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La Odisea


Enviado por   •  19 de Marzo de 2013  •  2.182 Palabras (9 Páginas)  •  350 Visitas

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LA ODISEA

Y cuando se mostró Eos, la que nace de la mañana, la de dedos de rosa, se levantó del lecho la sagrada fuerza de Alcínoo y se levantó Odiseo del linaje de Zeus, el destructor de ciudades. La sagrada fuerza de Alcínoo los conducía al ágora que los feacios tenían construida cerca de las naves. Y cuando llegaron se sentaron en piedras pulimentadas, cerca unos de otros.

Y recorría la ciudad Palas Atenea, que tomó el aspecto del heraldo del prudente Alcínoo, preparando el regreso a su patria para el valeroso Odiseo. La diosa se colocaba cerca de cada hombre y le decía sú palabra:

¡Vamos, caudillos y señores de los feacios! Id al ágora para que os informéis sobre el forastero que ha llegado recientemente a casa del prudente Alcínoo después de recorrer el ponto, semejante en su cuerpo a los inmortales.

Así diciendo movía la fuerza y el ánimo de cada uno. Bien pronto el ágora y los asientos se llenaron de hombres que se iban congregando y muchos se admiraron al ver al prudente hijo de Laertes; que Atenea derramaba una gracia divina por su cabeza y hombros e hizo que pareciese más alto y más grueso: así sería grato a todos los feacios y temible y venerable, y Ilevaría a término muchas pruebas, las que los feacios iban a poner a Odiseo. Cuando se habían reunido y estaban ya congregados, habló entre ellos Alcínoo y dijo:

Oídme, caudillos y señores de los feacios, para que os diga lo que mi ánimo me ordena dentro del pecho. Este forastero, y no sé quién es, ha llegado errante a mi palacio, bien de los hombres de Oriente o de los de Occidente; nos pide una escolta y suplica que le sea asegurada. Apresuremos nosotros su escolta como otras veces, que nadie que llega a mi casa está suspirando mucho tiempo por ella.

Vamos, echemos al mar divino una negra nave que navegue por primera vez, y que sean escogidos entre el pueblo cincuenta y dos jóvenes, cuantos son siempre los mejores. Atad bien los remos a los bancos y salid. Preparad a continuación un convite al volver a mi palacio, que a todos se lo ofreceré en abundancia. Esto es lo que ordeno a los jóvenes. Y los demás, los reyes que lleváis cetro, venid a mi hermosa mansión para que honremos en el palacio al forastero. Que nadie se niegue. Y llamad al divino aedo Demódoco, a quien la divinidad ha otorgado el canto para deleitar siempre que su ánimo lo empuja a cantar.

Así habló y los condujo y ellos le siguieron, los reyes que llevan cetro. El heraldo fue a llamar al divino aedo y los cincuenta y dos jóyenes se dirigieron, como les había ordenado, a la ribera del mar estéril. Cuando llegaron a la negra nave y al mar, echaron la nave al abismo del mar y pusieron el mástil y las velas y ataron los remos con correas, todo según correspondía. Extendieron hacia arriba las blancas velas, anclaron a la nave en aguas profundas y se pusieron en camino para ir a la gran casa del prudente Alcínoo. Y los pórticos, el recinto de los patios y las habitaciones se llenaron de hombres que se congregaban, pues eran muchos, jóvenes y ancianos. Para ellos sacrificó Alcínoo doce ovejas y ocho cerdos albidentes y dos bueyes de rotátíles patas. Los desollaron y prepararon a hicieron un agradable banquete.

Y se acercó el heraldo con el deseable aedo a quien Musa amó mucho y le había dado lo bueno y lo malo: le privó de los ojos, pero le concedió el dulce canto. Pontónoo le puso un sillón de clavos de plata en medio de los comensales, apoyándolo a una elevada columna, y el heraldo le colgó de un clavo la sonora cítara sobre su cabeza. Y le mostró cómo tomarla con las manos. También le puso al lado un canastillo y una linda mesa y una copa de vino para beber siempre que su ánimo le impulsara.

Y ellos echaron mano de las viándas que tenían delante. Y cuando hubieron arrojado el deseo de comida y bebida, Musa empujó al aedo a que cantara la gloria de los guerreros con un canto cuya fama llegaba entonces al ancho cielo: la disputa de Odiseo y del Pelida Aquiles, cómo en cierta ocasión discutieron en el suntuoso banquete de los dioses con horribles palabras. Y el soberano de hombres; Agamenón, se alegraba en su ánimo de que riñeran los mejores de los aqueos. Así se lo había dicho con su oráculo Febo Apolo en la divina Pitó cuando sobrepasó el umbral de piedra para ir a consultarle; en aquel momento comenzó a desarrollarse el principio de la calamidad para teucros y dánaos por los designios del gran Zeus. Esta cantaba el muy ilustre aedo. Entonces Odiseo tomó con sus pesadas manos su grande, purpúrea manta; se la echó par encima de la cabeza y cubrió su hermoso rostro; le daba vergüenza déjar caer lágrimas bajo sus párpados delanté de los feacios. Siempre que el divino aedo dejaba de cantar se enjugaba las lágrimas y retiraba el manto de su cabeza y, tomando una copa doble, hacía libaciones a los dioses.

Pero cuando comenzaba otra vez -lo impulsaban a cantar los más nobles de los feacios porque gozaban con sus versos, Odiseo se cubría nuevamente la cabeza y lloraba. A los demás les pasó inadvertido que derramaba lágrimas. Sólo Alcínoo lo advirtió y observó, pues estaba sentado al lado y le oía gemir gravemente. Entonces dijo el soberano a los feacios amantes del remo:

¡Oídme, caudillós y señores de los feacios! Ya hemos gozado del bien distribuido banquete y de la cítara que es compañera del festín espléndido; salgamos y probemos toda clase de juegos. Así también el huésped contará a los suyos al volver a casa cuánto superamos a los demás en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la carrera.

Así habló y los condujo y ellos les siguieron. El heraldo colgó del clavo la sonora cítara y tomó de la mano a Demódoco; lo sacó del mégaron y lo conducía por el mismo camino que llevaban los mejores de los feacios para admirar los juegos. Se pusieron en camino para ir al ágora y los seguía una gran multitud, miles. Y se pusieron en pie muchos y vigorosos jóvenes, se levantó Acroneo, y Ocíalo, y Elatreo, y Nauteo, y Primneo, y Anquíalo, y Eretmeo, y Ponteo, y Poreo, y Toón, y Anabesineo, y Anfíalo, hijo de Polineo Tectónida. Se levantó también Eurfalo, semejante a Ares, funesto para los mortales, el que más sobresalía en cuerpo y hermosura de todos los feacios

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