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marianasandoval16 de Mayo de 2012
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Quizás su obra mas trascendental -aunque no necesariamente más profunda- haya sido El Hombre Unidimensional, donde Marcuse hacía un diagnóstico lapidario del capitalismo que se convertiría en la vulgata y el punto de partida obligado para el rechazo que toda la izquierda universal haría del capitalismo en los años 60: alienación, productivismo, consumismo, medios masivos alienadores, publicidad estudipizante, todo esto y mucho más es lo que convertiría -según Marcuse- al hombre potencialmente libre en un hombre unidimensional incapaz de pensamiento crítico y de actitudes contestatarias.
A diferencia del marxismo clásico, para Marcuse el proletariado no era una clase revolucionaria en sí ni mucho menos, y él personalmente era más escéptico aún ante la supuesta inevitabilidad de la crisis capitalista sostenida una y otra vez por la astucia de la razón capitalista.
Para Marcuse, los medios de comunicación y las industrias culturales, así como las expresiones de la publicidad comercial, reproducen y socializan en los valores el sistema dominante y amenazan con eliminar el pensamiento y la crítica. Los efectos de esta orientación mediática crean un escenario cultural cerrado, unidimensional, que propicia una especie de pensamiento único y determina la conducta del individuo en la sociedad. Los medios crean una estructura de dominación, bajo la apariencia de una conciencia feliz que inhibe la posibilidad de cambio hacia la liberación. Los medios de comunicación, a través de un lenguaje informal, no dan explicaciones ni ofrecen conceptos, sino que aportan imágenes. Descontextualizan, niega la referencia histórica. Lejos de moverse entre la verdad o la mentira, se limitan a imponer un modelo.
Aunque la tesis central de El hombre unidimensional era tremendamente pesimista, y a pesar a de que la obra fue criticada tanto por la derecha como por la izquierda, Marcuse era subterráneamente propositivo, utópico, y tenía una esperanza profunda en la transformación social.
La estética de la libertad y la crítica de la tecnología
Las obras finales de Marcuse fueron más cortas y panfletarias que sus clásicos, y glorificaban la resistencia y a los movimientos contestarios, y lo convirtieron en el gurú definitivo de la nueva izquierda. Nada casualmente Brandeis no le quiso renovar el contrato, y terminó recalando en la bellísima Universidad de California, en La Jolla, hasta retirarse a mediados de los 70 ganando un impacto y un apego estudiantiles inimaginables.
Mostrando su polimorfismo, la última obra de Marcuse, escrita el mismo año de su muerte, fue La Dimensión estética, donde el filósofo reinvindicaba el potencial de la alta cultura burguesa para subvertir su raíz y convertirse en el guión de la revolución cultural que sería la propedéutica a la política revolucionaria.
A pesar de la ambición de su pensamiento, la influencia de Marcuse chocaría contra el muro de las décadas lamentables de los años 80 y 90, y actualmente su estudio, conocimiento y propuestas pasan totalmente inadvertidos. Lo que se explica por el desconocimiento de miles de páginas manuscritas que recién se están publicando en los últimos años, convertidas en 5 gruesísimos volúmenes, por el hecho de que los movimientos revolucionarios que Marcuse aplaudía fracasaron casi todos, y porque su dialéctica no era negativa sino propositiva, grandiosa y profundamente iluminista.
Sin embargo, es probable que pronto veamos un retorno a Marcuse de la mano de la publicación de los inéditos, así como de un redespertar de las excelentes lecturas que Marcuse hizo de la represión y la liberación.
Un aspecto particularmente punzante y relevante de su pensamiento está ligado al rol que le otorgaba a la tecnología como organizadora de las sociedades contemporáneas, así como a la solidaridad que establecía entre tecnología, cultura de la economía
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