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ESTRUCTURA HISTORICA QUE PRECEDIÓ A LA REVOLUCION FRANCESA


Enviado por   •  6 de Julio de 2011  •  2.962 Palabras (12 Páginas)  •  5.123 Visitas

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ESTRUCTURA HISTORICA, SOCIAL, POLITICA Y ECONOMICA QUE PRECEDIERON A LA REVOLUCION FRANCESA.

La Revolución Francesa no es fácil de explicar únicamente en términos de crisis económica y social. Esta interpretación ya resulta, hoy en día, incompleta y hasta cierto punto superficial ya que desde hace más de un siglo han salido a la luz datos que la contradicen. De hecho desde la obra clásica de Alexis de Tocqueville los historiadores han señalado que las condiciones socioeconómicas de Francia en 1788 no permitían suponer como inminente el estallido de una revolución. Más aún, según la historiografía reciente era un país próspero económicamente y en proceso de expansión. Los datos confirman esta aseveración.

Francia había visto aumentar su población de 19 a 27 millones de habitantes en poco menos de un siglo, y en 1789 era el país más poblado de Europa. Sus ciudades estaban unidas por una excelente red de carreteras, puentes y canales. Poseía zonas industriales con un fuerte índice de crecimiento, como eran los astilleros de Burdeos, las manufacturas de seda de Lyon y las textiles de Rouen, Sedan y Amiens. Su industria metalúrgica era importante debido a las innovaciones tecnológicas que la habían transformado desde hacía algunos años. Además una parte de la población campesina había logrado, poco a poco, ser propietaria de sus tierras. En 1787 el comercio exterior había alcanzado los 1153 millones de francos, cifra que no fue superada hasta el año de 1825. El tráfico colonial de la marina mercante francesa era uno de los más activos de Europa sobre todo en especies y azúcar llevadas de sus colonias. La banca francesa era la más importante del viejo continente, ya que sus transacciones financieras ascendían a la mitad de todos los movimientos realizados por la banca europea de entonces.

La situación económica de Francia en el alba de la Revolución era como la de otros países de Europa que tenían un aceptable índice de crecimiento económico. Los sectores pobres y marginados de Francia eran incluso menores en número que los existentes en otras naciones. Pero esta miseria existía y con su sola existencia hacía visible la injusticia social que prevalecía, la indigencia en que vivía una parte de la población de este país, más rico que muchos otros, contrastaba fuertemente con la opulencia de los grupos privilegiados, particularmente la aristocracia y el alto clero. Y fue este contraste el que despertó la indignación popular y en el momento coyuntural apropiado provocó el estallido. Fue un acto de toma de conciencia popular que en poco tiempo involucró no sólo a las clases miserables sino también a la burguesía media e incluso a la nobleza de menor rango.

Ahora bien, esa toma de conciencia popular fue facilitada por la difusión de las ideas de los ilustrados franceses en grandes sectores de la población. Fue la hora de triunfo de la propaganda filosófica que había logrado erosionar el orden de cosas existentes, hasta el punto de provocar un levantamiento popular que en pocos meses se transformó en una revolución. Al señalar las injusticias de una sociedad no apegada a la razón y por ella presuntamente antinatural, los ilustrados agudizaron en los hombres el sentimiento de agravio, pues los enfrentaron sin velos a los conceptos de justo y de injusto, y al hacer esto los invitaron a participar del festín de la vida y de la felicidad general que llegaría al cambiar el orden de cosas existentes. Sus escritos propagandísticos hicieron que la idea del progreso, una mera teoría filosófica, se transformara en la creencia en el progreso, es decir en un motor para buscar el cambio. De no existir esa premisa que prometía un paraíso terrestre es difícil pensar que un pueblo próspero hubiera quebrado como lo hizo las estructuras de la sociedad. Los filósofos propusieron el paradigma y el pueblo lo llevó a la práctica.

Una de las características de los primeros días de la Revolución Francesa fue el optimismo ilimitado que despertó en una gran parte de Francia. Incluso algunos intelectuales afirmaron que en lo sucesivo ya no habría historia pues la meta ya había sido alcanzada. El pasado era el penoso camino, sembrado de luchas y de sufrimientos, que habla culminado con una toma de conciencia generalizada tendiente a cambiar la sociedad y a crear aquí el paraíso; y, corno es obvio, el paraíso no tiene historia. De alguna manera el pasado con sus horrores había sido vencido y sólo pertenecía al recuerdo. En una célebre página el ilustre marqués de Condorcet, uno de los apóstoles de la idea del progreso, resumió este optimismo generalizado con las siguientes palabras:

Todo lo que nos rodea proclama que hemos llegado a una de las mayores revoluciones de la especie humana. ¿Hay algo más idóneo para iluminarnos sobre lo que debemos esperar de esa revolución, para procurarnos una guía segura en medio de estos movimientos, que un estudio de las revoluciones que precedieron y prepararon ésta? El estado actual de la ilustración humana nos garantiza que esta revolución será una revolución feliz.

A los pocos meses de haber escrito esto, Condorcet, acosado por los radicales, moría en una prisión de las afueras de París. La Revolución había dado un vuelco y comenzaban algunas de las páginas más negras de la historia de Francia. "La mesa de un largo festín que terminó en patíbulo", escribió Victor Hugo medio siglo más tarde. Fue el momento en que la razón ilustrada pareció abandonar a la Revolución con sus turbulencias políticas y sociales, mandaron, en su lugar las pasiones, los resentimientos y las venganzas, en suma, la irracionalidad. ¿Cómo conciliar las ideas de tolerancia, benevolencia y humanidad de los ilustrados con las matanzas de campesinos vandeanos, con las masacres de Septiembre o con la época del Terror? Desde hace dos siglos los franceses han polemizado en torno a este fenómeno histórico, prueba evidente de que la Revolución Francesa sigue siendo un asunto vivo y controvertible, que contrasta notablemente con otros sucesos históricos semejantes que han sido ya investidos con la veneración indiferente que se otorga al pasado muerto y enterrado.

Uno de los primeros en señalar la influencia de las ideas ilustradas en la crisis social que afectaba a Francia fue un inglés, Edmund Burke, quien en 1790 publicó su célebre obra titulada Reflexiones sobre la Revolución en Francia, en la cual mostró con elocuencia el abismo que separaba a las ideas que habían provocado la revolución de los actos que ésta perpetraba contra la dignidad humana. Las ruinas de Francia, afirmó en esa obra, con el monumento "triste pero instructivo" de las ideas temerarias y devastadoras surgidas de un período de paz y tolerancia. El sombrío cuadro

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