Literatura De América Latina
Vampiro2610 de Agosto de 2014
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SÍNDROME DEL NIÑO SACUDIDO
PARTE DE RIGOBERTO.
Consecuencias
Se considera que tres de cada cuatro niños victimas del síndrome sufrirán algún tipo de discapacidad cognitiva, como retraso mental más o menos marcado y/o un déficit neurológico. Se han observado comportamientos autistas, sin decir palabras sueltas y sin sentido referencial, en los supervivientes con una gran frecuencia, el pronóstico a largo plazo es muy pobre (David, 1999). Además suele acompañarse de un alto índice de discapacidades y secuelas, tales como retraso mental, parálisis cerebral infantil y epilepsias. Muchos niños quedan con ceguera parcial o total, trastornos epilépticos, pérdida auditiva, retardo mental profunda, diplejía espástica (parálisis de un lado), o quadriplejía (parálisis de todos los lados). Algunos niños llevan una vida en estado vegetativo.
Alrededor del 20% de los casos son fatales en los primeros días posteriores a las sacudidas (Centro Nacional del Síndrome del Bebé Sacudido), y aquellos que sobreviven sufren una variedad de discapacidades. A largo plazo se ha observado microcefalia o atrofia cerebral, parálisis cerebral, discapacidades físicas, espasticidad, ceguera parcial o total, pérdida de audición, problemas en el habla, déficit cognitivos, dificultades de aprendizaje y trastornos de conducta (Rufo, 2006).
De hecho, la aparente recuperación tras la lesión infringida, no significa que en un futuro no aparezcan las distintas discapacidades neurológicas, conductuales y del desarrollo. Por lo que sería conveniente el seguimiento de estos niños(Porras, 2002). Conclusión a la que también llegan Karandikar, Coles, Jayawant y Kemp tras realizar un estudio de seguimiento de 45 niños que presentaban lesión cerebral no accidental y hemorragia subdural (2004). 16 niños de la muestra inicial murieron. De los supervivientes, 6 tenían moderadas discapacidades, 11 severas discapacidades y tres de ellos se encontraban en estado vegetativo. Dentro de los problemas detectados destacaron: parálisis cerebral, problemas visuales, trastornos del habla y problemas del lenguaje y alteraciones de la conducta.
Con una muestra menor (23 niños con lesiones cerebrales no accidentales), Hymel y colaboradores (2005) observaron que 14 de ellos tenían severas dificultades, en 8 los déficit eran moderados, y sólo uno de ellos presentaba un desarrollo normal. Las hemorragias retinianas y fracturas en el cráneo se asociaban a un desarrollo pobre.
El estudio longitudinal de seguimiento (59 meses; edad media 25,3 meses) realizado por Lawrence, Thomson, Jonson y Minns (2003) arroja los siguientes datos sobre las consecuencias de las lesiones cerebrales provocadas (52% de los casos SBS): el 68% presentaba consecuencias del síndrome, de los cuales el 36% sufría severas dificultades y una dependencia total, el resto tenía dificultades moderadas. Las secuelas neurológicas concretas que aparecían era microcefalia en el 32% de los pequeños, 20% macrocefalia, 48% déficit visuales (ceguera cortical, agnosia visual, estrabismo, anormalidades del campo visual), 24% parálisis en nervios craneales, 60% déficit motores (hemiparesia, ataxia, tetraplejia), 20% epilepsia. El 36% tenía lesiones del lóbulo frontal. El 64% anormalidades del lenguaje, 52% anormalidades del comportamiento (autolesiones, conductas autoestimulantes, rituales, autismo, déficit atencionales, hiperactividad, impulsividad), 24% anormalidades del sueño.
En el estudio prospectivo longitudinal de Rufo et al. (2006), el 45% de los niños con lesiones infringidas, respecto a los sujetos que había sufrido accidentes, presentaban deficiencia mental.
Consecuencias legales en Costa Rica:
El tipo de lesiones producidas por este tipo de maltrato infantil se enmarca dentro del cumplimiento de las garantías constitucionales consagradas en el Código Penal Titulo I sección III en el capitulo de lesiones, articulo 155 sobre lesiones gravísimas, puesto que como se ha visto la mayoría de las victimas sufrirán secuelas de incapacidad importante, así pues la protección de los menores deberá ser procurada de forma especial de parte del estado como se encuentra definido en la Constitución de nuestro país (articulo 55) y la institución autónoma encargada de dicha función es el Patronato Nacional de Infancia así como todas aquellas entidades publicas a las cuales llegue a su conocimiento este tipo de caso, están obligadas a poner la denuncia respectiva ante las Autoridades Judicial.
Frente a la sospecha dada por la anamnesis y/ o el examen físico, el médico debe solicitar los exámenes complementarios necesarios para documentar y/o confirmar sus hallazgos. En esta instancia queda a su criterio la decisión de hospitalizar al niño para el manejo de las lesiones, así como para protegerlo y realizar nuevas pruebas o recabar nuevos antecedentes que le den mayor seguridad antes de denunciar.
