán los líderes que motivar a las personas para brindar liderazgo. Cuando esto
funciona, el liderazgo tiende a reproducirse en toda la organización, con personas
que desempeñan múltiples roles de liderazgo a lo largo de la jerarquía. Esto es
altamente valioso, porque enfrentar el cambio en cualquier negocio complejo exige
iniciativas de una multitud de personas. Ninguna otra cosa funcionará.
Desde luego, el liderazgo proveniente de diversas fuentes no tiene por qué
converger. Al contrario, es muy probable que entre en conflicto. Para que múltiples
roles de liderazgo trabajen en conjunto, las acciones de las personas deben ser
cuidadosamente coordinadas por mecanismos que difieren de aquellos que
coordinan los roles de gestión tradicionales.
Las redes de relaciones informales fuertes –del tipo que se encuentra en
empresas con culturas sanas– ayudan a coordinar actividades de liderazgo de
forma muy similar a cómo las estructuras formales coordinan las actividades de
gestión. La diferencia clave es que las redes informales pueden abordar las
mayores exigencias de organización asociadas con las actividades no rutinarias y
con el cambio. La multitud de canales de comunicación y la confianza entre las
personas conectadas por esos canales permite un proceso constante de acomodo
y adaptación. Cuando surgen conflictos entre roles, esas mismas relaciones
ayudan a resolverlos. Quizás lo más importante sea que este proceso de diálogo y
acomodo puede generar visiones que están vinculadas y son compatibles, en vez
de alejadas y en competencia. Todo ello requiere una comunicación mucho mayor
de la que se necesita para coordinar los roles ejecutivos pero, a diferencia de las
estructuras formales, las redes informales fuertes pueden manejarlas.
En todas las corporaciones existen relaciones informales de algún tipo.
Pero demasiado a menudo, estas redes o son muy débiles –algunas personas
están muy bien conectadas, pero la mayoría no– o están muy fragmentadas, es
decir, existe una red fuerte dentro del grupo de marketing y dentro del de
Investigación y Desarrollo, pero no entre los dos departamentos. Tales redes no
soportan adecuadamente iniciativas de liderazgo múltiples. De hecho, las redes
informales extensas son tan importantes que de no existir, su creación debe ser el
foco temprano de la actividad en una iniciativa de liderazgo importante.
Crear una cultura de liderazgo
A pesar de la creciente importancia del liderazgo para el éxito de los negocios, las
experiencias en el trabajo de la mayoría de las personas parecen socavar el
desarrollo de los atributos necesarios para el liderazgo. No obstante, algunas
empresas han demostrado consistentemente una habilidad para convertir a las
personas en líderes-ejecutivos sobresalientes. Contratar a personas con potencial
de liderazgo es sólo el primer paso. Igual de importante es gestionar los patrones
de su carrera. Los individuos que son eficaces en roles de liderazgo importantes a
menudo comparten una serie de experiencias en sus carreras.
Quizás la más típica y más importante sea la de haber sido expuestos a un
gran desafío al principio de su carrera. Mientras tienen 20 ó 30 años, los líderes
casi siempre han tenido oportunidades de intentar liderar realmente, de asumir
riesgos y de aprender de los éxitos y fracasos. Este aprendizaje parece ser
esencial en el desarrollo de una amplia gama de habilidades y perspectivas de
liderazgo. Estas oportunidades también enseñan algo a las personas sobre la
dificultad del liderazgo y sobre su potencial para generar cambio.
En un momento posterior de sus carreras, ocurre otra cosa de igual
importancia, que tiene que ver con una ampliación.
Las personas que desempeñan un liderazgo eficaz en puestos importantes
siempre tienen la oportunidad, antes de ocupar esos puestos, de crecer más allá
de la base estrecha que caracteriza a la mayoría de las carreras ejecutivas.
Usualmente, esto es consecuencia de movimientos laterales en su carrera o de
ascensos tempranos a asignaciones de trabajo inusualmente amplias. En
ocasiones, otros vehículos son de ayuda, como ser destinado a grupos de trabajo
especiales o a un curso de gestión general de larga duración. Sea cual sea el
caso, la amplitud del conocimiento desarrollado de esta forma parece ser útil en
todos los aspectos del liderazgo. También lo es la red de relaciones que con
frecuencia se adquiere tanto dentro como fuera de la empresa. Cuando un grupo
suficiente de personas obtiene oportunidades como estas, las relaciones que se
establecen también ayudan a crear las redes informales fuertes que son
necesarias para apoyar iniciativas de liderazgo múltiples.
