Historia De La Contaminacion
meliguns11 de Septiembre de 2012
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¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla y se respira mejor? Son las palabras, en boca de Don Juan, que usó Zorrilla para quejarse de la contaminación en las ciudades españolas a mediados del siglo XIX. Los humos de las chimeneas y fogones oscurecían la atmósfera de nuestros pueblos. Lo peor, sin embargo, eran los olores. Las ciudades no contaban con servicio de recogida de basura y todos los desechos se dejaban en la calle. Sin alcantarillado público y, en algunos casos, sin pozo negro, los residuos eran tirados a la calle a la espera de que la próxima tormenta los arrastrara hasta el río. El olor era insoportable, similar al que todavía podemos encontrar en algunas zonas subdesarrolladas o barrios de chabolas en los alrededores de las grandes ciudades.
Esa era la vida ciudadana en la mayoría de los pueblos y ciudades europeas hasta finales del XIX o principios del XX. En España, hasta mediados del siglo pasado, muchos pueblos carecían de agua corriente y de alcantarillado público.
La contaminación no es algo nuevo. De hecho, todos los seres en este planeta tuvieron su origen en una gran contaminación que ocurrió hace más de dos mil millones de años. El ambiente natural de la tierra, hasta la llegada de ciertas bacterias como las eucariotas, contaba con unos niveles de oxígeno muy bajos. Fue la fotosíntesis de estas bacterias la que produjo como desecho y a lo largo de millones de años el oxígeno en grandes cantidades que, posteriormente, dio origen a la vida. Sin esa contaminación, no existiríamos.
Pero ya en vida de los humanos, los exámenes paleontológicos de los restos de los primeros hombres reflejan grandes cantidades de humo tanto en cuevas y viviendas como en los pulmones, resultado de su exposición a las hogueras en recintos pequeños y mal ventilados. Por aquel entonces, la basura se amontonaba en lugares cercanos a donde vivían. Esos montones de basura han servido de gran ayuda a los arqueólogos para esclarecer la forma de vida de esos primitivos humanos.
Con la introducción de los metales y los métodos de producción la contaminación aumentó. Por fortuna, las ciudades eran pequeñas y la densidad de población baja por lo que esa contaminación afectaba casi únicamente a las personas y en mucha menor medida al ambiente.
Los semovientes, como caballos, burros y mulas, eran utilizados como medios de transporte y útiles de trabajo, y muy comunes en pueblos y ciudades hasta bien entrado el siglo XX. Se estima que cada uno de estos animales tira cerca de diez kilos de estiércol al día. Allá donde la concentración de la gente y, por tanto de estos animales, era grande, la contaminación por estiércol dominaba las calles. En una ciudad de un millón de habitantes podía haber cerca de doscientos mil caballos y mulos que se deshacían de unas dos mil toneladas de estiércol cada día. En tiempos donde el servicio público de limpieza era deficiente, estas basuras junto con las demás, producían una contaminación del agua que, a la postre, traía enfermedades como tifus, peste o cólera, y ayudaba a mantener una gran cantidad de insectos, como mosquitos transmisores de otras enfermedades como paludismo o fiebre amarilla.
A esa contaminación de desechos biológicos, común ya en ciudades romanas y medievales, la revolución industrial trajo otro tipo de contaminación, la ambiental atmosférica, producto de las industrias químicas y siderúrgicas principalmente, pero también por una mayor utilización del carbón, por concentración de la población en áreas urbanas, de fogones y chimeneas que emitían humo incesantemente. Londres fue famosa por su smog (smoke+fog o humo+niebla) que, al principio, fue bien recibido por la gente, creyendo que el humo mataría a las bacterias de la contaminación del estiércol y basura, e incluso por la nueva generación de artistas, que veían en ese
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