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Historia de Los Juegos de Azar


Enviado por   •  15 de Mayo de 2015  •  2.416 Palabras (10 Páginas)  •  290 Visitas

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Historia de Los Juegos de Azar

El juego de azar es la acción de apostar en la que dos o más personas mutuamente de acuerdo anticipadamente concuerdan que cada jugador arriesgará la perdida de alguna posesión material con los otros jugadores, a cambio de la oportunidad de ganar las posesiones materiales colocadas en riesgo por los otros jugadores, el ganador (o ganadores) y el perdedor (o perdedores) es determinado por el resultado de algún juego de chance, sin ningún valor favorable que deba ser dado al perdedor para recompensar su pérdida.

Cuenta la mitología que Mercurio estaba rodeado de un halo luminoso que lo había ganado nada menos que la Luna en una partida de tablas (ancestro del backgammon). Según la leyenda, el veloz Mercurio le apostó una séptima parte de su luz a la pobre Selene.

En 1850 A de C el imperio babilónico prohibió toda lotería ajena al templo o al palacio. Así, el código de Hammurabi convertía los sorteos en reserva fiscal, costumbre que se prolonga hasta nuestros días. Casi cuarenta siglos después, no falta lotería en prácticamente ningún país.

Para Tales de Mileto, la esencia del cosmos era el agua: para Heráclito de Efeso, el fuego. Para Pitágoras y sus seguidores, el universo, era regido por los números. Pero el azar, junto con la necesidad, llegaría a convertirse en la base de la filosofía del sabio Demócrito.

Otros filósofos también se ocuparon en detalle del tema: Platón aseguraba con sarcasmo quo los egipcios consideraban al juego un invento de Zeud -un demonio distinguido-, pero callaba su propia opinión al respecto. Para Aristóteles, los apostadores eran "avarientos y ladrones", opinión que, al mismo tiempo, utilizaba para descalificar a gran parte del pueblo griego, decididamente propenso a las emociones del azar.

En la obra "El sitio de Troya", de Sófocles, se hace referencia a los dados de Palámedes, antepasados, quizás, de la bola de marfil de la ruleta.

Los poetas han gustado casi siempre del juego. Uno de los pocos quo lo criticó fue Ovidio. Pero hasta Alfonso X, más poeta que rey, cuando se lo pidió que persiguiera al juego, se conformó con dictar el "Ordenamiento de las Tafurerfas"; palabra que viene de TAFUR, luego tahúr.

Cuando Ricardo Corazón de León y Felipe I partieron para las Cruzadas, creyeron conveniente dictar una prolija reglamentación acerca de cuánto dinero podía jugarse, según el rango militar de cada quién.

Carlomagno había sido más firme: reprimió enérgicamente la afición al juego, aunque los cónsules romanos, siglos antes, hubieran tenido una posición más moderna: hacían pagar impuestos a los regentes de apuestas.

Se dice que Pascal inventó la ruleta. Impulsado por su genio matemático, dio origen, sin saberlo, a una de las industrias más prósperas de la actualidad. En octubre de 1658, Pascal dio a conocer el libro HISTORIA DE LA RULETA, fundamentándose en los métodos de Roberval, un sabio francés que lo había precedido en ese rumbo.

La edad moderna anota entre los ilustres jugadores de la especialidad a Madame Pompadour, en cuyo tiempo, y quizás por su influencia, se introdujo la ruleta en Francia. Según el benemérito diccionario de la lengua do la Real Academia Española, la palabra "martingala" proviene del francés martingale (y ésta del provenzal martegalo, de Martigue, ciudad de Provenza). La acepción de uso más corriente es la tercera: artimaña, artificio para ganar.

Pero ganar es, siempre, mucho más difícil que dejar hasta la camisa sobre el paño verde. Cuando se comienza a acertar, se puede llegar a creer que todo es cuestión de doblar la apuesta hasta desbancar a la casa. Pero las rachas de más de diez chances repetidas son frecuentes.

El secreto consiste en retirarse a tiempo. Y, en estos casos, uno nunca sabe cuándo es "a tiempo".

Para enfrentarse al casino con chances ciertas, habría que poseer en los bolsillos una banca tan ilimitada como la de la propia casa, lo cual es difícil en los casinos estatales, ya que dentro de la maraña de organismos burocráticos, la banca también cuenta con la Casa de Moneda. El record, en algún momento, lo tuvo Montecarlo, con 26 negros consecutivos (conviene consignar estos datos en forma condicional, porque quién sabe qué milagros estará haciendo la mano de algún tallador mientras escribo estas líneas). Justamente, el hacedor del destino de los apostadores pareciera ser el tallador, que se erige en dueño de haciendas y fortunas al arrojar al plato de la ruleta la caprichosa bola.

Por ese motivo, una de las cábalas más habituales es seguir de mesa en mesa el rumbo de algunos que parecen favorecer la suerte. Pero la ruleta también tiene sus contraindicaciones para los supersticiosos. Con sólo saber que sus 36 números, sumados, den nada menos que 666, cifra que la mitología bíblica simboliza al diablo, alguno de ellos han dejado de jugar definitivamente.

En 1861, Francia se quedó con la mayor parte de las tierras fértiles del pequeño principado de Mónaco, dejándole a la familia Grimaldi sólo un peñasco sobre el Mediterráneo, mirando a Italia. La princesa madre, Carolina, sugirió entonces a su hijo Charles III que acudiera en busca de un personaje de dudosa prosapia, llamado Francois Blanc. Los antecedentes de este sujeto eran la fundación de un lujoso casino en Luxemburgo y otro en la ciudad de Baden-Baden (Alemania). La ruleta, que había encumbrado a Blanc, en esos tiempos comenzaba a crearle cierta mala fama, debido a que algunos personajes, luego de perder fortunas, decidían seguir el camino del suicidio. Al establecerse en Mónaco, Blanc hizo coincidir la habilitación del casino con la prohibición de la venta de armas en el distrito. De cualquier modo, los infortunados elegían matarse tirándose desde el peñasco.

Francois tuvo un hijo, Camille siguió sus pasos: una de las frases que lo atribuye la leyenda al joven tahúr es "noir ou rouge, C'est toutjours le blanc qui gagne" (negro o rojo, siempre gana el blanco), en alusión a su propio apellido. Otra de las anécdotas lo describe diciendo, con cara de póker, "ya va a volver, es dinero prestado", cuando un inglés llamado Deville Wells desbancó a Montecarlo en una sola noche.

Este salpicado de recortes, algunos ciertos y otros muy probablemente apócrifos (quién sabe), no puede olvidar a Dostoievsky y su apasionamiento por la ruleta. Su vida estuvo dividida entre el paño verde y el blanco de las hojas; jugó y escribió en su país y fuera de él. Según cuentan, el novelista sentó cátedra

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