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La Monja Alfares


Enviado por   •  21 de Junio de 2012  •  557 Palabras (3 Páginas)  •  503 Visitas

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No era tan raro en 1596 que una niña de cuatro años fuese enclaustrada. Internaron a Catalina en el convento de San Sebastián el Antiguo, donde su tía era priora. No llegó a profesar de religiosa por la misma razón que rigió toda su vida: una pelea. “Ella era robusta y yo muchacha, me maltrató de mano y yo lo sentí”, escribe en sus memorias para justificarse, pero la verdad es que Catalina o Pedro de Orive o Francisco de Loyola o Alonso Díaz Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso, que todas estas fueron sus identidades, no hizo otra cosa que reñir. La mayoría de lo que nos cuenta en sus memorias parece ser real. Las escribió en 1625, antes de embarcarse por segunda vez hacia América, donde murió. Según ella misma, la biografía romántica que le dedicó el escritor inglés Thomas de Quincey (1854) y los historiadores, Catalina no paró de meterse en líos. Salía de ellos por suerte, azar o fuerza, pero su carácter bravucón y chulesco la volvía a meter en líos.

En Sanlúcar de Barrameda se embarcó para las Américas en un galeón del capitán Esteban Eguiño. Tras pasar por Cartagena de Indias, el navío volvía ya a España, pero Catalina le robó 500 pesos a Eguiño y se escapó embarcándose para Panamá. Allí se acomodó con Juan de Urquiza, con quien se salvó de un naufragio. Sabemos, porque ella lo dice, que le gustaban las mujeres. Alta, andrógina, con mínimos pechos y voz grave, no le resultaba difícil disimular su sexo. Otra cosa era la intimidad; Catalina siempre evitó casarse. Huída a Trujillo donde también se enzarzó en una pelea, se trasladó luego a Lima y entró al servicio del mercader Diego de Lasarte. Una de sus hermanas, a la que “andaba entre las piernas”, de nuevo la puso en el brete del matrimonio. Nueva huída hacia la ciudad de Concepción y nueva casualidad: Catalina encontró a su hermano Miguel de Erauso.

Casi tres años estuvo con él de soldado sin que conociera su identidad, hasta se disputaban las mujeres. En Chile, Catalina participó en algunas de las más terribles y crueles batallas contra los indios. Después se produjo uno de los episodios más tristes de la novicia soldado. En una pelea, tuvo la mala fortuna de matar a su hermano. “¡Sabe Dios con qué dolor!” le enterró y escapó caminando por la costa hacia Tucumán. Sin agua, sin comida, Catalina describe cómo sacrificó a su caballo buscando algo que llevarse a la boca. Matanzas, batallas contra los indios, riñas, peleas de juego, escapatorias de pretendientes, heridas y muchos viajes fueron la vida de Catalina en estos agitados años. Acabó en Guamanga y viéndose en un verdadero atolladero, confesó al obispo del lugar su verdadera identidad y su delirante trayectoria. Unas matronas testificaron no sólo que era mujer, sino además virgen. Así que el obispo perdonó los excesos, la vistió de nuevo de monja y la metió en un convento. ¿Cómo se sintió el aguerrido soldado

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