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La vida de la monja Sor Juana Inés de la Cruz


Enviado por   •  28 de Marzo de 2014  •  Biografías  •  1.738 Palabras (7 Páginas)  •  198 Visitas

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Sor Juana Inés de la Cruz.

Todo comenzó cuando llegamos a la capital del otrora colosal imperio azteca, la Gran Tenochtitlan, a finales de 1680, para gobernar este gigantesco y riquísimo territorio de la Nueva España. [Cuál no sería mi inmensa sorpresa cuando me encontré, a un lado de la catedral, con un enorme arco alegórico decorado con flores de un pueblo cercano llamado Xochimilco, en el que constaban versos escritos por una monja poetisa conocida como Sor Juana Inés de la Cruz! El texto, rico en metáforas exquisitamente planteadas, llevaba por título Neptuno Alegórico, bella composición en la que comparaba al virrey con el dios Neptuno, y a mí, nada menos que con la bella Anfitrite. Si nunca imaginé encontrar en estas latitudes a un poeta de semejantes dimensiones literarias, un gigante de las letras, menos supuse que se trataría de una mujer, siendo que a nosotras, las de nuestro género, se nos tenía y se nos tiene prohibido pensar y hablar, para ya ni intentar el paso temerario de atrevernos a publicar nuestras ideas. La curiosidad me devoró desde un principio con tan sólo leer esas líneas estructuradas en perfecta métrica, maduras, excelentemente bien vertebradas, cuyas alegorías me presentaban a la distancia a una mujer singular que me preocupé por buscar y conocer de inmediato. Así me recibió Sor Juana aún sin conocerme... Nuestro antecesor el virrey y simultáneamente arzobispo de México, Payo Enríquez de Ribera, primo de mi marido, me hizo las primeras semblanzas de ese genio literario novohispano sin ocultar la simpatía que le despertaba esta humilde monja, esposa juramentada de Dios, que había decidido permanecer enclaustrada en el convento de San Jerónimo hasta que obsequiara con su último aliento al Señor. Fray Payo la protegió, la dejó hacer, le permitió estudiar y crecer a pesar de las críticas recibidas porque la monja no dedicaba la mayor parte de su tiempo a la oración, a la lectura del Evangelio ni cumplía al pie de la letra con sus obligaciones conventuales: prefería estar rodeada de libros, inmersa en la lectura, perdida en el espacio infinito de su imaginación redactando frases sueltas, garrapateando ideas viendo al techo de su celda, consumiendo tinta y papel sin limitación alguna, al extremo de amanecer rodeado su escritorio de textos arrugados, hojas desgarradas aventadas al suelo con repentina desesperación, sin olvidar los pedazos de las velas agotadas que una tras otra eran arrojadas al piso después de haber anunciado con breves parpadeos su proximidad a la base de los candelabros. Fray Payo, bajo cuyo arzobispado Juana Inés ingresó a la vida monacal, invariablemente vio por ella, la apoyó y la estimuló con la debida discreción para no interrumpirla en su trabajo creativo concediéndole perdones, dádivas y permisos, además de comprensión, tolerancia y condescendencia, obsequios todos ellos impropios de una época de negra y tétrica intransigencia dominada por varones cavernícolas en el orden familiar, político, académico y religioso. Cuando llegué a México contaba con treinta y un años de edad.

Sor Juana era tres años mayor que yo. Me encontraba en el esplendor de la vida, en la pleamar de

una existencia saturada de apetitos culturales. La adquisición de conocimientos iluminaba mis días, la lectura de poesía, teatro y literatura justificaba mis horas; el descubrimiento de leyes científicas que me alegraban el espíritu y me lanzaban a la búsqueda de explicaciones que, a su vez, despertaban aún más mi sed de saber; la contemplación de las obras de arte me inundaba de placer, pero sobre todo, la conversación con personas inteligentes y cultas llenaba mis aspiraciones, acicateaba mi curiosidad y me abría nuevos horizontes hacia los que me encaminaba en soledad para echar luz en mi realidad. ¿Cómo era Sor Juana? ¿Una monja encorvada, vieja, de mirar cansado, de hablar fatigado, piel marchita, pelo canoso, amargada, arrugada, con los dedos deformados por las humedades conventuales, una mujer cubierta por una caperuza negra incapaz de mostrar el rostro? ¿Una mujer agresiva y violenta desesperada por el enclaustramiento sin la menor vocación religiosa, angustiada en su imposible resignación al haber aceptado no conocer hombre alguno ni tener hijos ni disfrutar las maravillas de la maternidad, a cambio de casarse con el Señor? Si bien me habían dibujado sus cualidades físicas, antes de referirme a las intelectuales, nunca supuse los alcances de su belleza. Ojos negros como los de la piedra obsidiana que conocería más tarde. Mirada intensa, penetrante, viva, un contraste con la suavidad de sus versos y sus calculadas rimas. Piel blanca, suave, tersa, estatura media, labios nobles, pequeños, escasamente carnosos, cincelados y tallados cuidadosamente por un escultor; nariz recta, cuello espigado, frente luminosa, manos pálidas, dedos largos, mentón apenas sobresaliente para ocultar su inagotable energía ... Ya,

ya sé, lo sé, me adelanto al lector mordaz y cáustico que estará pensando cómo conocí la forma del

cuello y la textura de su piel si invariablemente lo llevaba oculto y, además, nunca la pude haber

acariciado. No es el momento de-sarcasmos, sino de encumbrar a esta perínclita esposa de Dios

hasta el punto más alto del arco iris, en donde siempre la adivinaré sentada en su trono de colores

vaporosos del que ya nunca nadie podrá hacerla descender.

Me cautivó su disimulada timidez, su humilde indumentaria, su hablar pausado, apenas audible, su

mirar caritativo e inofensivo, su léxico escogido y bien armado como si cada expresión la rematara

con un rima preciosa y enhebrada a la perfección. Me impresionó su dominio del idioma, su

humildad o más bien su falsa humildad, !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

. o su humildad tan honorable y auténtica que parecía falsa en este mundo de hipócritas, su cultura,

su conversación alegre y diáfana, salpicada de musicalidad. Jamás supuse la fuerza volcánica que

escondía con su actitud aparentemente sumisa y condescendiente.

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