La velas

Los seres humanos han encendido velas desde épocas muy remotas. Los motivos que Les han impulsado a realizar esta sencilla acción han sido siempre distintos, desde la necesidad material de una fuente de luz hasta la exigencia espiritual de crear una atmósfera de recogimiento, para buscar un momento de consuelo, de concentración, de oración.

En la antigua Francia se utilizaban las velas fabricadas con la cera de las abejas. En la Edad Media en Asia se utilizaban velas hechas a base de grasa animal (sebo). A mediados del siglo XVIII se comenzaron a fabricar con una preparación a base de parafina, ácido esteárico (ácido sólido graso) y en ocasiones cera de abejas, aceites animales hidrogenados u otros materiales grasos.

En la cultura del siglo XXI las velas sirven para marcar el paso del tiempo, valor que han ido asumiendo lentamente. Basta pensar en las velitas de la tarta, cada año más numerosas, en los cirios blancos mezclados con el perfume del incienso en las ceremonias del Bautismo y de la Confirmación, en las velas rojas y doradas que decoran la casa el día de la fiesta de Navidad, en las elegantes velas que adornan la mesa en las cenas importantes y, finalmente, en los grandes velones que nos “velan” en la hora de la muerte. En cada uno de estos momentos, el rito de encender la vela “cautiva” por completo la mente del ser humano; para algunas personas, con efectos incluso hipnóticos.

En cambio, cuando se realiza el gesto de apagar la llama, se pide a la vela que arde felicidad para los seres queridos y para uno mismo, se piden consuelo, ayuda, amor, paz eterna. Quienes practican la magia sostienen que para cada rito es indispensable fabricarse las velas uno mismo, porque captan el influjo de quienes las manipulan.

Construir la vela artesanalmente significa no desear interferencia alguna en la relación que se mantiene con ella. Así sólo manipulará la vela quien disfrutará de sus beneficios, y se elaborará concentrándose en el uso al cual está destinada.

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