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El Bajío, Cuna Y Cocina De La Independencia


Enviado por   •  3 de Octubre de 2014  •  2.447 Palabras (10 Páginas)  •  1.063 Visitas

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Basta recorrer las carreteras México-Guadalajara, en camino de ida por

Querétaro, Celaya de Irapuato, y en camino por el sur de la laguna de Chapala,

Zamora, Zacapu, Morelia y Acámbaro y Maravatío para darse cuenta de la

uniformidad del medio geográfico de las ciudades abajeñas, menos

Guanajuato: altura sobre el nivel de mar entre 1580 y 1980 metros;

temperamento que tira más a caliente (sobre todo en los verano) que frió (no

obstante que nunca faltan las heladas negras del invierno); muchos días de sol

y pocos de nubes y de lluvias abundantes terrenos pantanosos; un gran río que

serpentea en el fondo del valle mayor y numerosos afluentes que bajan de las

sierras y de los valles circundantes, inundaciones frecuentes y más de una vez

devastadoras según pudieron atestiguarlo León en 1637, 1762 y 183; Irapuato

en 1746; Guanajuato en 1780 y 1804, y Zamora temporal tras temporal. Por

último, suelos fertilísimos que han hecho prorrumpir en exclamaciones con

estas: “Mesopotamia mexicana “, “ejemplo de fecundidad admirable”, planicie

rica que produce frutos de Europa y de los trópicos”.

A la llegada de los españoles ni la apariencia ni la experiencia del bajío

correspondía a su ser fértil y poblado de ciudades villas y lugarejos. El capote

vegetal hecho de gramas, cactos y mezquites aquí; tulares y plantas

pantanosas allá, encinos y aun pinos en las alturas, no revelaba mayor riqueza.

La población rala, desnuda, salvaje y bronca sólo merecía de los pueblos

civilizados de los tres valles del Anahuac el epícteto de chichimeca o raza de

perros sarnosos e inciviles. El bajío estaba poblado de pames, guayares,

guachichiles, tecuexes y otras naciones de gentes encueradas y sin hogar que

comían vainas de mezquite, tunas , conejos, popochas , víboras y ratas; bebían

agua-miel y pulque; manejaban admirablemente el arco y la flecha ; sabían

tender trampas, correr como venados y atacar como fieras ; gustaban de poner

un pie en el cogote de la victima mientras arrancaban la piel de la cabeza y

eran expertísimos cazadores, capadores y empaladores. El milieu chichimeca

parecía que iba a ser el último que apetecieran los hombres blancos, barbados

y vestidos de hierro.

Con todo, tres coyunturas bien conocidas precipitaron la entrada de los

españoles y sus aliados indios en la zona: el descubrimiento de minas en

Zacatecas y Guanajuato entre 1546 y 1555, el desalojo de los alrededores de

la capital de la ganadería española y la necesidad de proteger las tierras recién

conquistadas por los capitanes Cortés y Guzmán de las incursiones de los

bárbaros. Por la última razón, en el decenio de los veintes se hizo congrega de

los pueblos de indios de Acámbaro y Querétaro, y en los días del virrey

Mendoza, de dos ciudades españolas: Valladolid para contener los desmanes

de la “gente bárbara “, metida en “quebradas y montés “próximos, y la última

Guadalajara, que a poco de nacer puso a los cazcanes “como ganado puesto en estampida “. Por las presiones del virrey de Velasco para que la ganadería

española desalojara el centro, donde causaban muchos males en las

sementeras de los indios, algunos españoles, al frente de sus rebaños, cayeron

a los valles chichimecas donde había “muchos pastos fértiles”, y a donde se

les dieron en merced sitios o estancias de ganado mayor y menor. Por ultimo,

el descubrimiento de las minas Zacatecas y Guanajuato produjo aludes de

hombres como los que siglos después irían a las arenas auríferas de

California, y un trajín como de película de Oeste que hizo necesaria la

fundación de la villa-fortaleza de San Miguel el grande en el decenio de los

cincuentas, y sobré todo la traza de las villas dispuestas por el virrey

Henríquez: Celaya en 1571, Zamora en 1574, y León 1576.

