Heráclito a través Aristóteles.
avedifuSATesis12 de Diciembre de 2013
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Heráclito a través Aristóteles
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo tiene un fin descriptivo y crítico, manejando en lo posible ciertas características de la filosofía de Heráclito de Efeso filtradas a través de la cosmovisión de Aristóteles. Esto debido al interés que suscita el filósofo de Éfeso en mi formación dentro del ámbito filosófico, persuadido de que posee una aportación a la filosofía que no debe ser olvidada.
Heráclito merece ser estudiado y reflexionado, desde mi punto de vista, como uno de «los que primero filosofaron» (Metafísica, I, 2; 982 b 11-12). Es englobado, por Aristóteles como uno entre todos aquellos filósofos de la naturaleza que estudiaron el mundo antes de Sócrates. La calificación de éstos es en principio positiva, porque empezaban a ser filósofos ya que miraban la naturaleza por puro afán contemplativo, y no sólo por alguna utilidad. De forma que se puede acomodar su pensamiento a la visión de la filosofía que nos presenta Aristóteles en su primer libro: «todos los hombres desean por naturaleza saber» (ibíd., I, 1; 980 a 21). Respecto a los logros de estos primeros filósofos los engloba como una explicación de las causa material de la naturaleza. Partiendo de ese planteamiento general, que hoy día es bastante discutido, se afirma que Heráclito pone el principio de todas las cosas en el Fuego, uniéndolo a Hípaso (cf. ibíd., I, 3; 983 b 7-8).
Esta noticia de Aristóteles es acertada, como lo atestigua la crítica textual, aunque nos parezca hoy un tanto reduccionista considerar a Heráclito como un simple filósofo de la naturaleza, a la manera de Tales o Anaxímenes. En cierto modo, no resultaría difícil encuadrarle dentro de los parámetros de la filosofía jónica, debido a su lugar de nacimiento; sin embargo, las noticias que nos han llegado nos llevan, como veremos, a ensanchar los horizontes.
Según Aristóteles, estos filósofos están en lo cierto en cuanto el asombro ante la naturaleza (cf. ibíd., I, 2; 982 b 11-13) les llevó a descubrir la causa material. Sin embargo, esto no les dejó rígidamente estancados en esta posición sino que tal descubrimiento les abrió a buscar también una causa eficiente (cf. ibíd., I, 3; 984 a 16ss.). No se atribuye a Heráclito ningún mérito respecto a esta investigación, pues parece que se hubiera quedado en un mero principio material. Sin embargo, podemos continuar con el estagirita viendo cómo fue, según él, el andar a tientas de estos primitivos pensadores. Una vez sentada la causa material se buscó una causa formal, puesto que difícilmente se puede construir algo si no hay un principio de movimiento. Pero además hace falta una causa formal, pues la diferenciación no puede proceder tan sólo de un solo principio material, de modo que hace falta introducir un entendimiento, como acertadamente hizo Anaxágoras. Igualmente hay otros que son capaces de esbozar causas finales como el Amor y el Deseo, descubrimiento que se atribuye a Parménides. O quizá sea más probable el intento de Empédocles que pone la Amistad y el Odio.
DESARROLLO
Efectivamente, Heráclito ha hablado profusamente del fuego como principio de la realidad. Sin embargo, es sabido que desde la antigüedad, sus afirmaciones eran percibidas como enigmáticas (cf. DL IX, 6-7), por lo que no nos debe extrañar que no fueran del todo bien entendidas, como tampoco resultan demasiado inteligibles para nosotros. Quizá sea en parte verdad lo que dice Aristóteles, que estos filósofos primitivos hablan «vagamente y sin ninguna claridad, como hacen en los combates los no adiestrados» (ibíd., I, 4; 985 a 13-14). Pero no es menos verdadero que Heráclito ha descubierto algo sublime y no quiere revelarlo como si fuera conocido del todo, sino dejando traslucir su carácter misterioso, de forma que se comporta de la manera que él predica del oráculo de Delfos, que «no dice ni oculta, sino da señales» (DK 93). Por ello afirma también que esta naturaleza, el objeto de búsqueda de los primeros sabios, «gusta de ocultarse» (DK 123).
Ciertamente, Heráclito habla del fuego de un modo misterioso. Es el principio de toda la realidad, es preexistente a toda ella: «este orden del mundo, el mismo para todos, no lo hizo dios ni hombre alguno, sino que fue siempre, es y será; fuego siempre vivo, prendido según medidas y apagado según medidas» (DK 30). Heráclito entra en polémica posiblemente con Hesíodo y su Teogonía, donde se trata de explicar el mundo a partir de las generaciones de los dioses. Esto sería probable porque mantiene una imagen bastante negativa de sus ideas (cf. DK 40, 57). Por otra parte, esta permanencia del orden del mundo contrasta bastante con la imagen generalizada de Heráclito como el filósofo del panta rei, cosa sobre la que volveremos más adelante. Resulta interesante además que Aristóteles admita esta permanencia perpetua del fuego, a través de la teoría de los elementos de Empédocles (cf. Metafísica, I, 3, 984 a 14-16).
