Juarez Prisionero
Allweeneedislove6 de Mayo de 2013
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Benito Juárez, prisionero en Guadalajara por Antonio Landa, salva la vida por la elocuencia de Guillermo Prieto
Marzo 14 de 1858
Aprehendido el presidente Benito Juárez y los miembros de su gabinete el día anterior en la ciudad de Guadalajara, irrumpen en el Palacio de Gobierno -donde se les tenía, el teniente Filomeno Bravo y veinticinco de sus soldados, quienes llevan el firme propósito de fusilarlos a todos.
Por la mañana de este día, Landa vio cómo se había debilitado su prestigio personal y su autoridad entre sus compañeros. A las nueve, la corneta tocó a parlamento, cesó el fuego y se abrieron las conferencias en San Agustín. Mientras esto ocurría, Cruz Aedo, con una columna de treinta hombres escogidos entre voluntarios, decidió asaltar el palacio. Marcharon “a la deshilada” y al llegar a la esquina de la cárcel, vieron que había un cañón custodiado por un centinela, se lanzan sobre la pieza para ronzarla y abrir fuego sobre el palacio; los muchos curiosos que estaban en la plaza huyeron lo que alertó a los pronunciados que salieron a los balcones y descargan la fusilería sobre la columna que retrocedió destrozada. Con los pocos que quedaban, Cruz Aedo se retiró a San Francisco.
Mientras tanto, Filomeno Bravo, quien el año anterior había sido el causante de la muerte del gobernador Manuel Álvarez y que en ese momento era el capitán de 5º Batallón y estaba a cargo de la guardia del presidente, escuchó el grito de “traición” y sin órdenes hizo tomar las armas a los soldados de la guardia, los formó al frente de Juárez que de pie apoyaba la mano en el picaporte de la puerta que conducía a otra pieza, dio la voz de fuego, en aquel momento se presentó Guillermo Prieto que ante las bocas de los fusiles y cubriendo con su cuerpo al del Presidente, dirigió una sentidas palabras a los soldados: “¡Alto, los valientes no asesinan!... sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria”. Entonces, los soldados sin aguardar otra orden echaron sus armas al hombro y se quedaron impasibles.
El propio Guillermo Prieto escribiría después sobre el suceso:
"Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé... se apoderó de mi algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta ... Rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo ... abrí mis brazos ... y ahogando la voz de "fuego" que tronaba en aquel instante, grité: "¡Levanten esas armas!, ¡levanten esas armas!, ¡los valientes no asesinan ... !" y hablé, hablé, yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto y poderoso, y veía, entre una nube de sangre, pequeño todo lo que me rodeaba; sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Repito que yo hablaba, y no puedo darme cuenta de lo que dije... a medida que mi voz sonaba, la actitud de los soldados cambiaba... un viejo de barbas canas que tenía al frente, y con quien me encaré diciéndole: "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía...!" alzó el fusil... los otros hicieron lo mismo... Entonces vitoreé a Jalisco.
Los soldados lloraban protestando que no nos matarían y así se retiraron como por encanto... Bravo se pone de nuestro lado.
Juárez se abrazó de mí... mis compañeros me rodeaban llamándome su salvador y salvador de la Reforma... Mi corazón estalló en una tempestad de lágrimas."
Sobre su discurso, Justo Sierra señalaría: “era el efecto, casi físico de aquella voz musical, comunicadora como ninguna de emoción, que estaba hecha para penetrar en el corazón del pueblo, de donde salían aquellos hombres”.
Los testigos del hecho refieren admirativamente el valor y la serenidad de Juárez, quien no se movió del lugar
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