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Indio Pitijay


Enviado por   •  4 de Octubre de 2014  •  966 Palabras (4 Páginas)  •  258 Visitas

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Mejor hablamos mañana!...

Dorococoe

"Una vieja leyenda trágica y llena de encanto, invención de la fantasía del pueblo, sirvió de fundamento al Dr. José Domingo Tejera, alto valor del pensamiento nacional, para escribir ésta página alrededor de la génesis de la ciudad. Hecha hace treinta y cinco años, bella en la forma y simpática en el propósito de dar a conocer una leyenda surgida en la imaginación popular, la resucitamos hoy en la certeza de que su lectura habrá de resultar muy grata a todos, ya que está saturada de lo añejo, y empapada en la esencia del sentimiento de quien, como el autor, quiso entrañablemente a Valera, tuvo amorosa preocupación por su destino y se sintió orgulloso de conocer a la ciudad hasta en su entraña:

"-Eran los días del primer centenario de la fundación de Valera. Mi amiga extranjera estaba encantada con la parásita que para ella traje del monte lejano. En la vara verde, los cinco pétalos de porcelana encerraban una paloma con las alas caídas.

-Pelícano, articuló ella con un mohín de gracia-

-Paloma gorda, en la lengua chontal de nuestros campos, respondí. Y mientras, al ensalmo de su voz inquisidora, iba yo internándome audazmente en el corazón de la flora trujillana una pregunta desconcertante surgió en su boca picaresca:

-¿Cómo nació su pueblo?-

-Mi pueblo, señora, no pertenece a la categoría de las ciudades que desbrozando selvas y sembrando cruces, plantó en América el aventurero español. Escuche usted la leyenda que me contó un silfo, con el secreto encargo de que no la refiriese sino a las hadas de cabellos rubios y ojos azules, como usted-. Mi amiga con la vara florida entre las manos, oyó en silencio la leyenda.

- Partida hacía el centro, la negra cabellera lacia caía sobre las mórbidas espaldas de la india; los ojos, negros y grandes, brillaban como ónices; blancos y pulidos como cuentas de marfil, los dientes se veían al entreabrirse, como un botón de rosa, la boca dulce y sensual; de las orejas pendían peonías de grana, oro, conchas de nácar y almendras fragantes formaban el collar que cernía su cuello de garza morena; oro y piedras preciosas halladas en las cuevas vírgenes, habían servido para labrar como una joya de arte las ajorcas que circuían sus turgentes brazos de canela; los erectos senos de bronce, como palomas torcaces, se erguían en espera de la vendimia, ancha venda de algodón tejido y bordado con las más lindas plumas del guacamayo, cubría el núbil vientre; bajo las corvas, cinturones de plumas y frutos silvestres comprimían las piernas de greda, la rústica sandalia, cortada de la piel del tigre, muerto por su flecha, preservaba su planta

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