Otro dato importante es la calificación del fuego como un elemento vivo. Puede ponerse en relación con la interpretación de Aristóteles de las palabras de Tales: «todo está lleno de dioses» (De anima, I, 5; 411 a 17; DK A 22). Este presunto hilozoísmo que contendría esta enseñanza tiene especial relevancia tratándose del fuego, al que el estagirita alude en este mismo texto. Aristóteles explica tal sentencia diciendo que se veía la necesidad de poner en contacto el todo con la parte, viendo que siempre ésta era de la misma naturaleza que aquel. Nosotros añadiremos que además se manifiesta que en esta mentalidad de los presocráticos existe la idea de la unidad de la naturaleza con su potencialidad hacia el movimiento. La noción de dínamis que más tarde Aristóteles desarrollará (cf. Metafísica, V, 12; 1019 a 15 – 1019 b 15) está presente de modo confuso en estas enseñanzas anteriores dando por supuesto una unidad de la realidad. La materia tiene en sí la propia capacidad de mutar, y esto se da por supuesto hasta Demócrito con total naturalidad. Pensemos que tales pensamientos tendrán una gran fuerza incluso sobre el estagirita quien hablará de movimientos naturales: el mismo fuego posee la capacidad natural de ascender: «muchas cosas pueden moverse por sí mismas (…) y lo mismo el fuego» (ibíd., VII, 9; 1034 a 15-18). Además, esta potencia es activa y no sólo pasiva. Si aplicamos estas reflexiones a la cuestión del fuego de Heráclito, nos llevan a apreciar que el fuego que él describe puede considerarse en cierto modo como un viviente. Esto no es extraño porque la cosmovisión de los presocráticos es precisamente la del universo como un organismo, no tanto como un mecanismo al modo como tiende a pensar el hombre moderno. Estaría justificado al apreciar que el fuego está siempre en movimiento y «su reposo es cambiar» (DK 84 a), es un semoviente. Esta predicación de la vida respecto del fuego se puede poner en relación con su divinidad, cosa de la que hablaremos más adelante.
También es interesante la mención de las medidas en función de las cuales el fuego se enciende y apaga. Hace referencia probablemente a una idea de diké trascendental que abarca la realidad y que también aflora en el pensamiento de Anaximandro que proyecta el concepto de retribución del trasfondo jurídico sobre la naturaleza (cf. DK 1). Esta idea de una justicia que podríamos calificar de ‘trascendental’, es característica del pensamiento griego. La utiliza profusamente Hesíodo, mal que le pese a Heráclito, y podemos verla aflorar en la tragedia. Pensemos en el papel de las Erinis tienen en la Orestea de Esquilo. Estas divinidades son más antiguas que el mismo Zeus (son engendradas accidentalmente por Urano, su abuelo), de forma que su poder incluso trasciende el de aquel, como reconocen explícitamente los poetas. Éstos parecen racionalizar así la idea de un hado superior incluso al Olimpo tan característica de la Ilíada. Heráclito pues, indica que el fuego, identificado con el sol, está sujeto a justicia (cf. DK 94), igual que habla de su equidad en el cambio, proyectando aquí la idea de justicia traída de la transacción comercial (cf. DK 90). Además, en el contexto del efesio, esto puede también unirse con cuanto se ha dicho sobre el logos pues «todo trascurre conforme a esta razón» (DK 1).
Se conviene pues, en identificar el fuego del que habla Heráclito con el sol. No en el sentido de una reducción, sino algo así como un analogatum princeps del alcance universal del fuego: «la llama más brillante y más cálida es la del sol» (DL IX, 10). El mismo Aristóteles reconoce que el fuego es semejante a los astros, puesto que es permanente ya que se trata de un elemento y además está siempre en actividad pues posee en sí mismo el principio de movimiento: «imitan a las cosas incorruptibles también las que están sujetas a cambio, como la Tierra y el Fuego. Éstas, en efecto, están siempre en actividad, pues tienen por sí y en sí el movimiento» (Metafísica, IX, 8; 1050 b 28-30).
En fin, parece que Heráclito mantenía la idea de una transformación cíclica de todo a través del fuego, siguiendo las leyes de proporcionalidad de que habíamos hablado (cf. DK 31; DL IX, 8-11). El fuego viene a ejercer la causalidad no sólo material sino también eficiente, de forma que se podría decir, a modo de hipótesis, que lleva a cabo los dictados del logos: «todas las cosas las timonea el rayo» (DK 64); «todas las cosas las discernirá y las someterá el fuego a su llegada» (DK 66). Esto le lleva a Aristóteles a ridiculizar la idea de una supuesta deflagración universal porque le parece imposible que el
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