Consecuencias neurológicas:
La evolución natural del síndrome es hacia un daño cerebral secundario, que habitualmente condiciona un retraso mental más o menos marcado y/o un déficit neurológico (Feldman, 2001). De forma excepcional este cuadro puede evolucionar hacia una encefalopatía epiléptica infantil.
Afirma Larence (2003) que en algunos casos, tras varios años de seguimiento, se han observado comportamientos autistas, sin decir palabras sueltas y sin sentido referencial, no obedeciendo las órdenes sencillas, sin pedir las evacuaciones, todo ello, posiblemente en relación con una importante pérdida neuronal, y un aumento de gliosis. En algunas ocasiones, y con el paso del tiempo va incrementándose el volumen de la colección subdural, a la vez que aumenta la atrofia cerebral a lo largo de los meses siguientes, lo que posiblemente exprese la existencia de un trastorno cerebral activo, que no termina de regularse hasta pasados varios años (Hymel, 2005).
Puede resumirse que en los supervivientes con una gran frecuencia, el pronóstico a largo plazo es muy pobre. Además suele acompañarse de un alto índice de discapacidades y secuelas, tales como retraso mental, parálisis cerebral infantil y epilepsias (Hymel, 2005).
Consecuencias Clínicas:
Lawrence (2003), al describir el síndrome, consideraba manifestaciones clínicas esenciales las hemorragias intraoculares y los hematomas subdurales, con presencia mayoritariamente bilateral, en ausencia de signos externos de lesión en la cabeza y en el cuello. Pero en ocasiones había evidencia externa de abuso: fracturas en las extremidades superiores y en las costillas, magulladuras en las partes del cuerpo utilizadas como “asas”, incluso traumatismo craneal en el caso de que la sacudida se haya visto acompañada del impacto con alguna superficie.
Actualmente se asume que esta forma de maltrato incluye la presencia de: traumatismo intracraneal (hematoma subdural o subaracnoideo o edema cerebral difuso), hemorragias retinianas, lesión axonal difusa y, en general, la ausencia de otros signos físicos de abuso (Feldman, 2001). De hecho, la mayoría de los niños que presentan la tríada sintomática: hematoma subdural, hemorragia retiniana y lesión axonal difusa, han sufrido lesiones no accidentales (David, 1999).
La hemorragia intracerebral, o intracraneal, consiste en el sangrado, por la ruptura de un vaso intracraneal, que puede presentarse en cualquier lado del cerebro. Porras (2002) encontró que esta lesión estaba presente en el 95% de los niños zarandeados, frente al 5% de las lesiones cerebrales causadas por accidentes, tratándose, concretamente, de accidentes de tráfico.
El hematoma subdural, tiene lugar a nivel de las meninges y conlleva un aumento de la presión intracraneal, que puede causar daño al tejido y pérdida de la función cerebral. No sólo parece ser causa suficiente para provocar la muerte en bebés que han sido zarandeados (Rufo, 2006), sino que aparece más frecuentemente en lesiones siendo poco probable que forme parte de las consecuencias de caídas accidentales, oscilando los datos entre 1 y ningún caso en muestras de entre 60 y 330 niños, como estipuló Hymel (2005) en sus investigaciones.
Porras (2002) explica que el edema cerebral es un tipo de lesión intracerebral, cuya aparición no es frecuente en el tema que nos ocupa, de hecho, la mayoría de las investigaciones da una menor importancia a esta característica a la hora de realizar estudios comparativos.
Las hemorragias retinianas, en uno o ambos ojos, pueden observarse desde los primeros días que siguen al trauma y constituyen la manifestación ocular principal, y característica, ya que aparecen en la gran mayoría de casos, y a pesar de que pueden ser consecuencia de determinadas enfermedades médicas, no suelen ser provocadas por accidentes; sin olvidar, en el síndrome que nos ocupa, que su aparición es mayoritariamente de forma bilateral (David, 1999).
Destaca el hecho que, además de ser bastante indicativa la manifestación que nos ocupa, las hemorragias retinianas, y especialmente de manera bilateral, suelen acompañarse de lesión cerebral (Feldman, 2001), pudiendo tomarse la presencia de ambas lesiones como indicadores de sospecha de maltrato.
Finalmente cabe destacar la incidencia de estas hemorragias en los accidentes de tráfico, donde parece darse la intensidad suficiente para causar fractura del cráneo y/o hemorragias intracraneales; observándose tan sólo en 2 casos de entre 170 niños que habían sufrido un importante impacto (David, 1999).
El líquido cefalorraquídeo con sangre aunque puede aparecer en casos de sacudida, también se presenta en traumatismos por accidente. No obstante, cuando ha habido lesiones intracraneales previas, a
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