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Día De Muertos


Enviado por   •  26 de Mayo de 2014  •  2.713 Palabras (11 Páginas)  •  191 Visitas

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Los altares de muertos son una tradición mexicana que se resiste a morir. Hoy en día los altares de muerto han sido desplazados, sobre todo en el ámbito comercial y en el entorno social festivo, por el Halloween que nada tiene en común con la conmemoración mexicana, ya que la tradición del Día de Muertos habla, paradójicamente, de vida y de tener siempre cercanos a nuestros seres queridos que han muerto. En cambio el Halloween nos habla de situaciones terroríficas, demonios, gente que se burla del diablo y es condenada a vagar por la tierra aterrorizando a los demás mortales. "Sobre la relación entre estas celebraciones en México véase Stanley Brandes, “El Día de Muertos, el Halloween y la búsqueda de una identidad nacional mexicana”, Alteridades, 10 (2000). (Brandes, Stanley., 2000, p. 10)

La tradición de recordar a los muertos tiene en México sus orígenes desde la época Prehispánica, aunque para los antiguos mexicas la Muerte no tenía las connotaciones morales de la religión cristiana, en la que la idea de Infierno y Paraíso sirven para castigar o premiar en el más allá la conducta de los individuos en este mundo. Por el contrario, los antiguos aztecas creían que el rumbo destinado a las almas de los muertos estaba determinado por el tipo de muerte que habían tenido, por ejemplo, el Tlalocan era el paraíso del dios de la lluvia y ahí iban aquellos que murieron en circunstancias relacionadas con el agua (ahogados, muertos por un rayo, por enfermedades como gota, sarna, hidropesía y los niños sacrificados a Tláloc), Omeyacan era el paraíso del sol y ahí llegaban los que morían en combate, los cautivos que eran sacrificados y las mujeres que morían al dar a luz, Chichihuacuauhco era el paraíso donde iban los niños, estaba formado por un árbol que de sus ramas brotaba leche y finalmente Mictlán camino de los que murieron de muerte natural; era un camino muy complejo por lo que eran enterrados con un perrito para que pudieran cruzar el río y llegar ante Mictlantecuhtli y entregarle a manera de ofrenda, manojos de teas y cañas de perfume, algodón, hilos de color y mantas.

Desde aquella época los entierros estaban acompañados de ofrendas compuestas por objetos que en vida el difunto había utilizado y eran de su agrado o con objetos que podía requerir en su transito al inframundo, como vasos y ollas, o adornos como orejeras de obsidiana, caracoles y vasijas con forma de animales. En este sentido coincidían con las tradiciones sepulcrales de los antiguos egipcios.

Un elemento muy importante dentro de esos entierros eran los tzompantli que consistía en hileras de cráneos (ensartados por unas perforaciones que les hacían en los parietales) de los que habían sido sacrificados por honor de los dioses.

Para los mexicas las festividades en honor a los muertos eran tan importantes que les dedicaban dos meses. Durante el mes llamado Tlaxochimaco se efectuaba la celebración denominada Miccailhuitontli, o fiesta de los niños muertos hacia el 16 de julio, y en el décimo mes del calendario azteca se celebraba la Ueymicailhuitl o fiesta de los muertos grandes, hacia el 5 de agosto; era una celebración muy solemne, donde se realizaban procesiones, sacrificios humanos y grandes comidas.

Al momento de la Conquista esta tradición adquirió nuevos elementos sobre todo de índole religiosa, ya que en la tradición cristiana las almas toman tres caminos dependiendo del comportamiento que han tenido en vida; al Cielo van las almas puras que están sin pecado de aquellos que se han arrepentido de sus faltas y han sido perdonados, al Infierno van las almas de los que murieron en pecado mortal y al Purgatorio (creación medieval) van aquellas que de los que no alcanzaron la pureza pero que están en gracia de Dios y deben pasar un tiempo purgando sus faltas.

En el ritual dedicado a los muertos, ya los españoles de ese tiempo asistían a los cementerios para ofrendar flores de color amarillo, y llevaban comida a la tumba para consumirla “en compañía” de las almas de sus seres queridos.

En el mundo católico las fechas consagradas a los difuntos son los días 1 y 2 de noviembre, fecha en que se celebran Todos los Santos y los Fieles Difuntos, respectivamente, que se solemniza desde 827-844 por disposición del Papa Gregorio IV.

Se dice que como son tantos los bienaventurados que gozan de Dios en el cielo (según San Juan “nadie los puede contar...”), es imposible celebrar la fiesta de cada uno de ellos. Por eso la Iglesia cristiana los reunió a todos en una sola fecha: el 1 de noviembre.

El 2 de noviembre se intercede por las almas de los difuntos, esta conmemoración fue instituida entre los siglos X y XI por el abad Odilón de Cluny quien ordenó que en todos los monasterios de su abadía se celebrara a los Fieles Difuntos. La celebración consistía en misas, votos, responsorios, limosnas y donativos, pues los vivos podían ayudar a los muertos con sus oraciones y con acciones caritativas por amor a Dios.

Durante los siglos virreinales en la Nueva España se fueron entretejiendo las creencias religiosas cristianas o simplemente devotas de españoles y algunas costumbres indígenas, las cuales generaron también nuevas leyendas con elementos tomados las historias medievales y, en ocasiones, de narraciones indígenas, como es el caso de la leyenda de “La Llorona” (mujer que mata a sus hijos y la culpa no la deja descansar en paz). Esta fusión dio por resultado la actual celebración del Día de Muertos.

En México, con el paso del tiempo, la celebración a los muertos fue diluyendo su carácter devoto y ritual y adquiriendo un tono más festivo, en ocasiones incluso burlesco, y cotidiano. Así en el siglo XIX ya se hacían los dulces típicos de calaveritas de azúcar, esqueletos de almíbar, muertos de mazapán y el llamado pan de muertos. Las crónicas de la época mencionan que en el Zócalo de la ciudad de México se vendían juguetes que representaban procesiones fúnebres, esqueletos y calaveras. Ya para entonces el Día de Muertos había adquirido el sentido de una gran fiesta. Las familias de buena situación económica daban a sus dependientes un regalo de dinero en efectivo: “la calavera”, para que pudieran gastarlo en la celebración.

En esos días, en los panteones las tumbas se limpiaban y se adornaban con flores y velas y se acostumbraba ir a ver a los difuntos familiares.

En esos años de finales del siglo XIX también empiezan a popularizarse los corridos y canciones que se ocupan de la muerte, así como poesías narrativas trágicas con episodios espeluznantes. También se integra a la tradición del Día de Muertos la representación de obras de teatro, como el muy conocido Don Juan Tenorio, del escritor español José Zorrilla, cuya tradición se mantiene

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