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El Manifiesto De Cartagena


Enviado por   •  2 de Junio de 2013  •  4.168 Palabras (17 Páginas)  •  293 Visitas

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EL MANIFIESTO DE CARTAGENA

Documento político escrito por Simón Bolívar el 15 de diciembre en la ciudad de Cartagena de Indias (Colombia). Fundada por el capitán madrileño Pedro de Heredia en 1533, la ciudad colombiana fue la primera provincia del Reino de Nuevo Granada en proclamar su total separación del régimen español. En tal sentido, se llamó "Estado libre y absolutamente independiente", en el acta del 11 de noviembre de 1811. Por tal motivo, se convirtió en el primer lugar a donde primero se dirigieron los patriotas luego de la pérdida de la Primer República a mediados de 1812. Entre éstos figuraba Simón Bolívar, quien salió de Venezuela por el puerto de La Guaira el 27 de agosto de ese año, rumbo a Curazao, en permaneció hasta finales de octubre, cuando partió hacia Cartagena. En dicha ciudad se reunió Bolívar con otros expatriados, con los cuales ofreció sus servicios al gobierno de la Nueva Granada, en carta fechada el 27 de noviembre de 1812 que suscribe junto al letrado Vicente Tejera, ex ministro de la Alta Corte de Justicia de Caracas. Semanas después de enviada esta carta, el 15 de diciembre, Bolívar elabora su Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño, documento más conocido como Manifiesto de Cartagena.

En lo que es considerado como su primer gran documento político, Bolívar analiza los errores en los que incurrieron los hombres de la Primera República de Venezuela, tales como la adopción del sistema federal; la debilidad del gobierno; la impunidad de los delitos; la mala administración de las rentas públicas; la falta de conciencia ciudadana para el fiel cumplimiento de los deberes constitucionales y el ejercicio de los derechos; a la ambición de unos pocos y al espíritu de partido que todo lo desorganizó; a lo que además se sumó el terremoto del 26 de marzo de 1812, la influencia de eclesiásticos contrarios a la independencia y la imposibilidad de establecer fuerzas armadas permanentes y bien organizadas bajo un mando único. Concluye Bolívar en su manifiesto con las siguientes palabras: "...Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros: no burléis su confianza: no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos." La primera edición del Manifiesto de Cartagena (bajo el título original ya mencionado de "Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño") se realizó en la imprenta de Diego Espinoza en aquella misma ciudad, en 1813, probablemente muy a comienzos de ese mismo año.

MANIFIESTO DE CARTAGENA

Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño.

15 de diciembre de 1812

[Conciudadanos]

Libertar a la Nueva Granada de la suerte de Venezuela y redimir a ésta de la que padece, son los objetos que me he propuesto en esta memoria. Dignaos, oh mis conciudadanos, de aceptarla con indulgencia en obsequio de miras tan laudables.

Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas, que siempre fiel al sistema liberal y justo que proclamó mi patria, he venido a seguir los estandartes de la independencia, que tan gloriosamente tremolan en estos Estados.

Permitidme que animado de un celo patriótico me atreva a dirigirme a vosotros, para indicaros ligeramente las causas que condujeron a Venezuela a su destrucción, lisonjeándome que las terribles y ejemplares lecciones que ha dado aquella extinguida República, persuadan a la América a mejorar su conducta, corrigiendo los vicios de unidad, solidez y energía que se notan en sus gobiernos.

El más consecuente error que cometió Venezuela al presentarse en el teatro político fue, sin contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tolerante; sistema improbado como débil e ineficaz, desde entonces, por todo el mundo sensato, y tenazmente sostenido hasta los últimos períodos, con una ceguedad sin ejemplo.

Las primeras pruebas que dio nuestro gobierno de su insensata debilidad, las manifestó con la ciudad subalterna de Coro, que denegándose a reconocer su legitimidad, la declaró insurgente, y la hostilizó como enemigo. La Junta Suprema en lugar de subyugar aquella indefensa ciudad, que estaba rendida con presentar nuestras fuerzas marítimas delante de su puerto, la dejó fortificar y tomar una actitud tan respetable que dejó subyugar después la confederación entera, con casi igual facilidad que la que teníamos nosotros anteriormente para vencerla, fundando la Junta su política en los principios de humanidad mal entendida que no autorizan a ningún gobierno para ser por la fuerza libres a los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos.

Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios y de cosas, el orden social se sintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal que bien pronto se vio realizada. De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nuestros natos e implacables enemigos los españoles europeos, que maliciosamente se habían quedado en nuestro país, para tenerlo incesantemente inquieto y promover cuantas conjuraciones les permitían formar nuestros jueces, perdonándolos siempre, aun cuando sus atentados eran tan enormes, que se dirigían contra la salud pública.

La doctrina que apoyaba esta conducta tenía su origen en las máximas filantrópicas de algunos escritores que defienden la no residencia de facultad en nadie para privar de la vida a un hombre, aun en el caso de haber delinquido éste en el delito de lesa patria. Al abrigo de esta piadosa doctrina, a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada a derribar la máquina

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