Las empresas que son mejores que el promedio en el desarrollo de líderes
enfatizan en la creación de oportunidades desafiantes para empleados
relativamente jóvenes. En muchas empresas, la descentralización es la clave. Por
definición, ésta traslada la responsabilidad hacia abajo y en el proceso crea
puestos más desafiantes en los niveles inferiores. Johnson & Johnson, 3M,
Hewlett-Packard, General Electric, y muchas otras empresas conocidas han
empleado este enfoque con bastante éxito. Algunas de esas compañías también
crean tantas pequeñas unidades como sea posible, de modo que exista
disponibilidad de abundantes y desafiantes puestos de gestión general de nivel
inferior.
En ocasiones, estas empresas crean oportunidades desafiantes adicionales
mediante un énfasis en el crecimiento a través de nuevos productos o servicios. A
lo largo de los años, 3M ha tenido la política de que al menos 25% de sus ingresos
debe provenir de productos lanzados en los cinco años anteriores. Esto fomenta
nuevos emprendimientos pequeños que, a su vez, ofrecen cientos de
oportunidades para poner a prueba y exigir el máximo esfuerzo a jóvenes con
potencial de liderazgo.
Estas prácticas pueden, casi por sí solas, preparar a las personas para
cargos de liderazgo de tamaño pequeño y mediano. Pero desarrollar a las
personas para posiciones de liderazgo importantes requiere de más trabajo por
parte de los altos ejecutivos, a menudo durante un largo período de tiempo. Ese
trabajo comienza con los esfuerzos para detectar a las personas con gran
potencial de liderazgo cuando están empezando sus carreras, e identificar lo que
será necesario para desarrollarlas y para que den su máximo esfuerzo.
Nuevamente, no existe nada mágico en este proceso. Los métodos que
usan las empresas exitosas son sorprendentemente sencillos. Se toman la
molestia de que los empleados jóvenes y las personas en los niveles inferiores de
sus organizaciones sean visibles para los altos ejecutivos. Los directivos pueden,
entonces, juzgar por sí mismos quién tiene potencial y cuáles son las necesidades
de desarrollo de esas personas. Para arribar a juicios más certeros, los ejecutivos
también conversan sobre sus conclusiones tentativas.
Una vez que tienen un sentido claro de quién tiene un potencial de
liderazgo considerable y de cuáles son las destrezas que necesitan desarrollar,
con posterioridad, los ejecutivos en estas empresas pueden dedicar tiempo a
planificar ese desarrollo. En ocasiones, esto se hace como parte de un proceso
formal de planificación de la sucesión o de un proceso de desarrollo de las
personas de alto potencial; a menudo, es algo más informal. En ambos casos, el
ingrediente clave parece ser una evaluación inteligente de las oportunidades de
desarrollo viables que se ajustan a las necesidades de cada candidato.
Para fomentar la participación de los ejecutivos en estas actividades, las
empresas bien lideradas tienden a reconocer y a recompensar a las personas que
desarrollan líderes con éxito. Rara vez esto se hace como parte de una
compensación formal o de una fórmula de bonificaciones, simplemente porque es
muy difícil medir con precisión estos logros. No obstante, se convierte en un
aspecto relevante en las decisiones sobre ascensos, en especial a los niveles más
altos, y eso parece hacer una gran diferencia. Cuando se dice que los ascensos
futuros dependerán en cierto grado de su capacidad para cultivar líderes, incluso
los que dicen que el liderazgo es algo que no puede ser desarrollado, encuentran
de alguna forma las maneras de hacerlo.
Estas estrategias ayudan a crear una cultura corporativa, en la cual las
personas valoran el liderazgo fuerte y se esfuerzan por crearlo. Así como
necesitamos más personas para brindar liderazgo en las organizaciones
complejas que dominan nuestro mundo actual, también necesitamos más
personas que desarrollen las culturas que crearán ese liderazgo. Institucionalizar
una cultura centrada en el liderazgo es la máxima expresión del liderazgo.
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