La primera vida urbana del Bajío, la de los últimos tercios del siglo XVI quedó

marcada por el trajín de ganados y ganaderos que iban y venían de Querétaro

ala s ciénegas de la laguna de Chapala; la fiebre argentina que empujaba ríos

de gente hacia Zacatecas y que hacinó en el estrechísimo valle de Guanajuato

multitudes anhelantes, acezantes, temblorosas, ansiosas de salir de pobres, y

el espíritu bélico de

españoles, otomíes, purépechas, mexicanos, negros,

pames, guachichiles, guayares y tecuexes que se trabó en una guerra de

cuarenta años(1550-1589), entonces descrita por Gonzalo de las Casas y

recientemente recreadas por Felipe Powell.

Al concluir la guerra chichimeca, sobreviene el ninguneado siglo de la

depresión económica y demográfica. Las poblaciones que habían logrado

romper las barreras de la urbanidad desde la etapa anterior se mantuvieron

urbanas a lo largo de siglo XVII, pero sin mayores progresos demográficos; así

Guanajuato, Querétaro, Valladolid, y Guadalajara con alrededor de cinco mil

habitantes cada una. A raíz de la paz chichimeca se fundan nuevas

congregaciones (Irapuato, Salamanca y Salvatierra) que con las demás del

Bajío, fueran de las cuatro grandes, no pasan en el XVII de ser rancherías con

menos de mil vecinos.

La vigorosa urbanización de Bajío es un fenómeno del siglo XVIII o siglo de las

luces que bien pudo llamarse de los alumbramientos, el estirón demográfico se

produjo en toda la Nueva España dieciochesca a contrapelo de las

devastaciones acarreadas por un par de hambrunas (1750-1785) y por un par

de epidemias; en donde quisiera aumentó la gente pero ningún sitio tanto como

en el Bajío, en otras regiones de la Nueva España, el alza de la población

produjo rancherías. Solo acá engendró ciudades. Por la cuantía de la población

se forma tres tipos de concreciones citadinas las de primera (Guanajuato,

Querétaro, Guadalajara y Valladolid) llegan a hospedar entre 20 mil y 50 mil

habitantes, de las segunda (Celaya, León, San Miguel y Zamora) devienen

villas de 9 mil a 20 mil habitantes, y las de tercera sobrepasan 4 mil sin llegar a

nueve mil almas. Como se lee en el libro de Claude Morín, el Bajío consigue el

en siglo XVIII un desarrollo urbanístico que supera, son excepción de la

metropolitana, a todas las demás regiones.

Es propiamente en el siglo de la ilustración cuando las ciudades y villas

abajeñas adquieren la fisonomía que las hará célebres. Claridad que permite

ver lejos y hacer brillar la cara de las cosas. Fuera de Guanajuato que se

desorden y la estrechez urbana, lo característico de la urbanística abejeña es la

sujeción a un plan, el dibujo previo, la traza rectilínea y rectangular, al modo de

tablero de ajedrez, según el molde ideado por la antigüedad helénica, las calles

anchas, rectas, limpias, soleadas y alegres. A la mayoría de los edificios de

baja estatura, de muros exteriores pulcramente encalados, con patios interiores

anchurosos y de corte andaluz, con corredores de finas columnas y macetas,

macetas, macetas, plaza mayor grande, y circuida de numerosos templos

sobresalientes del conjunto por el recio y alto de muros y techumbre, por las

enormes cúpulas y por las torres altas y de flacuchas; conventos y casonas de

buen ver hacia las afueras. Quizá sin el contraste del circuito triste, la cuidad

del Bajío no hubiese llegado a tener el aspecto alegre que la caracteriza; quizá

sin las noches tan oscuras y propicias para robos, cuchilladas y apariciones de

difuntos, la cuidad del Bajío no se vería tan clara.

La ciudad abajeña y dieciochesca refleja una economía pujante y un reparto

desigual de las ganancias. En el siglo XVIII la explosión económica aventura

en nuevos negocios, casi siempre por el desarrollo veloz de las tareas

tradicionales: ganadería vacuna y caballar (ganadería mayor) y ovina y porcina

(obrajes textiles de Guadalajara, Celaya, Querétaro, Valladolid, Salamanca,

Zamora y San Miguel; talabarterías de San Miguel, León y Valladolid; molinos

de harina de todas partes y azúcares y dulces de las poblaciones situadas al

sur del Lerma), y el comercio al través de la arriería. En el siglo de las luces,

pese a lo aguetado por recuas de mulas y transporte de mayor fuste y ruido

como los carros que rodaban por los caminos mayores de los reales de minas

(por Querétaro, Celaya e Irapuato). Es lugar común la función abastecedora de

carnes, granos y manufacturas que desempeño el Bajío, primer en las plazas

minerales del occidente, del Centro Norte y del Norte, y enseguida en la

metrópolis novohispana. La actividad mercantil de los centros urbanos del

rumbo se desarrollo sin haber procreado instituciones financieras y comerciales

sutiles y apantalladoras.

Como en la generalidad de la Nueva España, las mercedes originales de tierra

(sitios de ganado mayor y menor y caballerías de sembradura), concentradas

en pocas manos, se volvieron latifundios y haciendas. Como fue lo común en la

Nueva España, en el Bajío, aparte de los señores hacendados, hubo al

principio indios de guerras, y al principio y después negros acarreados de

África, victimas de los riesgos de la esclavitud. Como en toda la Nueva Españ,

también hubo en los valles abajeños los fenómenos del peón acapillado. Del

peón temporaleó, de las servidumbres por deudas de la aparcería, del arrimo

de los arrendamientos de tierras.

Lo propio de la vida regional consistió en el uso desmedido del caballo y en el

invento y la práctica de la ranchería, en el modo como se desenvolvieron

algunos ocios y diversiones, en la fisonomía de ciertas costumbres que andan

en busca de autor. Quizá en ninguna otra parte de México cayó tan

rápidamente el muro racial como aquí.

Fuera de pocos señores empeñados en mantener la palidez de la raza de

mármol, lo común en las zona parece haber sido el amplio comercio con la

razas de bronce y de ébano, el no hacerle fuchi al matrimonio con personas de

distinto tinte, el intercambio erótico (casi siempre dentro de los cauces legales)

que produjo el mestizo mentado de tantas canciones, los ojos negros de la

tapatía el bigote de aguacero del charro.

Sobre la mezcla, juntura y revoltura racial durante la época colonial ya existía

alguna investigación seria pero sobre la vida relajada y recogida no parece que

haya mucho. La properidad del siglo XVIII dio rienda suelta a vicios como los

de la embriaguez y el juego, y a virtudes como la de los ejercicios religiosos y la

vida conventual, vicios y virtudes que bien merecen una resurrección histórica y

literaria.

Otra cara del Bajío novohispano y dieciochesco poco conocida, es la de la

crianza y educación de niños y jóvenes. En medio de una nación que no se

distinguía por el impulso educativo, la docena de cuidades y villas del Bajío

parece haber sobresalido por la cuerda concedida a escuelas, colegios y

seminarios. Antes de que las autoridades de la ultima etapa colonial mandaran

abrir escuelitas de primeras letras en todo los pueblos, las poblaciones de los

caminos México- Guadalajara ya tenían en gran medida este tipo de planteles

y otros colegios: colegios franciscanos dondequiera, colegios de jesuitas en

Guadalajara, Guanajuato, León, Celaya, Valladolid, Querétaro.

La vida en las aulas se han estudiado poco no obstante que de ellas salió un

fenómeno entramadamente estudiado: la guerra de Independencia. Aún los

historiadores de la onda materialista reconocen el puente tendido entre la vida

académica novohispana del siglo XVIII y la vida bélica que condujo a la

separación de España. Y aún los historiadores capitalista aceptan que el

mentado puente se construyo casi del todo el Bajío, en las aulas de jesuitas y

oratorias. En buena medida la escasez de investigaciones sobre edificios

escolares, maestros y alumnos, método pedagógico y amplitud de la

enseñanza se compensa con los abundantes estudios salidos del seminario del

doctor José Gaos, luego conducido por Andrés Lira, acerca de la introducción

de la filosofía de los ilustradores en España y en México, de las dos etapas

ideológicas del pensamiento en el siglo de mayor esplendor autóctono de la

Nueva España, de la filosofía moderna del Zamorano Benito Díaz de Gamarra.

A las ciudades del Bajío al través de sus colegios de sus asociaciones de

amigos del país les cupo la suerte de encabeza la lucha contra la filosofía

anquilosada y de introducir, sin extremismos, los aires de renovación filosófica,

los métodos de la razón y de la experiencia.

También hay indicios de una mayor racionalidad en los negocios abajeños a

partir del esparcimiento de la “ilustración” asi como de un menor respecto a

costumbres que el padre Gamarra catalogo como errores del entendimiento.

Una lucha que se dice capitaneada y calidad construcciones barrocas en

Querétaro, Guanajuato,

Valladolid, Guadalajara, y la construcción de

esplendidas y calidas y frías moles neoclásicas. Si las nuevas del siglo de las

luces cunden mucho y llegan a tan magníficos corolarios en ciudades y villas

de la región es por otra parte peculiaridad de la vida urbana del Bajío: su

amplia relación con el exterior. Quizá solo Veracruz. Jalapa, puebla, y México

estuvieron mejor comunicadas entre si y con el exterior en tiempos de la

colonia que las doce ciudades abajeñas, adonde llagaban con regularidad

manufacturas, lujos e ideas de lo mas granado de la Nueva España y de los

mas conspicuo de Europa y aun de Asia, y de donde salían regularmente

cueros y ropa de los reales de minas y hacia la metrópoli del reino.

Precisamente por su múltiple vida de la relación con la península y los

peninsulares, por tratarse de una relación de dominador ha dominado, ninguna

comunicación como la abajeña fue tan sensible a los malos modos de los

gachupines y tan anhelante del México Independiente. Desde los últimos días

del siglo XVIII cada uno de los centros urbanos del Bajío se convirtió en nido

de conspiradores; cada una de las ciudades, villas y lugarejos de la cuenca del

Lerma produjo miradas insurgentes que se arremolinaron alrededor del cura

Hidalgo, o en torno al amo Torres o el padre Marcos Castellano ,o con Albino

García , el terrible manco, o con el padrísima Morelos y el licenciado Rayón.

Cada sitios poblado del contarnos abajeño retomo la palabra a don Agustín de

Iturbide y proclamo con gritos y sombrerazos la independencia de México. La

vida urbana de Bajío fue hija de la guerra chichimeca del siglo XVI y a la madre

de los triunfos patriótica del siglo XIX, estuvo en tris de fallecer recién nacida

por culpa de la depresión minera del siglo XVII y ya madura por lo doloroso del

parto de la independencia. Quien no sabe que las entradas de Hidalgo, Calleja

y mas caudillos de la emancipación o de la sujeción a las poblaciones de San

miguel, Salamanca, Irapuato y anexas provocaron miles de difuntos y sobre

todo huidas masivas. Según se dice la revolución de Independencia le dejo a

Valladolid solo 3000 de sus veintitantos mil habitantes.

Podemos atribuir a las doce muestras urbanas que sirven de base a estas

páginas las doces características siguientes:

1) fundacion racial de casi todas, que no mera yuxtaposición sobre

asentamientos urbanos previos como sucedió en Mesoamerica mexicana.

2)toponomia basada mayoramente en topónimos hípanos.

3) crisol de las tresrazas del orbe en mucho mayor escala y menor mas cabalmente que en el resto de America.

4) papel militar de la mayor importancia en dos ocasiones largas; la guerra chichimeca del siglo XVI y la lucha contra España dos siglos

después.

5) función productora de la trilogía alimenticia mexicana (maíz, trigo, frijol) para los reales de minas y para la capital de nueva España.

6) Función de principal procesos o trasformaciones de fibra, pieles y ropa.

7). Máximo campo de experimentación del reajuste político.

8) exponente principalísimo de la vida apostólica o misionera del primer siglo virreinal.

9). cuna de varias costumbres que han llegado a representar la nación mexicana: charraría,

posadas de noche buena etc.,.

10).papel de discurso máximo en el siglo XVIII del pragmatismo y el racionalismo de la corriente “Ilustrada”.

11) caudillaje de la lucha contra el arte barroco y de la implementación de la arquitectura

neoclásica.

12)exponente sin par en la Nueva España de la vida peligrosa,precaria, zozobrante, bajo la amenaza sempiterna del agua, ya por fundaciones, ya por las enfermedades de origen

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